Ópera en cinco actos
en versión de concierto
Libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier.
Libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier.
Teatro Real, martes 17 de junio, 2014.
Coro de la Comunidad de Madrid,
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Coro de la Comunidad de Madrid,
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Dirección musical: James Conlon
Guido di Monforte: Franco
Vassallo
El señor de Bethune: Francis
Tójar
El conde Vaudemont: Luis Cansino
Ninetta: Adriana Di Paola
Arrigo: Piero Pretti
Giovanni di Procida: Ferruccio Furlanetto
La duquesa Elena: Julianna Di Giacomo
Danieli: Antonio Lozano
Tebaldo: Alejandro González
Roberto: Fernando Radó
Manfredo: Eduardo Santamaría
I vespri no es una de
las obras más populares de Verdi,
aunque sea la que abre una vía a un nuevo estilo, ya que, como le dijo el
célebre compositor italiano a su amigo Torelli, “El artista debe escrutar el
futuro, ver en el caos nuevos mundos y si en el camino ve muy al fondo una
lucecita, no debe asustarle la oscuridad que le rodea: debe caminar y si alguna
vez tropieza y se cae, levantarse y continuar siempre recto”.
Esta ópera de
transición en la obra de Verdi, se presenta en versión de concierto, lo cual
permite apreciar mejor las finas innovaciones que muestra su arte en constante
transformación. Tras la composición de La
traviata, el compositor de Busseto se lanza a la búsqueda de un
nuevo lenguaje a partir de fórmulas que ha empleado en óperas anteriores, como Ernani o Luisa Miller, transitando en una
dirección musical siempre distinta a la esperada. I vespri siciliani se convierte así en el eslabón
imprescindible para desembocar en Don
Carlo u Otello. Esta ópera
se suma al proyecto que el Teatro Real ha diseñado sobre obras que corresponden
al estilo de la grand opéra:
hasta ahora se han interpretado Les
Huguenots y Rienzi y,
en el futuro, se sumarán al programa La juive
y Guillaume Tell.
La facilidad que tenía
Verdi para ir de París a Italia es de todos conocida: comenzaba la trashumancia
desde Piacenza (la estación que conectaba con su amada Villa Sant´Agata) y de
ahí enlazaba con Turín hasta la capital francesa.
La existencia
desapercibida que le ofrecía la gran urbe cosmopolita le encantaba y fue
durante estas temporadas cuando se volvió a unir con Giuseppina Strepponi, la
que se convertiría en su segunda esposa.
Entonces en París
brillaban Alejandro Dumas hijo y su Dama de las Camelias y la querella a propósito
de Hernani entre los partidarios de una nueva concepción del drama y los
conservadores tradicionalistas de la escena clásica.
Logró el maestro conseguir
un compromiso contractual con la Ópera de París que incluía la participación de
Eugène Scribe como libretista ineludible y elementos propios del modelo
francés, con el inevitable ballet, como pudo apreciarse en la conocida versión
en DVD, que tenía a la mítica Carla Fracci, como prima ballerina en la
performance.
El escritor, ya mayor,
recurrió al apoyo de Charles Duveyrier para recrear otro conflicto político: en
la versión primera eran los flamencos los que luchaban contra los españoles,
ahora los sicilianos, que masacran a los franceses, invasores en el siglo XIII
de su isla.
El argumento no dejaba
de ser comprometido, porque los franceses no tenían un papel muy heroico aquí y
tampoco los isleños, que entran a sangre y fuego con su vendetta (¡daría para
una tesis doctoral contar cuántas veces incluye el texto esta palabra tan
italiana llena de fuerza y de magnetismo!) a los pies del altar de un
matrimonio en curso.
No estuvo satisfecho
Verdi del desempeño de Scribe en este proyecto, ya que este ni siquiera
aparecía por los ensayos, sobre todo porque el compositor gustaba de seguir con
dedicación el trabajo de los escritores, como había hecho en ocasión de la
colaboración con libretistas como Piave o Cammarano.
Existe una búsqueda y
una predilección también por la música colorista y folklórica que aquí se
manifiesta por tarantelas y un bolero en el último acto (Mercè, dilette amiche)
y la posibilidad de ofrecerla en francés, como el Don Carlos, aunque en esta
versión se lleva a cabo en la lengua de Dante, resaltando, como diría el
maestro Muti, gran verdiano, “la pasión, el amor, el silencio, la desilusión,
tal vez también la insolencia, la agresividad o la intolerancia (in somma,
l´”italianità” di Verdi).
Esta vez el Teatro
Real ofreció en versión concierto (lo que ha ahorrado a algunos críticos y
espectadores según se comentaba en la sala, farragosas y surrealistas puestas
en escena) a partir del estreno el día 11 de junio, tres veladas de I vespri.
