Un insólito cúmulo de
casualidades permitió a Gavrilo Princip asesinar al archiduque en Sarajevo hace
ahora 100 años
Guillermo Altares Madrid
Nunca un cúmulo de casualidades tan insólito ha tenido unas
consecuencias tan pavorosas. Las posibilidades de que Gavrilo Princip
desatase en Sarajevo con dos disparos una guerra mundial, un
atentado del que se cumplen 100 años este sábado, eran mínimas pero ocurrió.
“Era un don nadie, que sin embargo lo cambió todo”, explica Tim Butcher, un escritor de viajes británico que acaba de publicar
un ensayo sobre Princip, The trigger. Hunting the assassin who brought the
world to war (El gatillo. En busca del asesino que llevó al mundo a la guerra).
La mayoría de los historiadores coinciden en que, sin aquel magnicidio, la
Primera Guerra Mundial, la catástrofe de la que surgen todas las demás
catástrofes del siglo XX, no habría estallado. Sin embargo, este joven serbio
de Bosnia de 19 años, un tirador sin experiencia, mató al archiduque Francisco
Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro, del que Bosnia era entonces una
remota provincia, y a su esposa, Sofía, después de encontrarse con ellos por
casualidad: ni el asesino ni sus víctimas tenían previsto estar en el sitio en
el que se cruzaron. Con dos certeros e improbables disparos, destruyó el mundo
tal y como se conocía hasta entonces.
El archiduque con su esposa en Sarajevo el 28 de
junio de 2014. / REUTERS
“El atentado de Sarajevo es un suceso de consecuencias mundiales, una
especie de Zona Cero de la época”, explica el escritor bosnio residente en
Francia Velibor Colic, autor de un relato borgiano del magnicidio, Sarajevo
omnibus (Gallimard). “Fue un complot muy bien organizado pero a la vez muy
caótico, en el que el azar jugó el papel principal. Fue un vaudeville, una
tragicomedia cuyas consecuencias, desgraciadamente, conocemos todos”. Butcher
asegura sobre el improbable protagonista del mayor magnicidio de la historia
(sólo comparable al asesinato de
Kennedy en Dallas en 1963, en el que también hubo una comitiva, un
coche descubierto y un debate nunca acabado sobre los responsables últimos):
“No dejó descendientes directos, porque murió muy joven. Provenía de una
familia extremadamente pobre, de siervos, que debían entregar sus ganancias al
señor feudal. Seis de sus hermanos murieron. Cien años después, cuando conocí a
sus familiares, seguían hablando de la pobreza".
El asesino se encontró ante el convoy en el que viajaban los príncipes
frente a la pastelería Moritz Schiller, que ahora alberga un museo sobre el
magnicidio. Princip estaba allí por casualidad pero, lo que es más grave, el
archiduque y su esposa, también. La leyenda dice que el asesino se estaba comiendo un emparedado
pero, como tantos otros detalles de aquella mañana, no está confirmado porque
muchos documentos se perdieron a lo largo de las guerras que asolaron Europa
desde entonces. Se sabe que formaba parte de un complot para llevar a cabo el
magnicidio que, en aquel momento parecía haber fracasado tras un intento
fallido y después de que tres terrorista no se atreviesen a utilizar las bombas
y las pistolas que llevaban. De repente se topó de bruces con la comitiva regia
y decidió disparar.
Contra toda la lógica, pese a
haber sufrido un atentado fallido esa misma mañana, Francisco Fernando decidió
continuar con su visita a Sarajevo como si nada ocurriese y formase parte de
las costumbres locales lanzar una bomba contra el coche en el que viajaba el
heredero de un imperio. La lógica indicaba que el ataque no era una casualidad
entre otras cosas porque la visita tenía lugar en una fecha de enorme contenido
simbólico: los serbios celebran su día nacional el 28 de junio, San Vito,
cuando perdieron su independencia frente a los turcos en batalla del campo de
los mirlos en 1389, en Kosovo. La escritora
Rebecca West, autora del gran libro de viajes sobre los Balcanes, Cordero
negro, halcón gris, escribió en los años treinta tras entrevistarse en
Sarajevo con varios testigos del magnicidio: “Nadie trabajó tanto para que el
atentado tuviese éxito como las propias víctimas”.
Tras la visita prevista al Ayuntamiento, el gobernador de Bosnia,
Oskar Potiorek, convenció al archiduque para acortar y cambiar el recorrido,
evitando las estrechas calles del centro de Sarajevo. Pero a nadie se le
ocurrió informar al conductor. Cuando se dieron cuenta del error, la comitiva
real se detuvo en mitad del camino con el propósito de cambiar de rumbo: hubo
que empujar el coche a mano porque carecía de marcha atrás. La parada tuvo
lugar ante la pastelería Moritz Schiller, aunque podía haber ocurrido en
cualquier otro lugar. Pero, justo ahí, un joven armado que tal vez estaba allí
para comerse un sándwich se encontró con un blanco perfecto, se subió al alero
del coche y cumplió la misión para la que se había conjurado con otros siete
Jóvenes Bosnios, por orden de una misteriosa y letal organización de Belgrado, la Mano Negra
(el grado de participación del Gobierno serbio sigue siendo un misterio, aunque
está claro que las armas venían de Serbia). La princesa Sofía murió casi
inmediatamente, el archiduque Francisco Fernando media hora después. Eran las
11 de la mañana y el siglo XX acababa de empezar. Treinta y siete días después,
estallaba la Primera Guerra Mundial.
Gavrilo Princip, en una imagen sin fecha. / AFP
El historiador Christopher
Clark, autor de Sonámbulos, el más influyente ensayo de todos
los publicados este año del centenario, insiste en el aspecto casual y pone
sobre la mesa una idea muy inquietante dada la dimensión del desastre que se
avecinaba (la desaparición de cuatro imperios, la Revolución Rusa, el cambio de
las fronteras mundiales, el nacimiento del fascismo y el nazismo, otra Guerra
Mundial, el Holocausto...): si Gavrilo Princip llega a fallar, Francisco
Fernando, que no era un belicista, hubiese evitado la guerra. Sin embargo, Tim
Butcher, que ha pasado años investigando la figura de Princip y que ha
recorrido Bosnia en busca de sus huellas, tiene una visión muy diferente, no de
la chapuza de aquella mañana, pero sí de lo que el asesino representaba.
“Encarna el principal cambio que surgió con el siglo XX: la era de los jóvenes,
de la gente que no tenía voz y que de repente la tuvo. En aquellos años surgieron
los nacionalismos violentos en Irlanda, en Palestina, en lo que sería
Yugoslavia. Es una figura que cobra sentido en medio de todas estas fuerzas que
estaban estallando entonces”. Enmarca el asesinato de Sarajevo dentro de la
lucha de los eslavos del sur por tener un país, que se llamaría Yugoslavia
hasta que los mismos nacionalismos lo destruyeron, y dentro de las revoluciones
europeas de 1848, la Comuna de París en 1870, la rebelión de los jóvenes turcos
en 1908... El asesinato fue una casualidad, pero la guerra era algo que llevaba
un siglo forjándose. La primera mañana del siglo XX fue una larga digestión del
pasado.
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/06/26/actualidad/1403783382_798269.html
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