80 jóvenes asisten al ensayo general del director y la orquesta Simón
Bolívar de Venezuela
Dudamel ensayando con la Orquesta
Simón Bolívar el martes, en el Auditorio Nacional de Madrid. / JAIME VILLANUEVA
“Ese crescendo debería tener
un efecto más espiritual que físico”, dice Gustavo Dudamel a sus músicos en el
ensayo general con su orquesta en un auditorio semivacío. Con la calma habitual
del director, cabeza visible de las orquestas del Sistema venezolano y símbolo
de su triunfo, Dudamel pide afinar tres veces si es necesario para que todo
vaya sobre ruedas. No es un ensayo más: en el patio de butacas 80 niños en
riesgo de exclusión social, que han visto la luz a través del programa Acción
Social por la Música, lo observan con la boca abierta. Casi un recital privado
lleno de ilusión previo al concierto del pasado martes en el Auditorio
Nacional.
Mientras Dudamel dirige de memoria
la Entrada de los dioses en el Valhalla de El oro del
Rhin, Miranda Benzant lo observa con expectación. A sus 12 años, hace
un curso que estudia violín en el colegio Pío XII de Madrid. Le da un poco de
miedo pensar en subirse al escenario, pero dice que cuando estudia nunca se
cansa y que no puede “pasar un día sin escuchar música”. Todo gracias al
programa de Ayuda en Acción y Acción Social por la Música, que se mira en el
espejo del Sistema para llevar su filosofía a España. “Hay niños que viven en
una permanente violencia en casa, hasta el amor lo expresan a través de la ira.
Para romper esa espiral, les ponemos un violín en las manos. Así forman parte
de algo más grande, que es una orquesta y las heridas se sanan con música”,
explica la presidenta de la fundación, María Guerrero. Según Ayuda en Acción,
2,5 millones de niños viven por debajo del umbral de la pobreza en España.
Dudamel guía a su orquesta en un
ritual para dar vida al Siegfriedwagneriano en tres últimos
compases de delicadeza extrema. La mano derecha, firme. La izquierda tiembla
ligeramente mientras da las indicaciones, como lo hace la nota mantenida de los
violines que, poco a poco, se va apagando. Alejandro Taboada, de 11 años, no
quita la mirada de la orquesta. Quiere ser futbolista, pero sabe que la música
le va a acompañar toda la vida. Con este programa ha empezado a estudiar viola,
dos horas a la semana: “Me gustaría poder tocar en una orquesta como la Simón
Bolívar cuando sea mayor y, aunque no me dedique a esto, quiero seguir
estudiando”. En este proyecto, no solo les dan clases de música, sino que les
ofrecen desayuno y merienda, oculista y dentista, material escolar y ropa. “Lo
más importante no son Dudamel y la Simón Bolívar, que son maravillosos, sino
los 500.000 niños de Venezuela que gracias a ellos están vivos y no muertos”,
afirma Guerrero.
Detrás de este proyecto que aspira
a ser como el Sistema venezolano está Rubén Fernández García, profesor de
conservatorio desde hace más de 30 años. “Pensé en hacer grupos de 10 niños que
llevan cinco profesores, que les enseñan la posición del cuerpo y el
instrumento, cómo se siente la música, la parte física pero también la mental y
emocional. Aprenden a vivir juntos en una comunidad que trabaja unida para
lograr un objetivo común, que es el ideal de una orquesta”, explica el maestro.
Comenzaron con instrumentos de cartón, pero ya están consiguiendo los de verdad
y aspiran a ampliar el número de asignaturas si las ayudas lo permiten. “En
Estados Unidos están reclamando muchos profesores de música porque se han dado
cuenta de que la pertenencia a una orquesta mejora el comportamiento en los
barrios conflictivos y el rendimiento académico”, cuenta Fernández, que decidió
embarcarse en esto cuando “Wert decía que la música distraía mientras Suiza
votaba meterla en la Constitución como un derecho fundamental”.
Al acabar el ensayo, Dudamel sale a
compartir un rato con un grupo de niños españoles que no se atreven ni a
hablarle, hasta que uno de ellos, que le llega por la cintura, le pregunta:
“¿Por qué te gusta tanto la música?”. El director duda, pero contesta con
dulzura: “Es lo más importante, me da la vida y me llena de alegría. Canten
mucho, niños. Hagan mucha música”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/21/actualidad/1421869791_196150.html
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