Las críticas que recibe el narrador por parte de
sectores de la izquierda y la derecha parten de un mismo error: el de
confundirle con sus personajes y transformar en tesis las hipótesis
Michel Houellebecq, en Madrid, el
mes de agosto pasado. / ULY MARTÍN
El disparate de izquierdas. Houellebecq es
un cerdo. Un facha. Un enemigo del género humano y de sus derechos. Un
antimoderno. Un tipo que cree en la extinción de las luces y se regocija en
ella. Un islamófobo incurable que, por añadidura, se niega a ver en la
islamofobia una forma de racismo. Un Zemmour chic. Un Finkielkraut artista.
Odioso hasta en su forma de decir, por ejemplo, “los” musulmanes. Temible, a su
vez, el revoltijo que hace entre buenos y malos, entre obscurantistas e
ilustrados, entre los que creen en el cielo y los que creen en el infierno,
entre los que creen a secas y los que ya no creen. Y criminal, esta intriga en
la que vemos a los adoradores de un Corán finalmente “menos tonto” de lo que
proclamaba el Houellebecq de hace diez años pateando de impaciencia a las
puertas del poder y esperando a la primera crisis política para adelantarse a
sus gemelos del Frente Nacional.
Por no hablar de las mujeres. O, más bien, de su odio, de su pánico hacia las
mujeres, reducidas a proveedoras de placeres breves, furtivos, preferiblemente
no compartidos y sórdidos. Su novela no es una novela, es un panfleto. Y este
panfleto es un regalo inesperado para los peores identitarios, que ven
validados sus temas, sus obsesiones, sus fobias. ¿Suicidio francés? No.
Suicidio de un escritor francés, unenfant terrible de las letras,
un provocador redomado, pero que ahora, con esta novela hortera que toma a
Huysmans como rehén y a Robert Redeker como aval de mala conducta, parece haber
cometido el desliz de más. Adiós, Houellebecq.
El disparate de izquierdas. Houellebecq es un cerdo. Un facha. Un enemigo
del género humano y de sus derechos. Un antimoderno
El disparate de derechas.
Houellebecq es un héroe. Un paladín. Llama a las cosas por su nombre y pone en
los nombres la carga de odio y justa venganza que les corresponde. Dice en voz
alta lo que los buenos franceses piensan para sus adentros pero, hasta ahora,
no se atrevían a decir por no ser políticamente correcto. Es un valiente y un
profeta. Es el primer novelista que se atreve a hacer literatura de esa “gran
sustitución” que algunos anuncian hasta desgañitarse, pero él describe con una
precisión quirúrgica y trágica. Es el primero que acepta ver lo que los
biempensantes se niegan a ver porque les costaría sus ilusiones progresistas,
sus cuentos de hadas antirracistas que, como es sabido, no son sino la otra
cara de una barbarie soterrada que ahora, en este ejercicio de simulación, sale
a la luz. Describir lo que él describe, a saber, la lucha a muerte entre la
República y el islam,
entre los franceses de pura cepa y los que lo son sobre y por el papel, ¿no es
la sagrada tarea que eluden nuestros viles literatos? Ah, qué placer ver
definitivamente ridiculizados a nuestros patéticos y buenrollistas defensores
de los derechos
humanos. Qué divertido, el retrato del grotesco Bayrou, dispuesto a
todas las alianzas y palinodias, e incluso a la conversión, para obtener por
fin su sonajero presidencial. Y qué precisión en el trazo cuando prevé los
fulgurantes progresos del Picsou Magazine en la Universidad
París-Diderot, del centro comercial Super-Passy en la sede de la DRCI, de una
“Eurabia” a la que los tontos útiles del islamismo le han abonado el terreno. Soumission es
la revancha de Renaud Camus. Es el gran retorno del Céline censurado por los
biempensantes. Es la novela que habría podido escribir Philippe Muray si
hubiera sabido desprenderse de sus últimos escrúpulos humanistas. ¿Un síntoma?
No. Una conclusión. La estrepitosa muerte de ese pensamiento único que viene
siendo la mordaza de las élites francesas desde hace cincuenta años. Gracias,
Houellebecq.
El disparate de derechas. Houellebecq es un héroe. Un paladín. Llama a las
cosas por su nombre y pone en los nombres la carga de odio y justa venganza que
les corresponde
Conociendo un poco al autor y
teniendo sobre los unos y los otros la ligera pero nada despreciable ventaja de
haber escrito con él un libro(Enemigos públicos) en el que
contrastábamos nuestras respectivas visiones del mundo, no creo equivocarme al
afirmar que ambos bandos cometen el mismo error, por otra parte común
tratándose de un escritor, y que no es otro que confundirlo con sus personajes,
atribuirle los puntos de vista de estos y transformar en tesis las hipótesis,
las ficciones, las situaciones que el autor pone en escena. Para decirlo
claramente, ¿alguien cree de verdad que esa izquierda espectral que, como
sugería recientemente un charlatán disfrazado de socialista, espera salvar el
pellejo abandonando a Israel en beneficio de una “comunidad” más rentable en
términos electorales es una invención de Michel Houellebecq? ¿Tan impensable es
la perspectiva de una UMP que
se deja tentar en un 85% por una alianza con el Frente Nacional? ¿Y no les dice
nada esa Francia enmohecida, rancia, sin aliento, poblada por zombis políticos
que ven en el fascismo, sea cual sea, el fantasmal pero último intento de
resucitar a una nación muerta? Una novela es una invención, no una realidad. O,
más exactamente, la realidad no es el producto de la novela, sino su premisa,
el material que debe tratar y cuyas virtualidades despliega, concentra o
acelera. En otras palabras,Soumission es una fábula. Un cuento
cruel y mordaz. Una sátira cuya desmesura y mala fe solo se ven igualados por
la manera en que se justifica en tal o cual episodio de la más rabiosa
actualidad: el Club Med comprado por los chinos, Qatar hasta en la sopa o esas
naves fantasmas que se pasean ante nuestras costas y de las que tanto nos
gustaría no haber oído hablar nunca. No comprender todo esto es no comprender
nada sobre la economía de ese extraño territorio que es la novela y en el que,
como decía Milan Kundera,
todo juicio moral queda en suspenso. Y si es completamente absurdo identificar
a Houellebecq con su Des Esseintes de Chinatown, la
mayoría de los que lo hacen, lo quieran o no, son personajes de su novela.
Traducción de José Luis
Sánchez-Silva.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/14/babelia/1421251414_608559.html
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