Eva Yerbabuena vuelve a Madrid
en solitario y se despliega durante una hora y media acompañada por sus músicos
y tres cantaores
Roger Salas Madrid
La bailaora Eva Yerbabuena, durante su
espectáculo "¡Ay!". / fernando alvarado (efe)
Espectáculo de cámara basado en el negro sobre negro (con algunos
grises en el vestuario), la bailaora Eva Yerbabuena nacida en Fráncfort pero de
raigambre andaluza vuelve a Madrid en solitario, se despliega durante una hora
y media acompañada por sus músicos y tres cantaores: Enrique el Extremeño, Juan
José Amador y Alfredo Tejada. La obra es demasiado larga y la alta calidad de
la música salva la integridad de la velada. Con todo, ¡Ay! es mejor que
los otros dos espectáculos anteriores con que la ya hoy consagrada artista
visitó la capital, aquí hay más cohesión y entrega, y, quizás, hasta
concentración en los modos. En forma y potente, dándolo todo, el baile de esta
menuda gran mujer se disfruta siempre.
En escena, pocos elementos escenográficos, una mesa practicable, una
tarima de fondo y un objeto singular que es a la vez silla y podio, escala y
púlpito. Sobre esta madera, cuyo diseño juega a la inestabilidad visual con un
descentrado parecido al que encontramos en la Casa Inclinada de Bomarzo, un
detalle de gusto surrealista que adereza y da dramatismo a la secuencia, la
bailaora evoluciona casi acrobática. Como siempre en La Yerbabuena, no hay
demasiado humor desplegado, sino un baile grave de tendencia concéntrica, muy
acusada esa elipsis hacia sí. A eso, súmese un ramalazo expresionista
liberatorio del gesto y de la geometría. Experimento o fuga del canon, se ve
que aún vive la danzante en la inquietud formal, que no se conforma e indaga en
su potencial.
Bailarina intuitiva y voluntariosa, en sus acercamientos a los modos
contemporáneos y al terreno experimental del ballet flamenco, se manifiesta
epidérmica, poco entrenada para tales menesteres, como si la mezcla (llámese
fusión o lo que se quiera) no fuera un terreno cómodo para sus registros y
destaque. Otra cosa es cuando se centra en lo suyo, y a compás, borda un fraseo
vernáculo y exquisito. En Eva hay calidades sostenidas y maduradas que son su
sello: zapateados muy matizados, plantes y armónico braceo por delante.
Con mucha intención simbólica, la artista se adereza con puños de
farol, mantoncillo, falda corralera y un floripondio de pega, todo en paleta de
grises, y así después se despoja airosamente de todo, vuelve al uniforme negro
que es un mantra. Al final, falda de cola (que no bata) y gran mantón, todo de
negro y todo rigor para un cierre en baile mayor, que sube al público y eleva
el listón.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/02/13/madrid/1423867885_619772.html
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