Todos los días siguen llegando
cartas al 221B de Baker Street de seguidores del detective que le piden
consejos y le preguntan por su enigmática vida.
Estatua de Sherlock Holmes en Londres. C. FRESNEDA
CARLOS FRESNEDA Londres
Las cartas siguen llegando puntualmente al número
221B de Baker Street. Unas 700 todos los años, dirigidas a Sherlock
Holmes y urgiéndole una respuesta apremiante. Le preguntan por las
mujeres en su vida, por la intrincada relación entre el amor y el crimen o por
la auténtica naturaleza de la amistad con su querido Watson. Quieren saber cómo
se enganchó a la cocaína, qué marca de tabaco fuma en su pipa y si es cierto
que una vez hirió a su ama de llaves, Mrs. Hudson, mientras limpiaba el
revólver. Le piden que resuelva de una vez por todas el caso de Jack 'el
Destripador', que acuda en auxilio de un perrazo emparentado con el de los
Baskerville o, ya puestos, que resuelva el misterio del triángulo de las
Bermudas y que acabe de una vez con la carrera armamentística. Su secretaria
insiste en que el Señor Holmes se retiró hace tiempo y que disfruta de su
jubilación en Sussex, pero los lectores implacables de las cuatro novelas y de
los 56 relatos que completan el 'canon holmesiano' (publicados entre los años
1887 y 1926) quieren saberlo todo...
Querido Sherlock Holmes, me pica la curiosidad por saber si además del 221B
de Baker Street hay un 221A, y si es así, si hay algún apartamento vacío. Estoy
pensando en alojarme temporalmente en Londres y no puedo pensar en una
dirección que me venga mejor. Muy cordialmente, John Rutherford
El número 221B de Baker Street sólo existía, en
tiempos, en la imaginación de Arthur Conan Doyle. El oftalmólogo
escocés ya había ubicado allí a su héroe incluso antes de su traslado a
Londres, a esa consulta médica en la que no entraba nadie. Para Conan Doyle,
las aventuras de Sherlock Holmes fueron una manera de combatir el tedio
mientras perseguía la gloria literaria con novelones históricos que nadie leía.
Al final, su recuerdo está ligado a esta dirección
ficticia en el barrio bien Marylebone, cuajado de consultas grises como la
suya. Baker Street moría entonces a la altura del 100, y no fue hasta 1932 (dos
años después de la muerte del escritor) cuando la calle se estiró hacia Regents
Park y alcanzó el número fatídico.
La Abbey National Building Society ocupó
el inmueble situado entre el 219 y el 229. Así se resolvió finalmente el dilema
al que se enfrentaban los carteros, que no sabían dónde entregar las cartas
dirigidas al 221B de Baker Street. La avalancha del correo era tal, que el
Abbey National decidió liberar sucesivamente a sus empleados en calidad de
secretarios de Sherlock Holmes para atender la correspondencia. La última en
desempeñar ese papel fue Sue Brown, que ayudó a recopilar Cartas a Sherlock
Holmes, un clásico de Penguin desde la primera edición en 1985.
En 1990 se abrió, por cierto, en Baker
Street otro número 221B, a la altura del Museo de Sherlock Holmes
(desafiando toda lógica y encajado entre el número 237 y el 241). Durante más
de 15 años, hubo una peliaguda disputa por la dirección más popular de Londres.
Los carteros no supieron con qué carta quedarse, hasta que Abbey House echó el
cierre y el Museo ganó la partida. Y asumió, de paso, la ingente labor de
despachar la correspondencia del detective, inmortalizado en la famosa estatua
de John Doubleday junto al metro de Baker Street.
Previo paso por la tienda de regalos y reliquias,
más de 70.000 visitantes suben todos los años los 17 escalones de rigor de la
casa-museo de Holmes, con vistas a Baker Street, con parada obligada ante su
colección de pipas, ante la imagen de cera del Profesor Moriarty o
ante la cabeza del sabueso de los Baskerville, exhibida como un trofeo de caza.
El museo se ha convertido entre tanto en objeto de
un litigio familiar que ha saltado a grandes titulares: el fundador, John
Aidiniantz y su madre, Grace, han acabado en los tribunales por cuenta del
dinero y de la memoria del detective, reclamada también por la Sherlock
Holmes International Society, por el hotel Sherlock Holmes o por el pub
Sherlock Holmes, en lo que fue el hotel Northumberland.
Querido Señor, soy un entusiasta lector de sus aventuras y necesito una
respuesta. ¿Cuántas veces está el amor en la raíz de un crimen? ¿Es posible
convertirse en un asesino sólo por amor? Hans Rauchsning
"Dadme problemas, dadme trabajo, dadme los
más abstrusos criptogramas", clama Holmes. "O dadme el más intrincado de
los análisis, y entonces me sentiré en mi propia atmósfera, y podré liberarme
de los estimulantes artificiales".
Sherlock Holmes (que en el primer borrador se
llamaba Sherrinford) heredó su capacidad de deducción del doctor Joseph
Bell. Conan Doyle fue su asistente en la Universidad de Edimburgo, y quedó
prendado como todos sus aprendices de su capacidad para extraer conclusiones a
partir de los más pequeños detalles de sus pacientes.
