Walter Oppenheimer Londres
Una
visitante posa junto a la obra 'Casa Tomada', de Rafael Gomezbarros, en la
muestra 'Pangaea: Arte Nuevo de África y América Latina' en la galería Saatchi
de Londres. / ADRIAN DENNIS (AFP)
Si está usted este verano en
Londres y es amante del arte y la cultura, tiene dos opciones: gastarse un
montón de dinero viendo las grandes exposiciones del momento o buscar
exhibiciones más modestas pero quizás con más intríngulis y, sobre todo,
gratuitas.
Si el dinero no es un problema
y le gusta presumir de la gran cultura de consumo, Malevich y Mattise le
esperan en la Tate Modern, Virginia Woolf en la National Portrait Gallery,
Dennis Hooper en la Royal Academy y Bill Viola en la catedral de San Pablo, por
citar cinco posibilidades. Pero sepa que a un matrimonio con dos hijos y la
abuela, ese baño de cultura le saldría por 333 euros, descuentos incluidos.
Otra opción es ir a los cuatro
puntos cardinales de Londres y visitar exhibiciones que no le costarán ni un
duro en el Imperial War Museum, la National Gallery, la Saatchi, la Whitechapel
y la Wellcome Collection. Por supuesto, también puede visitar gratis las
colecciones permanentes de los grandes museos y galerías.
Nuestro recorrido, solo una
posibilidad entre muchísimas otras y no necesariamente la más interesante o la
más a la última, podría empezar a primera hora de la mañana en el Imperial War Museum, en
el sur de Londres, para ver las nuevas salas dedicadas a la I Guerra Mundial
coincidiendo con el centenario de su inicio, que se cumple precisamente estos
días. Conviene llegar temprano porque se puede encontrar uno con la sorpresa de
tener que esperar varias horas para poder entrar debido a las colas.
Dentro le esperan todo tipo de
recuerdos de la guerra, desde uniformes y armas cortas y largas a cuchillos,
bayonetas, algún cañón de considerables dimensiones y numerosas pantallas de
todas dimensiones que le transportarán en la penumbra hasta el frente del
Oeste. Como ocurre casi siempre en Europa occidental, es una visión de la I
Guerra Mundial centrada en las trincheras del frente del Oeste. Y, como no
podía ser de otra manera, con el denominador común de la presencia británica
por todas partes.
Pero tendrá ocasión de
sentirse en el barro del Somme, calibrar el tamaño de una tanqueta o comprender
pequeños detalles de la vida cotidiana en el frente, desde el sistema de
censura de las cartas de los soldados a las latas de comida o las pequeñas
tarjetas de visita que repartía un burdel especializado en servir a las tropas
británicas, a las que atraía con la leyenda: “Où irons-nous ce soir? Chez
Madame Juliette, 7 rue Héronval, ARRAS, English Spoken”. La calle aún existe en
Arras, 180 kilómetros al norte de París y escenario en 1917 de una de las
grandes batallas de la ofensiva británica en el norte de Francia. El burdel,
seguramente ya no.
Para dejar atrás la pesadilla
de la guerra nos podemos dirigir a la cercana estación de Lambeth North y
viajar con la Bakerloo Line hasta Charing Cross, en el corazón de la capital.
Son solo dos estaciones y el metro nos dejará a un paso de la National Gallery.
Una vez dentro, no se deje amilanar por los rebaños de turistas que trasuntan
por los largos pasillos de la gran pinacoteca londinense discutiendo a gritos
si van a ir a comer a un pub o a un restaurante. Si quiere, déjese tentar por
la gran exhibición del momento, Making colour. No es de las caras (los tres
adultos pueden entrar por 23 libras en total y los menores de 16 años no pagan
si van acompañados) pero difícilmente encontrará allí el recogimiento que se
respira en la Sunley Room, donde se exhibe la minúscula pero deliciosa
exposición Building the picture: Arquitectura en la pintura del
renacimiento italiano.
Ahí podrá descubrir cómo el a
veces anodino trasfondo arquitectónico de los cuadros renacentistas esconde
claves sobre el lugar, la fecha o el simbolismo de la escena representada. En La
Anunciación, con San Emidio (1486), Carlo Crivelli nos da numerosas claves
de la época a partir de la arquitectura, pero por encima de todo utiliza el
edificio para dar una visión privilegiada de María al observador externo que no
tienen ni el Espíritu Santo ni el resto de personajes del lienzo. Otros autores
se basan en los edificios para dar una idea del tiempo en que sitúan una
escena. O pintan un edificio real para situarnos geográficamente.
La segunda jornada de este
recorrido podría empezar en Chelsea, en el Oeste de Londres. En la Saatchi
Gallery se exhibe Pangaea: Arte Nuevo de África y América Latina.
La visita vale la pena aunque solo fuera por las hormigas gigantes del
colombiano Rafael Gomezbarros que reciben al visitante y que ya invadieron en
el pasado la fachada del Congreso Nacional en Bogotá o el Altar de la Patria en
la Quinta Bolívar, en Santa Marta.
Si es su primera visita a la
Saatchi, no se pierda 20:50, la genial instalación de Richard Wilson creada en
1987. Por desgracia, en su actual emplazamiento no se permite al público
utilizar la pasarela que penetra en la obra misma (“para evitar incidentes”)
anulando el 95% del encanto de la instalación. Pero, aún y así, no se lo
pierda.
Luego vaya a Sloane Square y
tome la District Line hacia el Este, hasta Aldegate East. En la puerta contigua
a la estación se encuentra la mítica Whitechapel Gallery. Allí podrá poner a
prueba sus dotes de intelectual zambulléndose en el mundo conceptual de Giulio
Paolini, turinés de adopción nacido en Génova en 1940, y su exhibición To Be
or Not to Be, que toma el nombre de una de sus obras clave. Si no le
convencen sus montajes en plexiglás o sus fotografías con imágenes
yuxtapuestas, tome de nuevo el metro y viaje hacia Noroeste con la Hammersmith
and City Line hasta Euston Square. Allí, muy cerca, está la Wellcome
Collection, un centro que combina arte, ciencia, pedagogía y
actividades lúdicas puesto en marcha por el Wellcome Trust, una organización
benéfica que explora las conexiones entre la medicina, la vida y el arte.
Allí puede visitar ABC idiosincrático de la condición humana,
una exhibición que toma cada letra del alfabeto para explorar nuestra
idiosincrasia. Desde la D de Deleite a la H de Hereditario, la M de Música o la
Y de Yawn (bostezo), el visitante puede expresar sus emociones, compartirlas
con el resto del mundo, probar su memoria o simplemente pensar e interactuar.
Una forma de encontrarse con uno mismo si su baño de arte le ha hecho antes
sentirse algo tonto o le ha hecho dudar de su lugar en el mundo.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/04/actualidad/1407173505_503850.html
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