El miércoles, el grupo llega al Bernabéu. Repasamos las herramientas de las
que se servirán para su seducción colectiva
Concierto de Rolling Stones
en Rock in Rio Lisboa. / CLAUDIO
ÁLVAREZ
El circo está a punto de llegar a la ciudad. Nos
contaran el número de camiones que mueven equipo y escenario, los kilómetros de
cables, los vatios que nos esperan. Tampoco faltará quién recurra a
escandalizarse ante los precios de la reventa, sin averiguar la distancia entre
lo que se demanda y lo que realmente se paga. Aterrizan los Rolling Stones y
todo lo suyo será noticia.
Pero hay un asunto que apenas se trata. Y está en
el corazón de la ceremonia: los instrumentos que utilizan Mick Jagger y
compañía. Aparte de los espectadores músicos, que automáticamente computan en qué
temas Keith Richards toca
sus guitarras de cinco cuerdas y en cuáles recurre a las convencionales. Más
los adictos a la artesanía guitarrera que alucinan ante los modelos de Ron
Wood. Y los bateristas que se pasman ante la simplicidad del kit de
Charlie Watts. Incluso, los que saben de las habilidades de Jagger con la
armónica y esperan que sople con su Lee Oskar.
Son docenas los libros que se explayan sobre la turbulenta vida de los Stones y bastantes menos los que se atreven a explicar la grandeza de su obra. Y sólo hay uno que cuente su odisea musical a través de sus instrumentos y sus amplificadores. Se titula Rolling Stones gear y lo acaba de publicar Backbeat Books; tiene unas 700 páginas y pesa casi tres kilos y medio.
Son docenas los libros que se explayan sobre la turbulenta vida de los Stones y bastantes menos los que se atreven a explicar la grandeza de su obra. Y sólo hay uno que cuente su odisea musical a través de sus instrumentos y sus amplificadores. Se titula Rolling Stones gear y lo acaba de publicar Backbeat Books; tiene unas 700 páginas y pesa casi tres kilos y medio.
Sus autores son Andy Babiuk y Greg Prevost,
miembros de The Chesterfield Kings, aquella banda estadounidense de garage
rock que tuvo su cuarto hora de fama en los antros de Malasaña,
durante los años ochenta. Cuentan con la bendición de los Stones; ha puntuado
en su favor que Babiuk hubiera sacado anteriormente un Beatles gear.
Como músicos, pueden explicar que los Stones
revolucionaron el negocio del directo, que perfilaron lo que ahora es un
concierto de rock multitudinario: un espectáculo milimetrado, sin tiempos
muertos. Hasta 1972, había que parar cada vez que se desafinaba una guitarra,
algo frecuente bajo el calor de los focos. Hasta que Ted Newman Jones III, que
cuidaba del “armamento” de Keith Richards, sugirió tener preparadas varias
guitarras con las afinaciones adecuadas, para que no hubiera interrupciones;
con esa precaución, además se ganaba tiempo para tocar dos canciones extra.
Diez años después, otro ayudante llamado Jim
Barber perfeccionó la ocurrencia: tendrían backups, copias más
o menos idénticas de las principales guitarras, para resolver en segundos la
rotura de una cuerda o cualquier avería. El resultado es que ahora Keith
Richards cuenta con unas 40 guitarras entre bambalinas, incluyendo algún bajo.
Y una guitar station, un taller donde se afina cada
instrumento y se resuelven las emergencias.
Si todo va tranquilo, puede que Keith incluso
ponga a prueba una guitarra nueva, aunque nunca al principio del show o
en los temas esenciales. Durante los setenta, los comerciantes en guitarras vintagehacían
cola, —junto a los camellos de la zona—, a la espera de una audiencia con
Richards. El hombre era el cliente perfecto: se entusiasmaba, pagaba lo que le
pidieran, proporcionaba anécdotas imborrables.
Puros caprichos. Casi desde el principio, los
Stones acostumbraron a sus representantes a solicitar equipamiento gratuito,
alegando que eso da publicidad a cualquier marca. Cierto, aunque no siempre
funcionaba ese argumento. Randall Smith, el californiano que creó los poderosos
amplificadores Mesa Boogie, recuerda lo que le dijo a Keith: “Si pudiera
permitirme regalar algunos de mis amplificadores, se los daría a músicos
pobres, no a alguien que tiene millones”. Richards asintió y pagó.
El maestro armero, el gran señor de las guitarras,
es Pierre de Beauport. Entró en el círculo íntimo como escudero de Mick Jagger,
entonces empeñado en una carrera en solitario. Richards le fichó cuando
comprobó que era un manitas, capacitado para resolver los peores desastres y
experto en el bricolaje de guitarras, algo esencial dado que todos los
instrumentos stonianos son modificados sustancialmente.
Pierre de Beauport ha recibido el máximo homenaje
posible dentro de la empresa: en una banda donde todo tema aparece
automáticamente firmado por Jagger-Richards, sea cual sea la génesis de la
composición, su nombre figura como coautor de Thief in the night, una
pieza deBridges to Babylon.
Fanático de las guitarras, Pierre no puede
entender el desapego de Mick Jagger por los instrumentos que toca. Desde 1965,
la favorita del cantante fue una Gibson acústica, la Hummingbird. Sin embargo,
no se preocupó cuando desapareció en un viaje: “Pierre, no hay que obsesionarse
por las cosas materiales”. Milagrosamente, volvió a sus manos, tras dormitar
durante años en el departamento de objetos perdidos del aeropuerto de Heathrow.
