El papel de directores como Ford o Capra condicionó la implicación de EE UU
en el conflicto de 1940
El coronel Frank Capra, a
la derecha, examina unos rollos de película junto al capitán Roy Boulting en
1944. / IWM (GETTY IMAGES)
En 1945 George Stevens, director de películas como Raíces
profundas,Un lugar en el sol o Gigante, y
considerado uno de los grandes cineastas estadounidenses de la historia, se
encontraba en Europa, documentando los esfuerzos bélicos de los aliados a lo
largo y ancho del continente para desballestar el Tercer Reich. A principios de
abril de aquel año el realizador acompañaba a los soldados que liberaron lo que
parecía ser una suerte de prisión en Dachau, a pocos kilómetros de Múnich.
Stevens no sabía que aquel campo de concentración cambiaría para siempre su
vida y la de los voluntarios que le acompañaban.
“Nunca volvió a ser el mismo. Si vas al Archivo
Nacional de Washington y ves ese metraje, un montón de horas donde aparecen
montañas de cadáveres, prisioneros esqueléticos, humo que sale de las entrañas
de la tierra… Todos los cámaras del equipo de Stevens dejaron de filmar:
algunos se pusieron a ayudar, otros simplemente se rompieron. Él fue el único
que siguió grabando hasta que casi no se tenía en pie”. Lo cuenta Mark Harris,
desde Los Ángeles. Este veterano periodista acaba de publicar el libro Five came back (Penguin
Press/Canongate), un impresionante relato que cuenta, a través de la
historia de cinco legendarios directores, el impacto que la Segunda Guerra
Mundial tuvo en Hollywood.
“John Ford, Frank Capra, John Huston, William
Wyler y el propio Stevens son fundamentales para entender como la postura de
Hollywood hacia el conflicto viró desde la presunta neutralidad hasta una
implicación total”, cuenta Harris. El más activo de todos estos cineastas fue
Ford. El mítico director de El hombre tranquilo, Las uvas
de la ira o Centauros del desierto, fue el primero en las
colinas de Los Ángeles en reclamar el apoyo del mundo del espectáculo para los
republicanos que luchaban en España en innumerables actos, públicos y privados,
para después convertirse en la voz de la razón cuando algunos en los grandes
estudios hollywoodienses insistían en que la II Guerra Mundial en ciernes era
tan solo un conflicto interno europeo. “Ford era un convencido y de hecho lo
dejó todo para alistarse en la Marina y ayudar a su manera a documentar lo que
estaba pasando. También fue el primero en introducir metraje real de combate en
una película [La batalla de Midway, en 1942] y el que más y mejor
entendió la importancia de su trabajo para concienciar al público
estadounidense de lo que estaba pasando”, dice Harris, cuyo exhaustivo trabajo
ha recibido las alabanzas de la crítica anglosajona.
Teresa Wright y Dana
Andrews, en 'Los mejores años de nuestra vida'.
De todos los
que dedicaron su tiempo (y, muchas veces, su dinero) para llevar la guerra a
las marquesinas de los teatros y convencer a los
estadounidenses de que aquello era una causa noble, el caso más curioso es el
de Frank Capra. El director deQué bello es vivir o Arsénico
por compasión era conocido en Hollywood por sus veleidades
ideológicas. En 1935, en un viaje a Roma, alabó a Mussolini (se decía que el
realizador tenía una foto del caudillo italiano en su mesilla de noche) y era
harto conocida su aversión a los sindicatos y a cualquier cosa que oliera a
izquierda.
De hecho, Mussolini, gran admirador de Capra, le
ofreció a éste un millón de dólares si rodaba su biografía. Afortunadamente,
Harry Cohn, el presidente de Columbia le quitó la idea de la cabeza al
realizador: “Soy judío, ese tipo está aliado con Hitler”, dijo Cohn para zanjar
el asunto. Sin embargo, Capra cambió cuando conoció a Franklin D. Roosevelt, el
presidente de los Estados Unidos al que detestaba. La cercanía y la claridad de
ideas de éste, junto al hecho de que los desmanes de los alemanes en Europa
empezaban a ser preocupantes, convencieron al director de que había que hacer
algo y rápido. “No ha habido cosa más confusa en la historia del cine que la
ideología de Frank Capra [risas]. ¿Un anarquista? Es posible, yo creo que era
un hombre que funcionaba por impulsos. Pero si algo está claro es queWhy we
fight [la serie de documentales propagandísticos impulsada por Capra]
fue un instrumento imprescindible para acabar con cualquier reticencia que la
sociedad del país pudiera tener contra la entrada de EE UU en la guerra".
Wyler, director de clásicos como Ben-Hur,
se implicó en el conflicto de una forma mucho más humana, seguramente a causa
de la cantidad de amigos que tenía en Reino Unido o la propia Alemania. Su
retrato de los tripulantes del bombardero Memphis Belle o su
metraje de la invasión de Italia son algunas de las piezas más conocidas del
género bélico. “Se tomaba muy en serio su trabajo y la prueba de ello es que
renunció a rodar un documental sobre los soldados de color porque el Alto Mando
querría dulcificarlo y eso no entraba en sus planes”. El efecto que la guerra
tuvo en Wyler se solidificó en su preciosa Los mejores años de nuestras
vidas, drama sobre el retorno a casa de los soldados que vivía de los
recuerdos del propio director.
Para Harris, “Houston fue —probablemente— el más
arrojado de todos ellos, porque para él la cámara era como un escudo, creía que
de algún modo le protegía”, pero el más relevante fue Stevens: “Volvió a casa,
montó y editó lo que había rodado en Dachau y lo envío a los fiscales de
Nuremberg: ese metraje fue decisivo para que en aquellos juicios los criminales
fueran condenados y una de las pocas veces en los que los nazis apartaron los
ojos de la pantalla. Creo que eso lo dice todo”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/31/actualidad/1401539584_375575.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario