Orquesta: West-Eastern Divan Orchestra
Director: Daniel Barenboim
Programa: Claude Debussy (1862-1918), Preludio a la siesta de un fauno.
Director: Daniel Barenboim
Programa: Claude Debussy (1862-1918), Preludio a la siesta de un fauno.
P. Boulez (1925), Dérive
II
M. Ravel (1875-1937), Rapsodia española, Alborada del gracioso, Pavana para una infanta difunta. Bolero.
II
M. Ravel (1875-1937), Rapsodia española, Alborada del gracioso, Pavana para una infanta difunta. Bolero.
Cuando a esas horas, los sábados
los paseantes se recogen, cenan o piensan en el programa del domingo, la
Orquesta West-Eastern Divan, dirigida por el maestro de origen argentino Daniel
Barenboim, comenzó su concierto de Música por la Paz, con obras clásicas de la
tradición musical francesa.
El artista comspolita de los cuatro
pasaportes había dado en la Fundación La Caixa de Madrid, en el recorrido
conocido por ser abrigo de los mejores museos de la capital, una rueda de
prensa. Habló de política internacional muy especialmente, teniendo en cuenta
que su conjunto, está formado por músicos árabes, israelíes, españoles y
gazatíes y la idea de su creación partió de un proyecto compartido con el ya
fallecido pensador palestino Edward Said.
En público, unas puntualizaciones para
presentar su participación musical en Córdoba, Sevilla y Madrid, antes de
recalar en París el pasado lunes 19 para tocar en la recién estrenada
Philarmonie de La Villette, concebida por el afamado arquitecto Jean Nouvel.
Sus escapadas musicales planetarias
se asemejan a las de un Napoleón más contemporáneo y pacifista, que no
descansa, sino que duerme a lomos de su caballo mientras sigue con sus proezas.
Con los medios, el encuentro fue
contenido y tenso por momentos. El director comentó que “no somos tan ingenuos
como para creer que la música nos traerá la paz. No dará ni la justicia a los
palestinos ni la seguridad a Israel”. Y se mostró pesimista señalando que el
conflicto de Oriente Medio está en una situación mucho peor que años atrás.
Elogios al Papa por su quehacer diplomático judeopalestino y críticas a Estados
Unidos por no estar presente en la multitudinaria manifestación de París en
protesta por la matanza de enero, enarboló muchas ideas de convivencialidad y
respeto individual y social, que a menudo se olvidan: “Debemos tratar de
comprender al otro, de escuchar y aceptar su relato.
Este conflicto es un problema
humano, no político. No es un conflicto entre dos naciones y sí entre dos
pueblos convencidos de tener el derecho a vivir en el mismo pedazo de tierra y
solo cuando se acepte la narración del otro se llegará la solución”.
La cronista que les escribe estas
líneas, presente en la rueda de prensa le preguntó, reiteradamente, en español
(el maestro pareció no entender), en francés y alemán si “Vous êtes Charlie,
maestro”, (en alusión al atentado perpetrado contra la revista Charlie Hebdo en
París hace poco tiempo), a lo que respondió, incómodo, “se trata de un tema muy
complejo, de hablar en primer lugar de la libertad de prensa, de opinión, que
es absolutamente esencial y del hecho de que uno que no está de acuerdo con eso
no tiene ningún derecho de ir a matar a otra gente”. Y más adelante, “quien no
sienta compasión por el otro, no tiene cabida en mi orquesta”.
Tal vez para compensar la tensión del encuentro con
los periodistas y el esfuerzo de estar a la altura y ser coherente en temas tan
espinosos, a la salida me acerqué al maestro y le pregunté si esta vez no me
iba a cantar otro tango, como en una ocasión anterior. Le comenté: “Se acuerda,
el del perrito, La Cumparsita?” “No, esta vez no va a ser ese sino “Hoy un
juramento, mañana una traición, amores de estudiante, flores de un día son”. Y
desgrana el valsecito de Carlos Gardel. Y con este abrazo apretado que me dio y
el segundo tango que me dedica para mí sola, en exclusiva, se dio por cerrada
una rueda de prensa de profundo calado y repercusión mediática. Porque Daniel
Barenboim es un poco como se autodefinen los israelíes, como shabras, son
ásperos, regañan todo el tiempo, pinchan por fuera pero son dulces por dentro”.
