jueves, 5 de febrero de 2015

ART SPIEGELMAN: 'CADA CÓMIC SIEMPRE ES UN INSULTO'

Para el artista de cómics, el 11-S fue "como un mal 'viaje' de LSD". La experiencia de los atentados, y la reacción posterior de Estados Unidos es el centro de 'Sin la sombra de las Torres', el nuevo libro de la única persona que ha ganado el Premio Pulitzer con un cómic, 'Maus', en el que relata la aniquilación de gran parte de su familia en el Holocausto


El artosta de cómics Art Spiegelman. EM

PABLO PARDO
Uno de los problemas más insolubles de un niño en los años 50 en Estados Unidos era no poder jugar al béisbol. Y eso era lo que le pasaba a Art Spiegelman. No es que fuera malo. Es que no veía bien en tres dimensiones. Por tanto, las posibilidades de darle con un bate a una pelota eran más bien escasas. "No tenía ni idea de dónde estaba la pelota", comenta Spiegelman a EL MUNDO con su tono de profesor de Universidad, que le sitúa más en un campus que en el panteón de hombres ilustres del cómic.
Sometido al ostracismo deportivo, Spiegelman empezó a refugiarse en las bibliotecas cuando los demás jugaban al béisbol. No le quedaba más remedio. "No poder jugar al béisbol era peor que ser una niña en aquel ambiente", recuerda. Leía de todo: desde Kafka hasta cómics. Y, entre estos últimos, pronto empezó a llamarle la atención 'Mad', uno de los precursores del cómic underground. "Era un cómic que te venía a decir: 'No te creas todo lo que te cuentan'".
Seis décadas más tarde, se ignora si alguno de los chicos mejor dotados para el deporte que andaban con Spiegelman acabó en el Salón de la Fama del Béisbol. Pero el inútil con el bate se convirtió en la primera -y, hasta la fecha, única- persona en ganar el Premio Pulitzer con un cómic: 'Maus', una recreación de los recuerdos de su padre durante el Holocausto.
Brutal -no podía ser menos- en su descripción fría y notarial de una crueldad y miseria sin límites, pero no exento de humor y de ternura, y con los dibujos abigarrados que sólo alguien que no ve bien en tres dimensiones es capaz de hacer, 'Maus' se convirtió en uno de los libros que convirtieron al cómic en un arte serio. Y es que ver en dos dimensiones tiene sus ventajas. "Es como si miras a un cuadro con un ojo cerrado: la composición se te hace mucho más clara. En mi caso, ha sido una ayuda. No lo hubiera sido, eso sí, si hubiera sido escultor", comenta Spiegelman.
Diez años después de publicar Maus, una mañana de septiembre, Spiegelman y su mujer, Françoise -directora de arte de la revista The New Yorker -vieron lo que pensaron que era una avioneta estrellarse contra una de las Torres Gemelas. No era una avioneta. Y no era un accidente. Pronto, Art y Françoise estaban corriendo hacia el sur de Manhattan, para sacar a su hija Nadja de la Escuela de Stuyvesant, situada a sólo 800 metros de las Torres. Nadja se salvó.
Hoy vive en París, y entre sus amigos está un dibujante de 'Charlie Hebdo' que se libró de la matanza de los islamistas -"esos imbéciles", dice su padre- del 7 de enero. Y, paradojas de la vida, Françoise se va todos los días a la nueva Torre de la Libertad que ocupa el espacio de las Torres Gemelas, a la que se mudó The New Yorker hace un mes.
Entretanto, el 11-S iba creando su impronta en Spiegelman. Pocos días después de la matanza, creaba la archifamosa portada del The New Yorker formada por un fondo oscuro con la sombra de las Torres como dos fantasmas de la tragedia. Ese dibujo es también la portada de su último libro, 'Sin la sombra de las Torres', en el que, un poco al estilo de 'Maus', narra su experiencia personal y la entremezcla con su observación sobre la reacción de Estados Unidos tras la tragedia.
Sus cómics más famosos son acerca de tragedias con un elevado componente personal: el suicidio de su madre; el Holocausto; el 11-S...
