miércoles, 18 de junio de 2014

QUERIDO SHERLOCK...

Todos los días siguen llegando cartas al 221B de Baker Street de seguidores del detective que le piden consejos y le preguntan por su enigmática vida.


Estatua de Sherlock Holmes en Londres. C. FRESNEDA

CARLOS FRESNEDA Londres 

Las cartas siguen llegando puntualmente al número 221B de Baker Street. Unas 700 todos los años, dirigidas a Sherlock Holmes y urgiéndole una respuesta apremiante. Le preguntan por las mujeres en su vida, por la intrincada relación entre el amor y el crimen o por la auténtica naturaleza de la amistad con su querido Watson. Quieren saber cómo se enganchó a la cocaína, qué marca de tabaco fuma en su pipa y si es cierto que una vez hirió a su ama de llaves, Mrs. Hudson, mientras limpiaba el revólver. Le piden que resuelva de una vez por todas el caso de Jack 'el Destripador', que acuda en auxilio de un perrazo emparentado con el de los Baskerville o, ya puestos, que resuelva el misterio del triángulo de las Bermudas y que acabe de una vez con la carrera armamentística. Su secretaria insiste en que el Señor Holmes se retiró hace tiempo y que disfruta de su jubilación en Sussex, pero los lectores implacables de las cuatro novelas y de los 56 relatos que completan el 'canon holmesiano' (publicados entre los años 1887 y 1926) quieren saberlo todo...
Querido Sherlock Holmes, me pica la curiosidad por saber si además del 221B de Baker Street hay un 221A, y si es así, si hay algún apartamento vacío. Estoy pensando en alojarme temporalmente en Londres y no puedo pensar en una dirección que me venga mejor. Muy cordialmente, John Rutherford
El número 221B de Baker Street sólo existía, en tiempos, en la imaginación de Arthur Conan Doyle. El oftalmólogo escocés ya había ubicado allí a su héroe incluso antes de su traslado a Londres, a esa consulta médica en la que no entraba nadie. Para Conan Doyle, las aventuras de Sherlock Holmes fueron una manera de combatir el tedio mientras perseguía la gloria literaria con novelones históricos que nadie leía.
Al final, su recuerdo está ligado a esta dirección ficticia en el barrio bien Marylebone, cuajado de consultas grises como la suya. Baker Street moría entonces a la altura del 100, y no fue hasta 1932 (dos años después de la muerte del escritor) cuando la calle se estiró hacia Regents Park y alcanzó el número fatídico.
La Abbey National Building Society ocupó el inmueble situado entre el 219 y el 229. Así se resolvió finalmente el dilema al que se enfrentaban los carteros, que no sabían dónde entregar las cartas dirigidas al 221B de Baker Street. La avalancha del correo era tal, que el Abbey National decidió liberar sucesivamente a sus empleados en calidad de secretarios de Sherlock Holmes para atender la correspondencia. La última en desempeñar ese papel fue Sue Brown, que ayudó a recopilar Cartas a Sherlock Holmes, un clásico de Penguin desde la primera edición en 1985.
En 1990 se abrió, por cierto, en Baker Street otro número 221B, a la altura del Museo de Sherlock Holmes (desafiando toda lógica y encajado entre el número 237 y el 241). Durante más de 15 años, hubo una peliaguda disputa por la dirección más popular de Londres. Los carteros no supieron con qué carta quedarse, hasta que Abbey House echó el cierre y el Museo ganó la partida. Y asumió, de paso, la ingente labor de despachar la correspondencia del detective, inmortalizado en la famosa estatua de John Doubleday junto al metro de Baker Street.
Previo paso por la tienda de regalos y reliquias, más de 70.000 visitantes suben todos los años los 17 escalones de rigor de la casa-museo de Holmes, con vistas a Baker Street, con parada obligada ante su colección de pipas, ante la imagen de cera del Profesor Moriarty o ante la cabeza del sabueso de los Baskerville, exhibida como un trofeo de caza.
El museo se ha convertido entre tanto en objeto de un litigio familiar que ha saltado a grandes titulares: el fundador, John Aidiniantz y su madre, Grace, han acabado en los tribunales por cuenta del dinero y de la memoria del detective, reclamada también por la Sherlock Holmes International Society, por el hotel Sherlock Holmes o por el pub Sherlock Holmes, en lo que fue el hotel Northumberland.
Querido Señor, soy un entusiasta lector de sus aventuras y necesito una respuesta. ¿Cuántas veces está el amor en la raíz de un crimen? ¿Es posible convertirse en un asesino sólo por amor? Hans Rauchsning
"Dadme problemas, dadme trabajo, dadme los más abstrusos criptogramas", clama Holmes. "O dadme el más intrincado de los análisis, y entonces me sentiré en mi propia atmósfera, y podré liberarme de los estimulantes artificiales".
Sherlock Holmes (que en el primer borrador se llamaba Sherrinford) heredó su capacidad de deducción del doctor Joseph Bell. Conan Doyle fue su asistente en la Universidad de Edimburgo, y quedó prendado como todos sus aprendices de su capacidad para extraer conclusiones a partir de los más pequeños detalles de sus pacientes.
"De una gota de agua, un pensador lógico tendría que ser capaz de inferir la existencia del Atlántico o de las cataratas del Niágara, sin haberlos visto ni oído", escribe Holmes en un artículo sobre el tema, contenido en 'Estudio en Escarlata'. "De modo que toda la vida es una gran cadena, y su auténtica naturaleza salta a la vista cuando alguien nos muestra el vínculo. Como todas las artes, la ciencia de la deducción y del análisis es algo que sólo puede adquirirse con un largo estudio y con paciencia".

