sábado, 21 de junio de 2014

LUJOSA VESPRI SICILIANI EN EL TEATRO REAL



Ópera en cinco actos en versión de concierto
Libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier.
Teatro Real, martes 17 de junio, 2014.

Coro de la Comunidad de Madrid,
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Dirección musical:      James Conlon
Guido di Monforte:     Franco Vassallo
El señor de Bethune:   Francis Tójar
El conde Vaudemont: Luis Cansino
Ninetta:                         Adriana Di Paola
Arrigo:                           Piero Pretti
Giovanni di Procida:  Ferruccio Furlanetto
La duquesa Elena:      Julianna Di Giacomo
Danieli:                         Antonio Lozano
Tebaldo:                        Alejandro González
Roberto:                        Fernando Radó
Manfredo:                    Eduardo Santamaría


I vespri no es una de las obras más populares de Verdi, aunque sea la que abre una vía a un nuevo estilo, ya que, como le dijo el célebre compositor italiano a su amigo Torelli, “El artista debe escrutar el futuro, ver en el caos nuevos mundos y si en el camino ve muy al fondo una lucecita, no debe asustarle la oscuridad que le rodea: debe caminar y si alguna vez tropieza y se cae, levantarse y continuar siempre recto”.
Esta ópera de transición en la obra de Verdi, se presenta en versión de concierto, lo cual permite apreciar mejor las finas innovaciones que muestra su arte en constante transformación. Tras la composición de La traviata, el compositor de Busseto se lanza a la búsqueda de un nuevo lenguaje a partir de fórmulas que ha empleado en óperas anteriores, como Ernani o Luisa Miller, transitando en una dirección musical siempre distinta a la esperada. I vespri siciliani se convierte así en el eslabón imprescindible para desembocar en Don Carlo u Otello. Esta ópera se suma al proyecto que el Teatro Real ha diseñado sobre obras que corresponden al estilo de la grand opéra: hasta ahora se han interpretado Les Huguenots y Rienzi y, en el futuro, se sumarán al programa La juive y Guillaume Tell.

 La facilidad que tenía Verdi para ir de París a Italia es de todos conocida: comenzaba la trashumancia desde Piacenza (la estación que conectaba con su amada Villa Sant´Agata) y de ahí enlazaba con Turín hasta la capital francesa.
La existencia desapercibida que le ofrecía la gran urbe cosmopolita le encantaba y fue durante estas temporadas cuando se volvió a unir con Giuseppina Strepponi, la que se convertiría en su segunda esposa.
Entonces en París brillaban Alejandro Dumas hijo y su Dama de las Camelias y la querella a propósito de Hernani entre los partidarios de una nueva concepción del drama y los conservadores tradicionalistas de la escena clásica.
Logró el maestro conseguir un compromiso contractual con la Ópera de París que incluía la participación de Eugène Scribe como libretista ineludible y elementos propios del modelo francés, con el inevitable ballet, como pudo apreciarse en la conocida versión en DVD, que tenía a la mítica Carla Fracci, como prima ballerina en la performance.
El escritor, ya mayor, recurrió al apoyo de Charles Duveyrier para recrear otro conflicto político: en la versión primera eran los flamencos los que luchaban contra los españoles, ahora los sicilianos, que masacran a los franceses, invasores en el siglo XIII de  su isla.
El argumento no dejaba de ser comprometido, porque los franceses no tenían un papel muy heroico aquí y tampoco los isleños, que entran a sangre y fuego con su vendetta (¡daría para una tesis doctoral contar cuántas veces incluye el texto esta palabra tan italiana llena de fuerza y de magnetismo!) a los pies del altar de un matrimonio en curso.
No estuvo satisfecho Verdi del desempeño de Scribe en este proyecto, ya que este ni siquiera aparecía por los ensayos, sobre todo porque el compositor gustaba de seguir con dedicación el trabajo de los escritores, como había hecho en ocasión de la colaboración con libretistas como Piave o Cammarano.

