Le preguntaron un día a Adolfo Bioy
Casares cuál era el sentido de su obra. Y él acusó el golpe (que diría un
cronista de boxeo) y salió del paso alegando que tales aclaraciones no
incumbían a un narrador. Pero por la noche volvió a la pregunta y se dijo que
un posible sentido para sus escritos sería el de “comunicar al lector el
encanto de las cosas que le inducían a querer la vida, a sentir hasta pena de
que pudiera llegar la hora de abandonarla para siempre”.
Al retornar a Bioy, recordamos
nuestro derecho como lectores a soñar otras vidas posibles. “Cuando soy muy
feliz escribo novelas”, declaró en cierta ocasión. Quizás Bioy, como dice
Rodrigo Fresán, es más completo que Borges, pues en él hay una felicidad que no
se halla en su gran amigo. Es una alegría que sólo conocen las mentes que, con
la ayuda del tiempo, saben transformar la ira, el rencor o la angustia en
humorismo. Aunque a veces ese humorismo en Bioy es el causante de no siempre
comunicar el encanto de las cosas, porque su afán de lucidez le lleva a
descubrir el lado absurdo del mundo, y el afán de veracidad le impide
silenciarlo.
Le gustaba citar el caso de Svevo
que, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó.
Svevo murmuró: “Sería el último”. En esta anécdota solía condensar su idea de
que el humorismo es la más alta forma de la cortesía.
Pero tanto el humorismo como “el
encanto de las cosas” iban a borrarse la última vez que Borges le llamó desde
Ginebra. Bioy le dijo que estaba deseando verle y abrazarle y Borges, con una
voz extraña, le contestó: “No voy a volver nunca más”. La comunicación se
cortó. Días después, Bioy supo que se había producido un equívoco: Borges
estaba llorando, había llamado para despedirse.
En sus textos más admirables el
centro secreto lo construye un equívoco. Eso sucede en El sueño de los
héroes, en el cuento En memoria de Paulina, en la
elegancia de Una magia modesta, en La aventura de un
fotógrafo en La Plata, en ese genial pero todavía increíblemente poco
valorado libro que es Borges, en el muy contemporáneo La
invención de Morel. Inventor de tramas que profundizan en la
ambigüedad de la realidad, Bioy creó a un lector activo, muy moderno, curtido
en la sospecha constante. Y ese centro oculto es precisamente el que hoy le
distancia de los clásicos del “género fantástico” y le hace tan vigente y
actual.
¿También es una broma infinita que,
situados ya más allá del centenario de Bioy, siga sin llegarle el pleno
reconocimiento a su obra? ¿Llegaremos a ver cómo finalmente se produce este
acto de absoluta justicia literaria?
Impacientes en una reunión porque
Bioy no llegaba a tiempo, Borges les dijo a los nerviosos: “Hay dos cosas
seguras: una que Adolfo llegará; otra, que llegará tarde. Cuanto más tarde sea,
más segura es su llegada; si llegara ahora, quizá no llegue”.
Es probable que siga por mucho
tiempo sin llegarle a Bioy el reconocimiento que merece su inmodesta magia
elegante. Pero uno también adivina que, cuanto más tarde llegue, más segura
será su llegada.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/02/actualidad/1422896086_401112.html
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