Mi musa es el desastre. Cuando me siento bien, no quiero dibujar. Sólo quiero estar junto a Françoise [su esposa] y acariciarla. Si estoy mal, los cómics me ayudan a recuperar mi estabilidad. Y siempre he tenido la idea de que el cómic es apropiado para lo que haga falta. La pintura siempre me ha parecido mucho más snob que el cómic, por ejemplo, así que no he tenido ningún problema para usar este último para describir historias más o menos serias, trágicas o personales.
¿Fue el 11-S un pequeño Holocausto?
No quiero compararlos porque la magnitud de uno no se compara con la del otro. El 11-S fue un cataclismo, pero no el mismo tipo de cataclismo. Lo que pasó el 7 de enero en París fue otro cataclismo, pero tampoco se compara con los otros. Y hoy en día tenemos cataclismos mucho mayores, que no advertimos, porque apenas tienen presencia en los medios de comunicación, ya que tienen lugar en países a los que prestamos poca atención.
La semana pasada también giró en parte en torno a la idea del Holocausto, porque se conmemoraron los 70 años de la liberación de Auschwitz. ¿Qué hemos aprendido desde entonces sobre los genocidios?
Nada. El Holocausto está siendo manipulado políticamente. En Francia, por ejemplo, hay antisemitismo, sobre todo entre grupos de gente que se siente marginada, excluida del sistema. Aunque, insisto, la escala no sea comparable, las dinámicas son similares.
¿Cómo vivió usted la matanza de Charlie Hebdo?
Nadja vive en París, está ahora trabajando en un libro de no-ficción. Uno de sus mejores amigos trabaja en Charlie Hebdo. Pero, como es anarquista, nunca va a las reuniones de la revista, así que el martes 7 de enero no estaba allí. Nadja me dijo una frase que aún recuerdo: "Fue como cuando cayó la segunda torre". Después, nos envió a Françoise y a mí un texto que había escrito sobre la manifestación del domingo 11 de enero en París. Recuerdo que aquel día yo estaba en China, en un viaje para promover la libertad de expresión. Era extraño, porque sentía que me encontraba, precisamente, en el lugar equivocado en el momento equivocado. Tuvo un toque un poco extraño. Todo el miércoles y el jueves, los días después del atentado, Françoise estuvo trabajando en la portada del New Yorker. Yo quería que fuera algo sobre Mahoma, porque los dibujos de Charlie Hebdo no pretendían ofender a los musulmanes, pero al final escogieron otro motivo (fue una Torre Eiffel con un lápiz). El miércoles fui a un programa de televisión [de Amy Goodman, una de las líderes de la izquierda de EEUU] y me sentí muy incómodo. El jueves fui a una manifestación de solidaridad en Union Square, y también fue muy extraño. Yo estaba allí, con unas 200 personas, en su gran mayoría de origen francés. Vamos, que era una minoría: estadounidense y dibujante. Todos gritaban ¡Je suis Charlie!, pero no yo. Yo decía: "Las vidas de los dibujantes también son importantes".
¿Han cometido un error la inmensa mayoría de los medios de comunicación de Estados Unidos al no mostrar a sus lectores las caricaturas que provocaron el atentado?
Sí. No han hecho su trabajo. Estoy furioso sobre lo que están haciendo. Si no tienes Internet, no puedes saber lo que está pasando, y eso se aplica también al caso de los asesinatos de Charlie Hebdo.
Usted no es ajeno a ese tipo de situación. Cuando hizo 'Sin la sombra de las Torres', se encontró con que nadie se lo quería publicar.
