viernes, 4 de enero de 2019

LAS BOTAS. RECORDAMOS PERFECTAMENTE A ANA BOTELLA, RODEADA DE GUARDAESPALDAS, ENTRANDO Y SALIENDO DE LA MISMA PELUQUERÍA DONDE LE CARDABAN EL PELO A LA MADRASTRA DE LA CENICIENTA


La exalcaldesa de Madrid en una imagen de archivo.
LUIS SEVILLANO


JUAN JOSÉ MILLÁS

Lo increíble, en el caso de la ofrenda inmobiliaria que Ana Botella y sus secuaces rindieron a los especuladores amigos, es que no se presentaran las fuerzas del orden público en la notaría donde se llevó a cabo el atropello para esposar a los participantes. El Estado de derecho puede poner debajo del puente a una familia en 24 horas, pero tarda años en darse cuenta de que alimentar a la economía financiera con propiedades públicas es un delito de lesa humanidad (signifique lo que signifique lesa humanidad). Porque no es ya que traficaran con vivienda protegida, lo que es de cárcel, es que la vendían muy por debajo de su precio para que los tiburones se dieran un festín al duplicar el alquiler a las familias para las que la habíamos construido con nuestros impuestos.
Recordamos perfectamente a Ana Botella, rodeada de guardaespaldas, entrando y saliendo de la misma peluquería donde le cardaban el pelo a la madrastra de la Cenicienta. Nos viene ahora a la memoria la maniobra por la que Ruiz-Gallardón le regaló la alcaldía de Madrid. Parece que la estamos viendo todavía jurar a los inquilinos que solo cambiaban de casero con la misma lengua de serpiente con la que Aznar aseguraba que había armas de destrucción masiva. Nos morimos de vergüenza ajena al evocar su ridículo cósmico en la comparecencia del relaxing cup of café con leche. ¡Lo que hemos tenido que aguantar! Pero lo que han tenido que aguantar, sobre todo, las familias desahuciadas por los fondos buitre que se embolsaron, sin comerlo ni beberlo, decenas de millones de euros en una operación criminal que hasta ahora parecía no haber dejado rastros. Lo de sin comerlo ni beberlo es un modo de hablar, claro. Alguien, además de ellos, se pondría las botas.

https://elpais.com/elpais/2019/01/03/opinion/1546519113_308175.html

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