sábado, 28 de junio de 2014

PASIÓN POR EL HOMBRE



La experiencia de Lévi-Strauss en las selvas brasileñas le condujo muchos años después a cuestionar los convencionalismos sobre las sociedades primitivas y a formular una nueva teoría sobre los vínculos humanos

JUAN MANUEL BELLVER París

"Sabio no es quien proporciona las buenas respuestas, sino aquel que formula las buenas preguntas", dejó escrito Claude Lévi-Strauss en 'Lo crudo y lo cocido' (1964). Este año se cumple medio siglo de la publicación del primer volumen de la tetralogía 'Mitológicas', en el cual el fundador de la Antropología moderna transformó la percepción occidental de los pueblos primitivos. Pero el mundo de la cultura francesa no ha previsto ninguna conmemoración especial, quizá porque ya homenajeó suficientemente a su autor en 2008, cuando cumplió 100 años, y al año siguiente, cuando falleció.

 Sin embargo, su legado filosófico está más vigente que nunca en esta era de materialismo exacerbado y choque de civilizaciones. Este pionero de la ecología que anticipó la globalización -sin usar jamás dicho término- y advirtió de los peligros del progreso en su libro 'Tristes trópicos' (1955), es reivindicado aún hoy como uno de los intelectuales más pertinentes de nuestra época. No tanto ya por haber introducido el estructuralismo en las ciencias sociales, sino por su visión profundamente humanista de la existencia y, más concretamente, por ese certero estudio de las diferentes culturas de los hombres, sus conductas, esquemas lingüísticos y mitos, que reveló la existencia de patrones comunes y confirmó la universalidad de la mente humana.
"Su análisis de los mitos implica una teoría de nuestra relación con el mundo mucho más avanzada que lo que él mismo sugiere en su discurso", explica Yvan Simonis, autor de 'Lévi-Strauss o la pasión del incesto' (1968). "Yo lo releo constantemente porque sus libros -y especialmente los cuatro volúmenes de 'Mitológicas'- son, en sí mismos, una hermosa obra de arte que nunca ha dejado de asombrarme e inspirarme".
"Antes que etnólogo, Lévi-Strauss es sobre todo un viajero, un hombre que recorre el mundo para tomarle la medida", indica su más concienzudo biógrafo, Denis Bertholet. "La pasión por el descubrimiento le llevó a Brasil, donde aprendió un oficio que ninguna universidad enseñaba en aquel tiempo. En 1940, tuvo que huir de Francia y Nueva York fue para él una revelación, un lugar de reencuentro con la 'intelligentsia' del Viejo Mundo. A través de su amistad con Roman Jakobson y el deslumbramiento que le causó la lingüística estructural, obtuvo el armazón que daría sentido y rigor a su exploración de la diversidad humana", prosigue este reputado profesor del Instituto Europeo de la Universidad de Ginebra.
Etnólogo, antropólogo, filósofo y escritor, Claude Lévi-Strauss (1908-2009) nació en Bruselas (Bélgica), en el seno de una familia judía, y se crió en Francia, cerca de Versalles, donde su abuelo era un respetado rabino y su padre un conocido pintor. Entre 1927 y 1932, estudió Leyes y Filosofía en la Sorbona de París. Luego enseñó en un instituto de bachillerato local, el Lycée Janson de Sailly, al lado de profesores como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Pero se decidió a aceptar un destino docente en el extranjero, a instancias del director de la École Normale Supérieure, Célestin Bouglé, que le convenció para enseñar Sociología entre 1935 y 1938 en la Universidad de Sao Paulo (Brasil) y así poder dar rienda suelta a su vocación antropológica los fines de semana, yendo a visitar junto a su esposa Dina -etnóloga de formación- las tribus nativas circundantes.
"La vocación de antropólogo es un refugio contra la civilización de nuestro siglo. Desde niño estuve fascinado por el pasado y por la naturaleza. Tras esa pasión se oculta no sólo la curiosidad por los hombres, sino también el deseo de vivir en un entorno natural tan salvaje como hace millones de años", explicaría años después.
A bordo de un maltrecho Ford 34, Dina y él siguieron la antigua ruta de los buscadores de oro por medio estado de Mato Grosso y, cuando los caminos se volvieron impracticables, alquilaron un carromato tirado por reses para penetrar en la jungla. Así contactaron, en diversas expediciones, con las tribus Caduveo, Bororo, Nambikwara... Luego, debido a una enfermedad ocular, varios miembros del grupo tuvieron que abandonar la misión; entre ellos Dina, que volvió a Sao Paulo y luego a París. Se divorciaron en 1939. Entretanto, Claude había trasladado su campo de actuación al estado de Rondônia, donde convivió con las tribus Mundé y Tupi Kawahib.
De vuelta a Francia con un inmenso bagaje de vivencias, se proponía escribir su tesis doctoral, 'Las estructuras elementales del parentesco' -que no sería publicada hasta 1949-, pero estalló la Segunda Guerra Mundial y fue primero movilizado, luego destinado a un instituto de Montpellier y por fin despedido debido a las leyes racistas del régimen colaboracionista de Vichy. Se fue del país en 1941 huyendo de la persecución nazi para establecerse en los Estados Unidos, donde ejerció como profesor invitado en la New School for Social Research neoyorquina en lo que él mismo definió luego como "el período más fructífero de su vida".
