jueves, 1 de enero de 2015

EL LICEO APLAUDE LA PASIÓN DE WOODY ALLEN POR EL ‘DIXIELAND’



Barcelona y el director estadounidense sellan su idilio con un concierto que celebra la complicidad del artista con el jazz

Javier Pérez Senz Barcelona

Woody Allen durante el concierto en el Liceo de Barcelona. / A. D. (EFE)
Barcelona adora a Woody Allen. La ciudad y el célebre actor y director de cine neoyorquino mantienen un idilio desde hace décadas, y todos los conciertos que ha ofrecido con la New Orleans Jazz Band han sido éxitos rotundos. Esta noche, en su debut en el Liceo, aunque no se agotaron las entradas, congregó a 1.750 personas, superando el 80% de ocupación, y se metió al público en el bolsillo en un concierto de Fin de Año con localidades de 18 a 135 euros.
Como siempre, Allen tocó con alegría y absoluta complicidad con los músicos de una banda que sabe a ciencia cierta que, dado que el jazz tradicional de Nueva Orleans no suele movilizar a las masas por estos lares, lo que quiere el público es ver en carne y hueso -más hueso que carne tratándose de Allen- a un icono de la gran pantalla. El concierto fue el pistoletazo mediático de apertura del nuevo Suite Festival, que hasta el próximo mes de mayo busca captar nuevos públicos con los más variados géneros musicales en un cartel que incluye a Van Morrison, Bob Geldof, Kraftwerk, y Luz Casal, entre otros.


Tras su arrollador éxito el martes en Badajoz, Allen y su banda llegaron a Barcelona para despedir el año en el Liceo en el marco de una gira internacional. Todos los conciertos de Allen se parecen. Al gran cineasta le encanta tocar el clarinete e irradia buenas vibraciones en todos los escenarios que visita. Tras sus anteriores actuaciones en el Palau de la Música y el Auditori, Allen y la New Orleans Jazz Band pisaban por primera vez el templo lírico de La Rambla: les esperaban, con toda la ilusión del mundo, 1.750 personas dispuestas a pasar un par de horas en compañía de su ídolo.
La música, ciertamente, pasa a segundo plano, porque en sus conciertos, y él lo sabe perfectamente, el jazz es la excusa perfecta para escenificar una ceremonia de emociones muy personales. Ver de cerca al genio de Manhattan, sin perder detalle de sus gestos, sus miradas y su presencia física en un escenario, mueve a una legión de admiradores en todo el mundo. Y Allen hace de Allen todo el rato: habló poco –tuvo tiempo para agradecer la asistencia del público en estas fechas, presentó a los compañeros de banda, y felicitó el Año Nuevo– y, aunque le costó entrar en calor, con un sonido un tanto desbocado, tocó el clarinete con deleite, disfrutó escuchando a sus compañeros y llevó el ritmo con su pie izquierdo, algo que pide el cuerpo, porque el dixieland es puro ritmo, melodías en movimiento, música contagiosa que lleva la alegría en su ADN.
Al gran cineasta le encanta tocar el clarinete e irradia buenas vibraciones en todos los escenarios que visita
No es un virtuoso del clarinete y nunca se ha sentido otra cosa que un músico aficionado; pero es innegable que Allen lleva toda la vida tocando dixie en pequeños clubes neoyorquinos. Lo hacía antes de ser una estrella mediática, cuando acariciaba la idea de convertirse en músico profesional y estudiaba con Gene Seldric, clarinetista del grupo del mítico Fats Waller.
Aprovechando su fama, además de darse el gustazo de actuar los lunes en un club de Nueva York, pasea por grandes auditorios y teatros su pasión por el dixie, el más tradicional estilo de jazz de Nueva Orleans. Y lo hace con un grupo de músicos amigos, con el intérprete de banjo Eddie Davis como inseparable timonel de un conjunto sin pretensiones –es una formación clásica de piano, contrabajo, banjo, batería, trompeta, trombón y clarinete– que se lo pasa en grande tocando con suficiencia un repertorio de estándares de la primera gran época del jazz clásico en los que algunos músicos asumen con discreción tareas de vocalista.
El sonido de clásicos ligados a la memoria de Louis Armstrong, King Oliver, Barney Bigard o Benny Goodman nutre con su poderosa influencia el estilo de Allen, que mantiene un fino olfato para subrayar, a pesar de sus limitaciones técnicas, los momentos álgidos de cada pieza. De hecho, levantó pasiones en sus solos, bien defendidos y a tono con las voluntariosas versiones de la banda que, naturalmente, el público aplaudía con clamorosas ovaciones. El concierto duró una hora y cuarenta minutos sin descanso, con una generosa ración de estándares, en los que no faltaron éxitos como Para Vigo me voy, de Ernesto Lecuona, o la emblemática Sweet Georgia Brown.
Hubo más mitomanía que excelencia musical en la última noche del año en el Liceo, pero las caras de satisfacción del público certificaron el éxito de la velada. Al acabar el concierto, el foyer del teatro acogió una cena con cotillón para 200 personas al precio de 165 euros.
El sonido de clásicos ligados a la memoria de Louis Armstrong, King Oliver, Barney Bigard o Benny Goodman nutren con su poderosa influencia el estilo de Allen

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/01/actualidad/1420075422_461897.html

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