En realidad, Holmes era un maestro consumado de la abducción, catalogada a principios del siglo XX por el filósofo y lógico Charles Sanders Peirce como una de las tres formas de razonamiento, junto a la deducción y la inducción. El razonamiento abductivo supone razonar hacia una hipótesis, en vez de razonar desde una hipótesis. Las abducciones surgen como conjeturas espontáneas, y requieren sanas de dosis de imaginación e instinto. Son como destellos de comprensión: para llegar a ellas es preciso dejar libre la mente.
"¡Datos, datos, datos!", reclama Holmes en 'Las hayas cobrizas'. "No puedo hacer ladrillos sin arcilla". "Ya conocéis mi método", advierte en 'El misterio del valle de Boscombe': "está basado en la observación de las cosas más insignificantes".
Esa capacidad extrema para la observación y para reparar en los mínimos detalles, unida a su habilidad para concentrarse y aislarse de las distracciones exteriores (incluidas las emociones) ha llevado a numerosos psicólogos a especular si Holmes podría padecer elsíndrome de Asperger (medio siglo antes de que Hans Asperger diera nombre al trastorno que forma parte del espectro autista).
Así se explica también la testarudez, el ensimismamiento y su incapacidad de empatizar con la gente, más allá de su querido compañero de piso. En las cuatro novelas y los relatos del canon holmesiano nunca aparece, por cierto, la célebre frase: "Elemental, querido Watson". Aunque Holmes utiliza frecuentemente el adjetivo, fue el hijo de Sir Arthur Conan Doyle, Adrian, quien primero usó el soniquete en las historias que dieron continuidad al personaje.
Querido Señor Holmes, perdone que abuse de su tiempo, pero tengo una importante pregunta que hacerle. ¿Era Watson una mujer? Yo digo que no, pero un amigo mío no está de acuerdo. Por favor conteste a esta urgente petición. Sinceramente Cait N. Murphy
John Watson se iba a llamar inicialmente Ormond Sacker, hasta que el propio Conan Doyle se convenció a sí mismo de la conveniencia de un nombre más vulgar para representar al común de los mortales. De vuelta de la Segunda Guerra de Afganistán, necesitado de dinero y de afecto, Watson encuentra su media naranja en un piso compartido en 221B de Baker Street.
En 'El signo de los cuatro' tenemos noticias de su primera esposa, Mary Mortsan. Tras la salida del gran hiato, Mary ya se ha muerto, pero en 'El cliente ilustre' hay constancia de una segunda esposa. El mismo, mientras va encontrando su lugar junto a Holmes, llega a jactarse de "una experiencia con mujeres que se extiende por varias naciones y tres continentes separados".
Suele hablarse de Watson y Holmes como la perfecta alianza entre el corazón y la cabeza. Graham Robb, en su libro 'Extraños: amor homosexual en el sigo XIX', va mucho más allá y asegura sin ambages que "todo el mundo sabe instintivamente que Holmes es gay". Robb ofrece una secuencia de momentos de inusual intimidad entre los dos, no tanto en la vida doméstica como en situaciones de peligro (en 'El sabueso de los Baskerville' o en 'El detective moribundo') en que los dos temen que van a separarse irremisiblemente.
En 'El problema final', destaca Robb, Holmes es atacado en Vere Street, el punto de encuentro de los gays en el Londres victoriano. En el Club Diógenes, fundado por su hermano Mycroft Holmes en 'La aventura del intérprete griego', se dan cita caballeros "tímidos y misántropos" entre los que nuestro detective confiesa sentirse "muy relajado".
Robb sugiere en fin que entre Sherlock y Watson late una historia a lo 'Brokeback Mountain', aunque para la mayoría de los holmesianos la posibilidad de una historia homosexual entre ambos (en la misma época del procesamiento por sodomía de Oscar Wilde) es poco menos que una herejía.
La prueba más concluyente de que a Holmes le gustan las mujeres esIrene Adler (inmortalizada por cierto por Lana Pulver como una dominatrix en la versión televisiva). En 'Escándalo en Bohemia', la original Irene Adler es un cantante de ópera norteamericana que logra seducir a Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de Cassel-Felstein y rey hereditario de Bohemia. La extraña misión de Holmes, que da cuenta su proverbial habilidad para el disfraz, consiste aquí en borrar la prueba de la relación del heredero de la corona y su amante.