"De una gota de agua, un pensador lógico
tendría que ser capaz de inferir la existencia del Atlántico o de las cataratas
del Niágara, sin haberlos visto ni oído", escribe Holmes en un artículo
sobre el tema, contenido en 'Estudio en Escarlata'. "De modo que toda la
vida es una gran cadena, y su auténtica naturaleza salta a la vista cuando
alguien nos muestra el vínculo. Como todas las artes, la ciencia de la
deducción y del análisis es algo que sólo puede adquirirse con un largo estudio
y con paciencia".
En realidad, Holmes era un maestro consumado de la
abducción, catalogada a principios del siglo XX por el filósofo y lógico Charles
Sanders Peirce como una de las tres formas de razonamiento, junto a la
deducción y la inducción. El razonamiento abductivo supone razonar hacia una hipótesis,
en vez de razonar desde una hipótesis. Las abducciones surgen como conjeturas
espontáneas, y requieren sanas de dosis de imaginación e instinto. Son como
destellos de comprensión: para llegar a ellas es preciso dejar libre la mente.
"¡Datos, datos, datos!", reclama Holmes
en 'Las hayas cobrizas'. "No puedo hacer ladrillos sin arcilla".
"Ya conocéis mi método", advierte en 'El misterio del valle de
Boscombe': "está basado en la observación de las cosas más insignificantes".
Esa capacidad extrema para la observación y para
reparar en los mínimos detalles, unida a su habilidad para concentrarse y
aislarse de las distracciones exteriores (incluidas las emociones) ha llevado a
numerosos psicólogos a especular si Holmes podría padecer elsíndrome de
Asperger (medio siglo antes de que Hans Asperger diera nombre al
trastorno que forma parte del espectro autista).
Así se explica también la testarudez, el
ensimismamiento y su incapacidad de empatizar con la gente, más allá de su
querido compañero de piso. En las cuatro novelas y los relatos del canon
holmesiano nunca aparece, por cierto, la célebre frase: "Elemental,
querido Watson". Aunque Holmes utiliza frecuentemente el adjetivo, fue
el hijo de Sir Arthur Conan Doyle, Adrian, quien primero usó el soniquete en
las historias que dieron continuidad al personaje.
Querido Señor Holmes, perdone que abuse de su tiempo, pero tengo una
importante pregunta que hacerle. ¿Era Watson una mujer? Yo digo que no, pero un
amigo mío no está de acuerdo. Por favor conteste a esta urgente petición.
Sinceramente Cait N. Murphy
John Watson se iba a llamar inicialmente Ormond Sacker,
hasta que el propio Conan Doyle se convenció a sí mismo de la conveniencia de
un nombre más vulgar para representar al común de los mortales. De vuelta de la
Segunda Guerra de Afganistán, necesitado de dinero y de afecto, Watson
encuentra su media naranja en un piso compartido en 221B de Baker Street.
En 'El signo de los cuatro' tenemos noticias de su
primera esposa, Mary Mortsan. Tras la salida del gran hiato, Mary ya se ha
muerto, pero en 'El cliente ilustre' hay constancia de una segunda esposa. El
mismo, mientras va encontrando su lugar junto a Holmes, llega a jactarse de
"una experiencia con mujeres que se extiende por varias naciones y tres
continentes separados".
Suele hablarse de Watson y Holmes como la perfecta
alianza entre el corazón y la cabeza. Graham Robb, en su libro 'Extraños:
amor homosexual en el sigo XIX', va mucho más allá y asegura sin ambages
que "todo el mundo sabe instintivamente que Holmes es gay".
Robb ofrece una secuencia de momentos de inusual intimidad entre los dos, no
tanto en la vida doméstica como en situaciones de peligro (en 'El sabueso de
los Baskerville' o en 'El detective moribundo') en que los dos temen que van a
separarse irremisiblemente.
En 'El problema final', destaca Robb, Holmes es
atacado en Vere Street, el punto de encuentro de los gays en el Londres
victoriano. En el Club Diógenes, fundado por su hermano Mycroft Holmes en
'La aventura del intérprete griego', se dan cita caballeros "tímidos y
misántropos" entre los que nuestro detective confiesa sentirse "muy
relajado".
Robb sugiere en fin que entre Sherlock y Watson
late una historia a lo 'Brokeback Mountain', aunque para la mayoría de los
holmesianos la posibilidad de una historia homosexual entre ambos (en la misma
época del procesamiento por sodomía de Oscar Wilde) es poco menos
que una herejía.
La prueba más concluyente de que a Holmes le
gustan las mujeres esIrene Adler (inmortalizada por cierto por Lana
Pulver como una dominatrix en la versión televisiva). En 'Escándalo en
Bohemia', la original Irene Adler es un cantante de ópera norteamericana que
logra seducir a Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de
Cassel-Felstein y rey hereditario de Bohemia. La extraña misión de Holmes, que
da cuenta su proverbial habilidad para el disfraz, consiste aquí en borrar la
prueba de la relación del heredero de la corona y su amante.