 Existe una búsqueda y una predilección también por la música colorista y folklórica que aquí se manifiesta por tarantelas y un bolero en el último acto (Mercè, dilette amiche) y la posibilidad de ofrecerla en francés, como el Don Carlos, aunque en esta versión se lleva a cabo en la lengua de Dante, resaltando, como diría el maestro Muti, gran verdiano, “la pasión, el amor, el silencio, la desilusión, tal vez también la insolencia, la agresividad o la intolerancia (in somma, l´”italianità” di Verdi).
Esta vez el Teatro Real ofreció en versión concierto (lo que ha ahorrado a algunos críticos y espectadores según se comentaba en la sala, farragosas y surrealistas puestas en escena) a partir del estreno el día 11 de junio, tres veladas de I vespri. Bajo la dirección de James Conlon, el director estadounidense, estuvo acompañado por un cast de los que es difícil o imposible reunir hoy en día. Llevan a cabo un enorme esfuerzo y una adecuación impoluta a una partitura exigente y agotadora.
Conlon ha había estado en el coliseo madrileño en el cumpleaños de Plácido Domingo. Se lamenta de la escasez con se ofrece esta ópera maravillosa e imprescindible y subraya que hay que “unificar con la necesaria elocuencia expresiva y el impulso adecuado los distintos y heterogéneos elementos que la conforman”.
Otra vez la Orquesta Titular del Teatro Real ha demostrado aquí su calidad y su solvencia para hacer frente a las dinámicas, las variaciones y la tempestuosidad de una música llena de fogosidad y turbulencias. Fue necesario convocar a la vez, al Coro de la Comunidad de Madrid, dirigido por Pedro Teixeira y al Coro Titular bajo la dirección habitual del argentino Andrés Máspero, ambos excelentes y ocupando el papel que le corresponde en la partitura, ni en primera fila ni abordando con “nonchalance” un segundo plano lejano que no escribió para la masa vocal el maestro de Busseto, enmarcando con rigor y plenitud, las voces protagonistas y unos secundarios de lujo.
Elabora Piero Pretti un tenor Arrigo similar a Manrico, se trata de un lírico-spinto, es decir, una cuerda de transición entre el tenor lírico al dramático, que anticipa a Don Álvaro. Este artista, que está desarrollando una intensa carrera internacional siempre in crescendo, tiene un rol escénico y dramático solo superable por las exigencias vocales: una apuesta dura que redondeó con dos do de pecho que lo dejaron algo exhausto. Es ardiente, elegante y lleno de romanticismo.
La Duchessa Elena, su oponente y única voz femenina en este ramillete de hombres, defendida por Julianna Di Giacomo, soprano estadounidense que ya había cantado en el Real Les Huguenots, Suor Angelica y el Stabat Mater de Rossini. Un instrumento fresco y amplio aunque no una dramática de agilidad como pide la parte, difícil de conseguir en la actualidad.
Realizó una entrada algo titubeante para afirmarse posteriormente, aunque hizo suspender la respiración al público en los agudos y en los graves, que de todas formas solventó con resolución.
Franco Vassallo, en Guido di Monforte es uno de los principales barítonos de su generación. Estudió canto y literatura moderna en la Universidad de Milán y ha visitado los mejores roles y teatros de Europa y Estados Unidos. Posee una voz bella, versatilidad expresiva y lo hizo con gracia y gusto, con solvencia.
 Como Giovanni di Procida, Ferruccio Furlanetto fue tal vez el más ovacionado de la noche, sólido, majestuoso, concentrado e introvertido dando vida al luchador por la libertad, papel que aseguró con la misma tenacidad con que desarrolla habitualmente un Don Quijote o un Felipe II lúgubre y agónico en el Don Carlo. Fue muy ovacionado durante todo el transcurso de la ópera y también al final. Siempre grande. Emocionante.


Deslumbró el resto del reparto por la consistencia y la elegancia con que dio cobertura a los protagonistas: Francis Tójar, el bajo malagueño en el desempeño de Il Sire de Bethune, Luis Cansino, un versátil barítono de bella voz nacido en Madrid, como Il Conde Vaudemont, junto a la Ninetta de Adriana di Paola, una cantante siciliana de reverberante presencia en el escenario, estilosa y grácil, que cursó estudios con Renata Scotto y ha recorrido a pesar de su juventud, personajes y teatros a lo largos de estos últimos años.
Antonio Lozano compuso a Danieli, con elegancia y desenvoltura, como ocurrió en el caso del Tebaldo de Alejandro González, tenor santanderino que divide su tiempo entre la ópera y la zarzuela con igual facilidad. Finalmente exquisito y bello el Roberto del argentino Fernando Radó, finalista en el concurso Operalia dirigido por Plácido Domingo en Moscú, que ya cantó en el Real Boris Godunov y Alceste. Otro tenor cántabro, Eduardo Santamaría, de gran repertorio, cerró un cast inigualable y de fábula.
Un “peccato”, la sala que no consiguió llenarse, la última noche de la representación de I vespri, porque el esfuerzo y la excelencia del resultado teatral y vocal lo merecían todo.
El público vitoreó, aplaudió, consagró con “bravi” si hacía falta, una velada de campanillas. Fuera, en un restaurante colindante con el teatro, el maestro Ferruccio Furlanetto rodeado amigablemente y distendido de autoridades de varios teatros madrileños, compartía espacio (que no mesa, ¡ay!) con esta cronista. Otra vez será, confiemos…

Alicia Perris

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