Bajo la dirección de James Conlon,
el director estadounidense, estuvo acompañado por un cast de los que es difícil
o imposible reunir hoy en día. Llevan a cabo un enorme esfuerzo y una
adecuación impoluta a una partitura exigente y agotadora.
Conlon ha había estado
en el coliseo madrileño en el cumpleaños de Plácido Domingo. Se lamenta de la
escasez con se ofrece esta ópera maravillosa e imprescindible y subraya que hay
que “unificar con la necesaria elocuencia expresiva y el impulso adecuado los
distintos y heterogéneos elementos que la conforman”.
Otra vez la Orquesta
Titular del Teatro Real ha demostrado aquí su calidad y su solvencia para hacer
frente a las dinámicas, las variaciones y la tempestuosidad de una música llena
de fogosidad y turbulencias. Fue necesario convocar a la vez, al Coro de la
Comunidad de Madrid, dirigido por Pedro
Teixeira y al Coro Titular bajo la dirección habitual del argentino Andrés Máspero, ambos excelentes y
ocupando el papel que le corresponde en la partitura, ni en primera fila ni abordando
con “nonchalance” un segundo plano lejano que no escribió para la masa vocal el
maestro de Busseto, enmarcando con rigor y plenitud, las voces protagonistas y
unos secundarios de lujo.
Elabora Piero Pretti un tenor Arrigo similar a
Manrico, se trata de un lírico-spinto, es decir, una cuerda de transición entre
el tenor lírico al dramático, que anticipa a Don Álvaro. Este artista, que está
desarrollando una intensa carrera internacional siempre in crescendo, tiene un
rol escénico y dramático solo superable por las exigencias vocales: una apuesta
dura que redondeó con dos do de pecho que lo dejaron algo exhausto. Es
ardiente, elegante y lleno de romanticismo.
La Duchessa Elena, su
oponente y única voz femenina en este ramillete de hombres, defendida por Julianna Di Giacomo, soprano
estadounidense que ya había cantado en el Real Les Huguenots, Suor Angelica y
el Stabat Mater de Rossini. Un instrumento fresco y amplio aunque no una
dramática de agilidad como pide la parte, difícil de conseguir en la
actualidad.
Realizó una entrada
algo titubeante para afirmarse posteriormente, aunque hizo suspender la
respiración al público en los agudos y en los graves, que de todas formas
solventó con resolución.
Franco Vassallo, en Guido di Monforte es uno de los principales barítonos
de su generación. Estudió canto y literatura moderna en la Universidad de Milán
y ha visitado los mejores roles y teatros de Europa y Estados Unidos. Posee una
voz bella, versatilidad expresiva y lo hizo con gracia y gusto, con solvencia.
Como Giovanni di Procida, Ferruccio Furlanetto fue tal vez el más ovacionado de la noche,
sólido, majestuoso, concentrado e introvertido dando vida al luchador por la
libertad, papel que aseguró con la misma tenacidad con que desarrolla
habitualmente un Don Quijote o un Felipe II lúgubre y agónico en el Don Carlo.
Fue muy ovacionado durante todo el transcurso de la ópera y también al final.
Siempre grande. Emocionante.
Deslumbró el resto del
reparto por la consistencia y la elegancia con que dio cobertura a los
protagonistas: Francis Tójar, el
bajo malagueño en el desempeño de Il Sire de Bethune, Luis Cansino, un versátil barítono de bella voz nacido en Madrid,
como Il Conde Vaudemont, junto a la Ninetta de Adriana di Paola, una cantante siciliana de reverberante presencia
en el escenario, estilosa y grácil, que cursó estudios con Renata Scotto y ha
recorrido a pesar de su juventud, personajes y teatros a lo largos de estos
últimos años.
Antonio Lozano compuso a Danieli, con elegancia y desenvoltura, como
ocurrió en el caso del Tebaldo de Alejandro
González, tenor santanderino que divide su tiempo entre la ópera y la
zarzuela con igual facilidad. Finalmente exquisito y bello el Roberto del
argentino Fernando Radó, finalista
en el concurso Operalia dirigido por Plácido Domingo en Moscú, que ya cantó en
el Real Boris Godunov y Alceste. Otro tenor cántabro, Eduardo Santamaría, de gran repertorio, cerró un cast inigualable y
de fábula.
Un “peccato”, la sala
que no consiguió llenarse, la última noche de la representación de I vespri,
porque el esfuerzo y la excelencia del resultado teatral y vocal lo merecían
todo.
El público vitoreó,
aplaudió, consagró con “bravi” si hacía falta, una velada de campanillas. Fuera,
en un restaurante colindante con el teatro, el maestro Ferruccio Furlanetto
rodeado amigablemente y distendido de autoridades de varios teatros madrileños,
compartía espacio (que no mesa, ¡ay!) con esta cronista. Otra vez será,
confiemos…
Alicia
Perris
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