La exalcaldesa de Madrid en una imagen de archivo.
LUIS SEVILLANO
JUAN JOSÉ MILLÁS
Lo increíble, en el
caso de la ofrenda inmobiliaria que Ana Botella y sus secuaces rindieron a los
especuladores amigos, es que no se presentaran las fuerzas del orden público en
la notaría donde se llevó a cabo el atropello para esposar a los participantes.
El Estado de derecho puede poner debajo del puente a una familia en 24 horas,
pero tarda años en darse cuenta de que alimentar a la economía financiera con
propiedades públicas es un delito de lesa humanidad (signifique lo que
signifique lesa humanidad). Porque no es ya que traficaran con vivienda
protegida, lo que es de cárcel, es que la vendían muy por debajo de su precio
para que los tiburones se dieran un festín al duplicar el alquiler a las
familias para las que la habíamos construido con nuestros impuestos.
Recordamos
perfectamente a Ana Botella, rodeada de guardaespaldas, entrando y saliendo de
la misma peluquería donde le cardaban el pelo a la madrastra de la Cenicienta.
Nos viene ahora a la memoria la maniobra por la que Ruiz-Gallardón le regaló la
alcaldía de Madrid. Parece que la estamos viendo todavía jurar a los inquilinos
que solo cambiaban de casero con la misma lengua de serpiente con la que Aznar
aseguraba que había armas de destrucción masiva. Nos morimos de vergüenza ajena
al evocar su ridículo cósmico en la comparecencia del relaxing cup of café con
leche. ¡Lo que hemos tenido que aguantar! Pero lo que han tenido que aguantar,
sobre todo, las familias desahuciadas por los fondos buitre que se embolsaron,
sin comerlo ni beberlo, decenas de millones de euros en una operación criminal
que hasta ahora parecía no haber dejado rastros. Lo de sin comerlo ni beberlo
es un modo de hablar, claro. Alguien, además de ellos, se pondría las botas.
https://elpais.com/elpais/2019/01/03/opinion/1546519113_308175.html
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