Es otra forma de censura: censura económica. En aquel momento, en 2004, no había mucho espacio en la prensa estadounidense para un cómic crítico sobre nuestra reacción al 11-S, así que tuve que crear mi propia coalición de voluntarios [el término empleado por el Gobierno de Bush para referirse a los países que, como España, apoyaron la invasión y ocupación de Irak]. En Estados Unidos sucedió algo muy curioso: sólo publicó partes de 'Sin la sombra de las Torres' el Daily Forward, un periódico judío que había nacido siendo socialista y había evolucionado hacia el conservadurismo. Pero, en general, los medios de Estados Unidos han sido extremadamente eficaces a la hora de hacer inofensivos a los dibujantes, a los caricaturistas. Hoy los medios tienen miedo de publicar cosas que ofendan a alguien, porque eso puede suponer pérdida de ingresos publicitarios.
Las caricaturas, los cómics, siempre son transgresores. ¿Por qué?
Porque, como dice la Semiótica, son unidades de significación muy pequeñas. No importa cuán políticamente correcta, o cautelosa, sea, cada viñeta es un insulto, porque simplifica hasta el extremo. Se las puede usar con sutileza -por ejemplo, al transformar a las personas en ratones-, pero siempre son muy obvias. En todo caso, yo soy un fundamentalista de la libertad de expresión.
Y el ataque a Charlie Hebdo es un ataque a la libertad de expresión.
Desde luego. En el caso de las caricaturas de Mahoma publicadas en 2005 por el diario danés Jyllnads-Posten, ése no era el caso. Aquéllas eran caricaturas hechas para ofender. No era arte. Con Charlie Hebdo no se dan esas circunstancias. Charlie es crítica con todo. No intenta ofender a ningún profeta. Y además sus obras se sitúan dentro de la tradición de la laicité (laicismo), que arranque en la Revolución Francesa y de la que carecemos en EEUU. Claro que cada país tiene sus peculiaridades. En Francia es un delito negar el Holocausto. Y yo creo que eso no tiene ningún sentido. Negar el Holocausto debe estar permitido. Es parte de una sociedad sofisticada como la que tenemos. De hecho, en Irán hay un concurso de cómics que nieguen el Holocausto y que ataquen al Estado de Israel. Yo he participado, y voy a seguir haciéndolo. De hecho, he escrito cómics negando el Holocausto, en revistas como Harper's y el New Yorker. Todas las religiones -incluyendo en la que yo me crié- son una estupidez, pero todos los seres humanos tienen derecho a ser estúpidos.
No teme que Charlie Hebdo acabe siendo instrumentalizado por los políticos?
Eso es algo muy complicado. Ahora todos los políticos dicen que son Charlie... Pero no es nuevo. Los dibujantes han sido arrestados en el pasado, en el presente, y volverán a serlo en el futuro.
Ha mencionado la transformación de seres humanos en ratones. En 'Sin la sombra de las Torres' eso pasa esporádicamente. En 'Maus' los judíos son siempre ratones; los nazis, gatos; y los polacos, cerdos. Los gatos y ratones se pueden entender -los primeros se comen a los segundos- pero ¿y los cerdos?
Cuando lo hice, sabía que estaba jugando con una metáfora que era una distracción. Pero es que yo me crié de pequeño con los dibujos animados de 'Tom y Jerry', en los que el gato persigue a los ratones. Así que los alemanes eran los gatos, y los judíos, los ratones. Pero luego estaban los polacos. Necesitaba una forma de separarlos. Había que encontrar otro animal. Y ahí es donde llegaron los cerdos. En los dibujos de 'Bugs Bunny' hay conejos, mofetas, y cerditos. El Tercer Reich había planeado hacer trabajar a los polacos y a los rusos hasta la muerte, un poco como si fueran animales domésticos, o sea, cerdos. Los judíos, sin embargo, debían ser exterminados como si fueran una plaga, alimañas, o sea, como ratas y ratones. Al mismo tiempo, a mi padre los polacos le aterraban. Cuando los nazis exterminaron a los judíos, los polacos se quedaron con las propiedades de los supervivientes. De modo que elegí un animal que no es kosher [puro, para los judíos tradicionales].


http://www.elmundo.es/cultura/2015/02/05/54d32ac1268e3eca358b456e.html

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