Allí conocería también al antropólogo germano-americano Franz Boas y al lingüista y estructuralista ruso Roman Jakobson, que le iniciaron en la obra de Ferdinand de Saussure, tan trascendente en su revolucionario análisis de las civilizaciones primitivas.
Efectivamente, en una época donde la mayoría de los antropólogos se ocupaban esencialmente de distinguir las diferencias entre las culturas, Lévi-Strauss prefirió reivindicar lo que estas tenían en común, estudiando las ideas abstractas y el pensamiento de los hombres con un enfoque diferente, llevando sus investigaciones etnográficas en dirección a la psicología, la lógica y la filosofía.
"A su regreso en 1948, necesitó 12 años para dotar a su disciplina de un lugar institucional, con la creación de una cátedra de Antropología Social en el Collège de France", recuerda Bertholet. "A partir de aquel momento, su pensamiento se impuso como uno de los polos de la conciencia contemporánea, cuya obra es inseparable de una reflexión sobre nuestra sociedad y su funcionamiento y anticipa una visión ecológica del mundo".
Frío y caliente, crudo y cocido, animal y humano. Hasta que él llegó, el estudio antropológico de la mitología se basaba en conceptos binarios opuestos, mediante los cuales la humanidad había concebido tradicionalmente el sentido de la vida. Pero su experiencia en las selvas brasileñas le condujo muchos años después a cuestionar los convencionalismos sobre las sociedades primitivas, que eran consideradas entonces como irracionales y a las cuales se atribuía un enfoque muy limitado de la existencia, regido fundamentalmente por la satisfacción de necesidades básicas como comida, ropa y vivienda.
Lévi-Strauss descubrió que las tribus con las que había convivido en los años 30, además de preocuparse por esas cuestiones primarias, mostraban un profundo anhelo por entender sus orígenes, cultivaban la lógica e incluso cierto sentido del orden y el diseño. De esta forma, elevó el estatus del pensamiento salvaje -concepto que, en 1962, serviría de título para otro de sus libros esenciales- e impuso la teoría de que un ser humano es tal porque habla, fabrica instrumentos y ajusta su conducta a una serie de reglas.
En 1964, lanzó en la editorial Plon el primer tomo de 'Mitológicas', donde analiza cientos de mitos de tribus nativas y tradiciones prácticamente desconocidas de América. A esa entrega inicial llamativamente titulada 'Lo crudo y lo cocido' -y que sería traducida al castellano por primera vez en 1968 en México, por el Fondo de Cultura Económico-, le seguirían en años sucesivos 'De la miel a las cenizas', 'El origen de los modales en la mesa' y 'El hombre desnudo', completando esta tetralogía imprescindible para entender las sociedades humanas en el tiempo y el espacio.
Elegido en 1973 para ocupar el asiento 29 de la Academia Francesa, fue el primer etnógrafo en ingresar en esta legendaria institución gala. Casado tres veces, padre por partida doble, Lévi-Strauss fue comandante de la Legión de Honor, integrante de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, de la Academia Americana y del Instituto de Artes y Letras del mismo país y doctor 'honoris causa' de las más prestigiosas universidades: Oxford, Montreal, Yale, Harvard, Columbia...
Ecologista antes de su tiempo, durante su última intervención televisiva en 2005, en el programa 'Campus' de France 2, abogó por la protección del planeta. "Constato la devastación actual, la alarmante desaparición de especies vivas, ya sean vegetales o animales, y el hecho de que, debido a la densidad demográfica, el ser humano vive en una especie de régimen de envenenamiento interno. Pienso en el presente y en el mundo en el cual voy a terminar mi existencia. No es un mundo que me guste".
Para entonces, hacía tiempo que sus teorías interdisciplinares habían sido desplazadas en los círculos intelectuales de la 'rive gauche' por el pensamiento post-estructuralista de Michel Foucault, Roland Barthes o Jacques Derrida, e incluso abiertamente criticadas por antropólogos como Marc Augé, que le reprochaban el intento de crear un puente entre los sistemas de parentesco o los mitos y las estructuras del cerebro humano de forma incompleta, virtual y parcial. Pero él ya estaba por encima del bien y del mal, jugaba a epatar a su audiencia proclamándose "anarquista de derechas" y acusaba a la sociedad parisina de "glotona". "Más o menos cada cinco años necesita llevarse algo nuevo a la boca", ironizaba. "Desde que el estructuralismo ha sido tan deformado, ya casi no me atrevo a usar esa palabra".
"La obra de Lévi-Strauss permanece antropológicamente válida, como demuestran numerosos trabajos académicos sobre el parentesco y los mitos", nos explica Vincent Debanne, coordinador de la edición de sus obras completas para La Pléiade (2008). "Conserva su pertinencia también debido a su ambición teórica. No ha renunciado a los principios del estructuralismo ni a la preocupación de descubrir las reglas subyacentes que dirigen las conductas de los hombres. Nos recuerda que el fin último de la Antropología es comprender a los hombres de todos los lugares y todas las épocas".

http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/28/53adc7ad268e3e0f768b4570.html

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