CARLES GELI
El filósofo surcoreano
Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo,
explica en Barcelona sus críticas al “infierno de lo igual”
El filósofo Byung-Chul Han,
ayer en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI / EPV
Las Torres Gemelas,
edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en
sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de
un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente
practicando binge watching (atracones de series), visualizando continuamente
solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o
el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul
Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que
aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de
Berlín. Libros como La sociedad del cansancio, Psicopolítica o La expulsión de
lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso
intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus
manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta
coleta en la cabeza.
“En la orwelliana 1984 esa
sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa
consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea
de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó
sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular
cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se
autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el
desierto, o el infierno, de lo igual”.
Autenticidad. Para Han, la
gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los
demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy
auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”.
Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Autoexplotación. Se ha
pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder
hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y
si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose
que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en
el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra
quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es
“la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en
sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.
‘Big data’.“Los macrodatos hacen
superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos
en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es
resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo
vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado
o en la técnica del reconocimiento facial”. ¿La revuelta pasaría por dejar de
compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a
facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el
sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través
de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos
visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta
digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las
profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.
Comunicación. “Sin la
presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información:
las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo
igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos;
estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación
global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual
no duele!”.
Jardín. “Yo soy diferente;
estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante
tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la
realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la
alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo
digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es
la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El
jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.
Narcisismo. Sostiene Han
que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema
reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro
“uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. El
narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte:
“Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan
injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al
mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.
Otros. Es la clave de sus
reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la
producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos
iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas
fuéramos distintas”. Por ello propone “regresar al animal original, que no
consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede que
al final el sistema implosione por sí mismo... En cualquier caso, vivimos en
una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea
trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su
capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal
original”.
Refugiados. Han es muy
claro: con el actual sistema neoliberal “no se siente temor, miedo o asco por
los refugiados sino que son vistos como carga, con resentimiento o envidia”; la
prueba es que luego el mundo occidental va a veranear a sus países.
Tiempo.Es necesaria una
revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo, profesor en Berlín. “La
aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo
propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de
fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no
debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el
tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”.
https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html
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