Vista de la fachada de un edificio de Entrevías. Los bloques de
ladrillo del barrio han sido desde los 50 el primer hogar en Madrid de
inmigrantes que llegaron en busca de una vida mejor desde las zonas más pobres
de España, en Andalucía y Extremadura. ANDREA COMAS
SERGIO C. FANJUL
Una vez alquilamos
un coche para ir a explorar La Moraleja y ver cómo viven las personas que
poseen el mundo. Según los últimos datos de la Agencia Tributaria La Moraleja,
como todo el mundo ya sabía, es el barrio más rico de España. Nuestro encuentro
con los ricos, sin embargo, fue decepcionante porque estamos acostumbrados a
ver la riqueza por ahí, nos la enseñan todo el rato: lo que es obsceno es la
pobreza.
En el bar
restaurante de La Moraleja los ricos se parecían a sí mismos: señores con el
pelo peinado hacia atrás, con buenas chaquetas y buenos relojes, señoras
delgadas con joyas. Los hijos de los ricos quieren escapar de la ranciedad que
se le presupone a su clase social y ser también modernos, por eso lucen la
melenita neoliberal que puso de moda Aznar y escuchan a Taburete. Unas chicas
adoptan el estilo hipster/influencer con sombrero de ala ancha y languidez,
mientras montan un mercadillo cuqui. Ahora ser pijo es avant garde.
Por lo demás no hay
mucho ver en La Moraleja: una sucesión de parcelas con muros altos y cámaras de
seguridad; es lo que tiene ser rico, que hay que protegerse. Esta opacidad
estimula nuestra imaginación y vemos en nuestras cabezas piscinas, jaccuzis,
rifles y cabezas de ciervo, sirvientas con cofia, expresionismo abstracto y
martinis en el tejado al atardecer.
Decía un eslogan
revolucionario que había que comerse a los ricos, y lo cierto es que los ricos
tienen pinta de estar muy ricos: tienen buen pelo, buena piel, buenos dientes,
están bien alimentados y sus músculos no están endurecidos por el trabajo
físico, excepto si hacen crossfit.
En Entrevías,
Vallecas, el barrio más humilde de Madrid según la Agencia Tributaria, los pobres
no parecen tan sabrosos, sus cuerpos parecen más castigados por la mala
alimentación y el trabajo duro y lejano, si es que lo tienen.
En este lugar,
atrapado entre autopistas, sobreviven algunas de las casas bajas antiguas con
esos edificios de ladrillo visto y toldo verde botella con los que se ha
construido todo el sudeste madrileño, ese barrizal que acogió a los
trabajadores que llegaron del campo en la segunda mitad del silgo XX. Su
heroicidad fue convertir aquella megápolis chabolista en un sitio donde vivir
decente.
Nos han repetido
hasta la saciedad que ya no hay clases sociales y que todos somos clase media,
pero basta pasearse por estos y otros barrios para comprobar que es mentira.
Otra mentira peor es la de la meritocracia, esa que dice que cada uno tiene lo
que merece y puede conseguir lo que se proponga: sal de tu zona de confort,
rompe tus límites, persigue tus sueños, emprende en un garaje y toca el cielo
de Silicon Valley. La triste realidad es que la gran mayoría de los ricos de La
Moraleja nacieron ricos y la gran mayoría de los pobres de Entrevías nacieron
pobres.
https://elpais.com/ccaa/2019/01/22/madrid/1548155389_472885.html
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