Plácido Domingo presume, ahora y
siempre, aquí y en cualquier otro lugar del mundo, de sus orígenes, de ser
español, un sentimiento al que hoy ha puesto voz en el Teatro Real, en un
concierto en el que el público aplaudió y jaleó hasta el delirio a quien siempre
es profeta en su tierra.
Un concierto que el tenor madrileño
ha querido dedicar a “su” tierra y en el que durante más de dos horas y media
ha interpretado, junto a la soprano puertorriqueña Ana María Martínez, músicas
que fueron compuestas “pensando en España”.
Días atrás, en un encuentro con
periodistas, el tenor madrileño prometía diversión, una promesa cumplida, y con
creces, a juzgar por los bravos, los piropos, los olés, los aplausos y otras
muchas muestras de cariño con las que sus paisanos han recompensado a Domingo,
que volvía a pisar el escenario del Real después del susto del año pasado.
Era el mes de julio y el calor
asfixiante cuando, en mitad de los ensayos de la ópera “Il postino”, en la que
iba a poner voz al poeta Pablo Neruda, una embolia pulmonar, hoy felizmente superada,
obligaba a Domingo a ingresar en una clínica madrileña, para una convalecencia
que se prolongó durante días y que le impidió cantar.
Un año después, tal y como prometió
entonces, se ha sacado la espina, ha resarcido a su público, y ha vuelto a demostrar,
a sus 73 años, que está en plena forma, que su voz, que evoluciona hacia el
registro de barítono, sigue potente, en su sitio y provocando emociones.
Y si algo hubo esta noche en el Real
fueron emociones. Desde el minuto uno, desde el mismo instante en que Plácido
Domingo salió al escenario, arropado por la orquesta titular del teatro,
dirigida en esta ocasión por Alejo Pérez.
“Bravo, maestro”, le gritó alguien
desde el patio de butacas, justo antes de que una prolongada ovación saludara
al tenor en su regreso a Madrid. Domingo, emocionado, respondió llevándose la
mano al corazón.
Para este reencuentro con un público
que agotó las entradas para verle pocas horas después de que, hace meses, se
pusieran a la venta, Plácido Domingo ha querido mostrarse muy español,
eligiendo un programa de ópera, en la primera parte, y zarzuela en la segunda,
que prolongó con una más que generosa tanda de propinas.
Domingo interpretó a Verdi en
fragmentos de sus óperas de temática española -”Don Carlo”, “Il trovatore” y “Ernani”-
y, a dúo con Ana María Martínez, se metió en la piel del seductor “Don
Giovanni” de Mozart para interpretar “Lá ci darem la mano”.
La orquesta volvió a Mozart, a la
obertura de “Le nozze di Figaro”, antes de que tenor y soprano regresaran a
Verdi, de nuevo a “Il trovatore”, y antes también de que él, torero, y ella,
zalamera, se declararan su amor en el dúo “¿Me llamabas, Rafaeliyo?” de “El
gato montés”, de Penella.
“España”, de Chabrier, y el
intermedio de “El tambor de granaderos”, de Ruperto Chapí, sirvieron en la
segunda parte para entrar en faena, para que el “maestro” Domingo, todo un
“fenómeno”, como otro admirador gritó desde un palco, pusiera de manifiesto que
a español nadie le gana.
Pícaro, enamorado, celoso, seductor,
desafiante, castizo y más “chulo que un ocho”, con dominio y presencia, Domingo
interpretó fragmentos de zarzuela, un género que ha viajado con él por todo el
mundo durante el medio siglo que lleva en un oficio en el que confía seguir
“mientras el cuerpo aguante”.
Momentos magistrales de zarzuelas
como “La del soto del parral”, “Luisa Fernanda” – su Vidal de “En mi tierra
extremeña” sigue sin tener rival-, o “La del manojo de rosas”. De esta “joya”
de Sorozábal cantó con Ana María Martínez el célebre dúo “Hace tiempo que vengo
al taller”, que puso en pie a todo el teatro.
Mientras en el Real la gente se
volcaba en aplausos con este aristócrata del canto, tras interpretar “Granada”,
en la otra punta de Madrid, en el estadio Santiago Bernabeu, miles de personas
vibraban con otros septuagenarios, sus “satánicas majestades” los Rolling
Stones.
Fuente: EFE
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