Pero el propio Watson, ahí le duele, reconoce desde el arranque del relato la fascinación que su amigo siente por la cantante de ópera... "Para Sherlock Holmes, ella será siempre la mujer. Rara vez le he oído hablar de ella con otro nombre". Como recompensa por sus servicios, y para mantener vivo su recuerdo, Sherlock le pedirá al rey la foto de Irene Adler.
Querido Mr. Holmes, ¿Podría explicarme por favor cómo es que se enganchó usted a la cocaína? ¿Cómo lo ha llevado su asistente, el doctor Watson? ¿Cuánto tiempo le llevó dejar la droga? Sinceramente, Dominick Tufano
"Qué toca hoy? ¿Morfina o cocaína?". El dilema Sherlock en 'El signo de los cuatro' deja con la boca abierta al incrédulo lector, que se niega a aceptar el hecho de que su héroe sea en el fondo un drogadicto (quizás su única debilidad humana conocida). Al propio Watson le preocupa el vicio de su compañero de piso y más de una vez le recrimina ese peligroso hábito de agujerearse el antebrazo para inyectarse la estimulante sustancia...
"¡Considere el coste! Su cerebro puede sentirse despierto y estimulado, pero es un proceso patológico y macabro, que se traduce en la alteración de los tejidos y que puede causarle una permanente debilidad. ¿Por qué debería usted arriesgar por un mero placer la posibilidad de perder todos esos poderes con los que ha sido dotado? Recuerde que le hablo no sólo como un amigo a otro amigo, sino como un hombre de medicina".
A sugerencia de Sigmund Freud, uno de sus más conspicuos defensores y consumidores, la cocaína había sido introducida en 1884 por el oftalmólogo Karl Koller como un anestésico novedoso. Su consumo era legal a finales del siglo XIX y aún se tardaría varias décadas en conocer sus efectos y su poder adictivo.
Sherlock Holmes recurre ocasionalmente a la droga cuando le asalta el tedio y no tiene un caso que le estimule. El peligroso hábito se va diluyendo con el tiempo, y casi desaparece tras el famoso gran hiato (entre 'El problema final' y 'La aventura de la casa vacía') en el que Conan Doyle decidió enterrar a su personaje: "O le mataba yo, o me mataba él a mí..."
Resucitado en la vida ficticia (su caída en las cataratas de Reichenbach junto a su némesis, el profesor Moriarty, no fue más que una argucia para engañar a sus enemigos), Holmes procura mantenerse mentalmente activo y no volver a las andadas. En 'La aventura del tres cuartos desaparecido', el propio Watson admite que tiene siempre un ojo puesto por si acaso sobre su eterno amigo: "Era bien consciente de que no estaba muerto, sino dormido, y siempre me aseguraba de que tenía un sueño ligero y estaba presto a despertarse, especialmente en sus períodos de inactividad".
En el otro vicio perdonable, el de la pipa, Watson es un aliado incorregible, aunque no pierde ocasión para recriminar (y recriminarse) el acto del envenenamiento por tabaco, que también tiene sus contrapartidas: Holmes llega a escribir con el tiempo un monográfico en el que identifica 140 variedades distintas de ceniza (una pista impagable para reconocer la marca de tabaco que fumaba el asesino).
Querido Mr. Holmes, he admirado su destreza como detective durante nueve años y sólo en el momento de enviarle esta carta me he dado cuenta de un hecho del que decido informarle. ¡Feliz 120 cumpleaños! Con admiración. David Corbett
Sherlock Holmes nació hacia 1854 y hace tiempo que alcanzó la inmortalidad. El Museo de Londres le dedica en octubre una exposición con motivo de su 160 cumpleaños y bajo el título 'El hombre que nunca vivió y que nunca morirá'.
"El aire de Londres es más dulce por mi presencia", llegó a decir en su dilatada vida el detective sagaz, abriéndose paso entre la espesa niebla. Esa ciudad brumosa y posdickensiana, sacudida por el espectro de Jack 'el Destripador' y otros ilustres coetáneos, es la que pretende explorar la exposición.
"Aspiramos a tender un puente insólito entre la realidad y la ficción", confiesa el comisario de la muestra, Alex Werner, que promete ahondar como nunca antes en los antecedentes literarios de Holmes (en especial C. August Dupin, el detective parisino creado por Edgar Allan Poe) y ofrecer el repaso más exhaustivo de su múltiples reencarnaciones: desde las ilustraciones de Sidney Paget para los relatos de 'The Strand' al abrigo Belstaff de Benedict Cumberbatch en la serie de la BBC, pasando por el sombrero de cazador de gamos o por el estuche con jeringuilla y dos agujas para la automedicación.
"Vamos a examinar a Holmes desde todos los ángulos", promete Werner. "Y vamos a seguir la sombra de Conan Doyle por cada callejón trasero, por cada muelle y por cada lámpara de gas de esta ciudad donde vivió sólo un puñado de años pero que hizo suya para la eternidad".


http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/15/539cbf4c268e3e3d6c8b458e.html

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