Luego de este debut periodístico en
la capital, su concierto en el Auditorio Nacional fue otra cosa. Aunque las casualidades
no existen- piensan algunos- , como en el caso del recital de Juan Diego Flórez
en el Teatro Real, la elección otra vez de compositores franceses fue una
coincidencia venturosa.
París “era una fiesta” incluso
antes de que llegara Ernest Hemingway dejando cincelada para la eternidad, la
irradiación que ha tenido y conserva la ciudad del Sena. A partir de la
eclosión impresionista, también los escritores y compositores desafían las
leyes de la tradición clásica para bucear en nuevas singladuras.
Maurice Ravel y Claude Debussy
tuvieron aquí un papel destacado. El Preludio a la siesta de un fauno inspirado
en un texto del escritor simbolista Stéphane Mallarmé es una de las obras más
emblemáticas del compositor. La West-Eastern Divan realizó una versión
seductora, envolvente, erótica, interpretada como en su día la bailó el
inefable Nijinsky, en una versión que quedó para la historia.
La Dérive II de Pierre Boulez, fue
menos emocionante, en una performance que duró cincuenta minutos y diluyó en
parte la atención del público en el concierto, que iba buscando y disfrutando
por anticipado la algarabía y la vitalidad burbujeante de la Rapsodie
espagnole, de la que Barenboim captó maravillosamente el espíritu festivo y
luminoso del sur español. La Alborada del gracioso, preciosa, en la misma línea
que la anterior y exquisita en su recogimiento y seriedad, no exenta de
“naïveté”, la Pavane pour une infante défunte.
Es seguro que todo el mundo
esperaba ansiosamente el Bolero de Ravel, cuando ya se habían traspasado las
fronteras de un nuevo día. ¿Quién no recuerda en su palacio de la memoria, el
baile de Jorge Donn, en una coreografía de Maurice Béjart, entregado a esa
danza casi diabólica, toda carne y sangre, en el centro de una mesa inmensa
rodeada de bailarines sudorosos?
Seguro que todas esas sensaciones,
esas emociones, estaban en alguna arte del Auditorio abriéndose paso entre el
hechizo y la fascinación de un Oriente eterno más fantaseado que real. El
domingo se inició con un vibrante trabajo de orfebrería musical, ricamente
interpretado por una orquesta de jóvenes artistas que sienten y tocan como una
sola alma.
Esculpen, cincelan las partituras.
Y la relación que tienen con su director es de profundo respeto pero de una
entrega total. Ritmos y articulaciones, intensidades llenas de matices, los
metales de la orquesta parecen anunciar un final orgiástico lleno de esperanza,
a mitad de camino entre la pasión y el deseo. Nos hemos convertido en enormes
transmisores de sonido.
Las obras de Debussy y de Ravel
adquirieron bajo la batuta (es un decir porque tocó sin partitura, salvo la de
Boulez y sin batuta el Bolero), adquirieron la madrugada del domingo madrileño
una nueva dimensión, como las olorosas maderas de los bosques primarios, que
siguen transformándose y perfumando aunque estén taladas por la mano del
hombre.
Barenboim dirigió el Bolero con
“nonchalance”, casi despreocupado, dejando en teoría tocar sola a la orquesta,
pero no perdiendo detalle de nada. El público, más exhausto que los músicos,
después de casi tres horas de concierto ovacionó un tiempo largo al maestro y a
su orquesta, que saludó repetidas veces pero no concedió propinas. ¡Solo
hubiera faltado eso, también! Lo suyo
entra en la geografía de la magia, claro
Alicia Perris
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