Pero el propio Watson, ahí le duele, reconoce
desde el arranque del relato la fascinación que su amigo siente por la cantante
de ópera... "Para Sherlock Holmes, ella será siempre la mujer. Rara vez le
he oído hablar de ella con otro nombre". Como recompensa por sus
servicios, y para mantener vivo su recuerdo, Sherlock le pedirá al rey la foto
de Irene Adler.
Querido Mr. Holmes, ¿Podría explicarme por favor cómo es que se enganchó
usted a la cocaína? ¿Cómo lo ha llevado su asistente, el doctor Watson? ¿Cuánto
tiempo le llevó dejar la droga? Sinceramente, Dominick Tufano
"Qué toca hoy? ¿Morfina o cocaína?". El dilema Sherlock en 'El signo
de los cuatro' deja con la boca abierta al incrédulo lector, que se niega a
aceptar el hecho de que su héroe sea en el fondo un drogadicto (quizás su única
debilidad humana conocida). Al propio Watson le preocupa el vicio de su
compañero de piso y más de una vez le recrimina ese peligroso hábito de
agujerearse el antebrazo para inyectarse la estimulante sustancia...
"¡Considere el coste! Su cerebro puede
sentirse despierto y estimulado, pero es un proceso patológico y macabro, que se traduce en la alteración
de los tejidos y que puede causarle una permanente debilidad. ¿Por qué debería
usted arriesgar por un mero placer la posibilidad de perder todos esos poderes
con los que ha sido dotado? Recuerde que le hablo no sólo como un amigo a otro
amigo, sino como un hombre de medicina".
A sugerencia de Sigmund Freud, uno de
sus más conspicuos defensores y consumidores, la cocaína había sido introducida
en 1884 por el oftalmólogo Karl Koller como un anestésico novedoso. Su consumo
era legal a finales del siglo XIX y aún se tardaría varias décadas en conocer
sus efectos y su poder adictivo.
Sherlock Holmes recurre ocasionalmente a la droga
cuando le asalta el tedio y no tiene un caso que le estimule. El peligroso hábito
se va diluyendo con el tiempo, y casi desaparece tras el famoso gran hiato
(entre 'El problema final' y 'La aventura de la casa vacía') en el que Conan
Doyle decidió enterrar a su personaje: "O le mataba yo, o me mataba él a
mí..."
Resucitado en la vida ficticia (su caída en las cataratas
de Reichenbach junto a su némesis, el profesor Moriarty, no fue más
que una argucia para engañar a sus enemigos), Holmes procura mantenerse
mentalmente activo y no volver a las andadas. En 'La aventura del tres cuartos
desaparecido', el propio Watson admite que tiene siempre un ojo puesto por si
acaso sobre su eterno amigo: "Era bien consciente de que no estaba muerto,
sino dormido, y siempre me aseguraba de que tenía un sueño ligero y estaba
presto a despertarse, especialmente en sus períodos de inactividad".
En el otro vicio perdonable, el de la pipa, Watson
es un aliado incorregible, aunque no pierde ocasión para recriminar (y
recriminarse) el acto del envenenamiento por tabaco, que también tiene sus
contrapartidas: Holmes llega a escribir con el tiempo un monográfico en el que
identifica 140 variedades distintas de ceniza (una pista impagable para
reconocer la marca de tabaco que fumaba el asesino).
Querido Mr. Holmes, he admirado su destreza como detective durante nueve
años y sólo en el momento de enviarle esta carta me he dado cuenta de un hecho
del que decido informarle. ¡Feliz 120 cumpleaños! Con admiración. David Corbett
Sherlock Holmes nació hacia 1854 y hace tiempo que
alcanzó la inmortalidad. El Museo de Londres le dedica en octubre una
exposición con motivo de su 160 cumpleaños y bajo el título 'El hombre
que nunca vivió y que nunca morirá'.
"El aire de Londres es más dulce por mi
presencia", llegó a decir en su dilatada vida el detective sagaz,
abriéndose paso entre la espesa niebla. Esa ciudad brumosa y posdickensiana,
sacudida por el espectro de Jack 'el Destripador' y otros
ilustres coetáneos, es la que pretende explorar la exposición.
"Aspiramos a tender un puente insólito entre
la realidad y la ficción", confiesa el comisario de la muestra, Alex
Werner, que promete ahondar como nunca antes en los antecedentes literarios de
Holmes (en especial C. August Dupin, el detective parisino creado
por Edgar Allan Poe) y ofrecer el repaso más exhaustivo de su múltiples
reencarnaciones: desde las ilustraciones de Sidney Paget para los relatos de
'The Strand' al abrigo Belstaff de Benedict Cumberbatch en la serie de la BBC,
pasando por el sombrero de cazador de gamos o por el estuche con jeringuilla y
dos agujas para la automedicación.
"Vamos a examinar a Holmes desde todos los
ángulos", promete Werner. "Y vamos a seguir la sombra de Conan Doyle
por cada callejón trasero, por cada muelle y por cada lámpara de gas de esta
ciudad donde vivió sólo un puñado de años pero que hizo suya para la
eternidad".
http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/15/539cbf4c268e3e3d6c8b458e.html
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