Algo parecido hubiera supuesto una crisis para
Richards. Todavía se enoja al evocar el robo de ocho de sus guitarras en su
mansión de la Costa Azul francesa, hacia el final de la grabación de Exile
on Main Street. En 1978, Richards se quedó sin sus tres guitarras
preferidas: un incendio, riesgo frecuente para los yonquis, acabó con la casa
que había alquilado en Los Ángeles.
El grueso de los instrumentos y el equipo de los
Rolling Stones se guarda en un almacén secreto. Como ocurre con los masters de
sus grabaciones, incluidas horas de material inédito, se conservan en una
anónima zona industrial, tan desprovista de glamour que nadie
podría pensar que allí descansan los tesoros de los Stones. Allí puede haber
“más de mil guitarras”, especula Richards. Cuando se prepara una gira, parte de
ese arsenal viaja hacia el lugar de los ensayos, donde hombres y máquinas se
ponen a punto. Hay instrumentos que no se someten a los rigores de la
carretera, como la guitarra clásica de Manuel Velázquez, el lutier
puertorriqueño.
Sabemos que los Rolling Stones son un ente
perezoso, de despertar lento. Hay que conjuntar a figuras que pueden haber
pasado los meses anteriores intercambiando insultos a través de los medios. Y
ensamblar al cuarteto central con media docena de profesionales a sueldo,
instrumentistas o coristas. Alrededor zumban muchas laboriosas abejas: cada
músico tiene al menos un tech, responsable de sus
herramientas.
De mañana, cuando los jefes todavía están en el
hotel, algunos asalariados van de puntillas a revisar las maravillas. Las
guitarras más amadas por Richards muestran el desgaste de los años y están
bautizadas: se llaman Sonny (en honor del jazzman Sonny Rollins, que tocó en el
álbum Tattoo you), Dice, Gloria, George, Dwight o Micawber
(como un personaje de Dickens).
Las guitarras de Ron Wood son, con mucho, las más hermosas. Posee varias Zemaitis, con sus grabados sobre placas de metal, hechas especialmente por Tony Zemaitis o por la compañía japonesa que ahora hace el trabajo del desaparecido lutier. Por el contrario, las de Jagger no tienen nada especial; los maledicentes sugieren que las escoge para que conjunten con su vestuario. Y recuerdan que durante la Bigger Bang Tour usó una Sears Silvertone, un modelo que originalmente se vendía por correo y costaba cien dólares.
Las guitarras de Ron Wood son, con mucho, las más hermosas. Posee varias Zemaitis, con sus grabados sobre placas de metal, hechas especialmente por Tony Zemaitis o por la compañía japonesa que ahora hace el trabajo del desaparecido lutier. Por el contrario, las de Jagger no tienen nada especial; los maledicentes sugieren que las escoge para que conjunten con su vestuario. Y recuerdan que durante la Bigger Bang Tour usó una Sears Silvertone, un modelo que originalmente se vendía por correo y costaba cien dólares.
Respecto a las baterías de Charlie Watts, hay poco
que ver. Se mantiene fiel a las Gretsch de los años cincuenta, con alguna
excentricidad, como un platillo de origen desconocido, que consiguió en una
chatarrería de París. Al igual que al resto de sus compañeros, le regalan todo
tipo de novedades, en su caso platillos de marcas como Zildjian o UFIP. Rara
vez los usa: “Son tan incómodos como unos zapatos nuevos”.
La principal queja de Watts es el volumen infernal
de los amplificadores de Richards y Wood, unos Fender que requieren su propia
fuente de energía. Fíjense: en el escenario, Mick Jagger procura evitar pararse
ante esos bichos, pequeños pero matones.
Es sabido que el suicidio de L’Wren Scott, novia
oficial de Mick Jagger, provocó la cancelación de los conciertos previstos
para Australia y Nueva Zelanda. Así que el inicio del tramo europeo de la 14 On
Fire Tour, el 26 de mayo en Oslo, equivalió a empezar la gira de
nuevo; de hecho, los días previos hubo intensos ensayos en la capital
noruega.
Y el observador atento de este y los shows posteriores
pudo advertir que se palpaba un nuevo espíritu de camaradería. Aparentemente,
todo funcionaba como siempre, con Mick Jagger leyendo en el teleprompter saludos
y bromas en el idioma local. Pero se recuperó Worried about you, una
balada de 1981 cantada por Jagger con falsete. Se cruzan miradas, gestos,
complicidades: se trata de su particular exorcismo por la pérdida de
L’Wren Scott.
Por lo demás, la gira 14 On Fire se
desarrolla al tradicional modo estoniano.Es decir, que Keith
Richards sigue haciéndose un enorme lío cuando le toca cantar sus temas; los
colegas tienen que echarle un cable. Que Lisa Fischer exagera en sus partes
vocales y en su papel de comehombres. Y que hay una sobrecarga de electricidad
cuando aparece el rollizo Mick Taylor, en funciones de guitarrista
invitado.
Son unos Rolling Stones quizá más humanos de
lo acostumbrado, con ocasionales problemas de sonido, con músicos que pisan al
cantante, con mercenarios que se aprovechan de la debilidad emocional de sus
jefes para meter gracietas que no deberían haber salido del local de
ensayo. Se trata, finalmente, de una banda menos mecánica de lo que pensamos. Y
todas las noches se asiste a un espectáculo casi indecoroso: un hombre al borde
de los 71 años que no deja de moverse durante dos horas. Como Einstein con su
cerebro, Jagger debería donar su cuerpo a la ciencia.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/06/20/madrid/1403286353_095127.html
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