El Museo Arqueológico Nacional expondrá en línea los 31.000 documentos del
archivo del ingeniero que que descubrió y estudió sobresalientes yacimientos
del Sudeste español
Luis Siret, en Mazarrón (Murcia) en
1887, con un gato. /COLECCIÓN JUAN GRIMA
A Luis Siret (1860-1934) le
gustaban los gatos, las palmeras, las obras de caridad y, sobre todo, los
secretos del pasado y el sur de España. Gracias a este belga tan dotado para la
ingeniería como para el dibujo, se desenterraron sobresalientes yacimientos de
la Prehistoria que habían permanecido ocultos en el sudeste peninsular, como
Los Millares, Villaricos o El Argar, que desvelaron nuevas conexiones entre
culturas y deshicieron algunos axiomas de cartón piedra.
Sus cuadernos de excavación, sus
láminas, sus cartas, sus dibujos, sus textos científicos y sus informes
conforman el archivo Siret, adquirido por el Estado español en agosto de 1956
junto a su biblioteca. Hasta ahora habían estado disponibles para cualquier
investigador que acudiese al Museo Arqueológico Nacional (MAN), donde están
depositados, pero a partir del próximo martes tendrán una visibilidad infinita.
“Se trataba de poner en valor su trabajo”, subraya la jefa del archivo del MAN,
Aurora Ladero. Tras haber sido estudiados, catalogados y digitalizados los
31.000 documentos, serán accesibles en la web del Museo y el portal CER.ES (Colecciones en Red, del Ministerio de Educación, Cultura
y Deporte). Será una vía directa para acercarse a la personalidad y
la labor de Siret, desconocida fuera del ámbito arqueológico pese a su
trascendencia. “Es un pionero de la Arqueología. Con sus trabajos da a conocer
la Prehistoria española en Europa”, destaca Concha Papí, técnica del archivo del
Museo y arqueóloga.
Llegó a España con 21 años y ya
nunca se quiso ir, excepto durante el duro paréntesis de la Primera Guerra
Mundial, que pasó entre Bélgica y Holanda, muy afectado por el conflicto y las
heridas de su hijo. Cuando murió en 1934 en su casa de Herrerías, en Cuevas del
Almanzora —donde desarrolló su primera obra de ingeniería junto a su hermano
Henri: la conducción de agua potable a la localidad, una infraestructura
providencial en un lugar maltratado por la sequía y la aridez—, había acumulado
un legado impresionante en libros, documentos y piezas arqueológicas, excavadas
en paralelo a su actividad profesional (desde 1900 dirigió la Sociedad Minera
de Almagrera). A lo largo de cinco décadas de prospecciones reunió, según
Martín Almagro-Gorbea, catedrático de Historia de la Universidad Complutense,
“las mejores colecciones que nunca un particular ha llegado a reunir sobre la
Prehistoria de la Península Ibérica”.
Esos fondos tuvieron varias vidas.
Los obtenidos por los dos hermanos Siret, Luis y Henri, antes de la marcha del
segundo a Bélgica se vendieron entre diferentes instituciones y particulares.
Una práctica ilícita hoy, pero no entonces. “Ni era raro ni ilegal que se
intercambiasen piezas entre arqueólogos o se vendiesen”, puntualiza Virginia
Salve, jefa del departamento de Documentación del MAN. Una parte notable está
en el Musée du Cinquantenaire (antes Musées Royaux d'Art et d'Histoire,
Bruselas) y el British Museum (Londres), pero también hay restos arqueológicos
en Harvard, Oxford, Cambridge o Roma. “Hasta 1887 toda su colección salió
fuera”, señala Juan Grima, historiador y editor almeriense, que acaba de
publicar Las Casitérides y el imperio colonial de los fenicios,
escrito por Luis Siret a finales del XIX —sus obras, en francés, se publicaban
originalmente en el exterior— y que había permanecido inédito hasta ahora en
España.
Cuando Luis Siret emprendió su
labor en solitario, con la ayuda del eficaz y leal capataz Pedro Flores —un
agricultor de Antas dotado de talento natural y formado por el ingeniero a la
medida de sus necesidades—, el destino de las colecciones cambia. En 1905 dona
a la Real Academia de la Historia piezas tan singulares como una estela fenicia
del siglo IV a. C. con inscripciones o la Sirena de Villaricos, “una obra
excepcional en la plástica prerromana de Hispania, pues ofrece elementos de
tradición neohitita que pasaron al arte sirio-fenicio de la costa siria”,
valora Almagro-Gorbea en un artículo.
Siret, que
descendía de aristócratas franceses que habían burlado la guillotina
refugiándose en Bélgica, mostró una generosidad mayor que la de sus
descendientes, que pleitearon con el Estado por su legado. Su gesto más
altruista llegó en 1928, cuando dona parte de su colección al Estado español,
seis años antes de morir. Miles de piezas que hoy custodia el MAN y que no
acabaron en Estados Unidos por la firmeza del ingeniero, según la historia que
relató su nuera, Ophelia Quintas de Carvalho, en una biografía sobre el
arqueólogo difundida en la revista Axarquía (2010) por Juan
Grima.
“Rechazó igualmente con
indiferencia la inmensa oferta hecha por unos americanos, de cinco millones de
pesetas por sus colecciones. Viendo ellos que Siret no contesta, creen que su
oferta no está a la altura de este tesoro y presentando un cheque en blanco le
piden que ponga la cantidad de su agrado. Les sonríe Siret amablemente y
contesta con sencillez: ‘El arte no se vende y estos valiosos objetos que
encontré en España los quiero ofrecer a España”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/26/actualidad/1424976160_960405.html
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