miércoles, 20 de diciembre de 2017

ART SPIEGELMAN: "EL FUTURO DEL CÓMIC ESTÁ EN EL PASADO"

DARÍO PRIETO

George Herriman (Nueva Orleans, 1880- Los Ángeles, 1944) fue uno de ellos, sobre todo gracias a su creación más famosa, a la que el Museo Reina Sofía le dedica actualmente la exposición Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat. Con ese motivo, el museo acoge este miércoles una conferencia de Spiegelman que lleva un evocador título: Las palabras y las imágenes chocan: ¿Qué %@&*! pasó con los cómics?.Desde su casa de Nueva York, Spiegelman intenta responder a su propia pregunta: «Mientras el resto del mundo se volvía más estúpido, los cómics se hicieron cada vez más inteligentes. Aunque, en realidad, esto no es correcto. En los comienzos de cualquier medio, nadie sabe cómo se va a desarrollar, así que se puede ver cómo aparecen criaturas extrañas. Es como un viaje a las Galápagos, un circo de la evolución, en el que se van probando cosas nuevas y sólo sobreviven aquellas que tienen un corazón o un cerebro más grande que el resto. Luego, con el paso del tiempo, los fans miramos atrás y nos preguntamos maravillados cómo pudo darse todo aquello».Cuando Herriman desarrolló su trabajo, recuerda su admirador, «los cómics eran increíblemente populares, pero no estaban pensados para durar más de los cinco segundos que se tardaba en leerlos. Y 24 horas después se usaban para envolver pescado. No fue hasta mucho después que empezó a usarse en ellos la fórmula de 'éste es mi mensaje en una botella para el futuro', que es como tantas novelas y obras de arte se han hecho a lo largo de la Historia».
De ahí que a Spiegelman siempre le haya interesado lo que hicieron sus predecesores. «Por lo que a mí respecta, el futuro del cómic está en el pasado», sentencia. «No tenemos ni idea de cómo va a mutar ese arte en el futuro. Actualmente está demostrado que no hay ningún asunto que se queda fuera del campo de acción de los cómics, desde la pornografía a los textos educativos y la más sublime poesía visual». Pero, al mismo tiempo, «es todavía un bebé, algo muy nuevo. Como si tuviese un final abierto y uno pudiese usarlo como forma de autoexpresión artística, no sólo como algo que ayude a vender periódicos o mantenga a los críos callados mientras mamá y papá están atareados. Así que tal vez se pueda llegar a ese punto que otros medios han alcanzado más fácilmente». Resulta curioso, se plantea, que «el cómic apareciese antes que el cine, aunque éste creciese más rápido. Pero ahora estamos al fin en ese momento de que podemos tener un Buñuel, en que el cómic puede ser lo que queramos que sea».Como apunta el ganador de un Premio Pulitzer por Maus, «estamos hablando de un medio que sólo tiene 150 años, y el periodo crucial se dio a comienzos del siglo XX, cuando George Herriman descubrió que podía hacer esta pequeña locura en forma de cómic tan evocador y servir de ejemplo a muchísimos que vinieron después de él». Para él, «parte de lo que hace a Herriman tan impresionante es que su trabajo satisface todas las definiciones de tira cómica: algo que la gente podía leer como entretenimiento, pero que también incluía una forma de poesía que sería más fácil de encontrar al otro lado de la línea que separa el arte elevado del vulgar. Por ejemplo, en una revista de vanguardia de París de 1915. Una belleza que la gente sería reconocible por la gente, incluso aunque no le gustasen los cómics. Por eso tantos escritores y artistas se enamoraron de Krazy Kat. Porque Herriman demostró que había lugar para los cómics más allá de un burro coceando a un granjero».El caso de Herriman ha inspirado a Spiegelman para reflexionar sobre ese «choque» entre las palabras y las imágenes al que hace referencia el título de su conferencia. «A medida que el mundo se acelera más y más, tenemos que abandonar la idea de que las palabras son más importantes que las imágenes. En la época de la Ilustración, empezó a hacerse necesario que la gente aprendiese a leer. Hasta entonces, sólo los sacerdotes sabían, mientras la mayoría de la gente pasaba su vida pegada a un arado. Iban a una iglesia y con mirar arriba, veían cómics en las paredes. Al cambiar la civilización en este sentido, hicimos las imágenes menos útiles e importantes».

Hay una viñeta de Maus en la que Art Spiegelman (Estocolmo, 1948) se retrata sobre su mesa de dibujo encima de una pila de cadáveres de Auschwitz. Su cómic sobre cómo sus padres consiguieron sobrevivir al Holocausto se había convertido en un éxito. Mucho más que eso: Spiegelman había creado la obra con la que la historieta dejaba de ser un entretenimiento infantil para convertirse en Arte con mayúsculas. Gracias a él, el cómic había alcanzado la madurez y se revelaba como un medio capaz de llegar a lugares vetados para la literatura, el cine o la pintura. Pero, en la viñeta, Spiegelman se dibujada vacío y abrumado por esas rimbombancias. No se veía como un punto de inflexión de nada, sino como un mero admirador de la larga tradición de dibujantes e historietistas que pusieron a prueba los límites de las tiras cómicas. George Herriman (Nueva Orleans, 1880- Los Ángeles, 1944) fue uno de ellos, sobre todo gracias a su creación más famosa, a la que el Museo Reina Sofía le dedica actualmente la exposición Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat. Con ese motivo, el museo acoge este miércoles una conferencia de Spiegelman que lleva un evocador título: Las palabras y las imágenes chocan: ¿Qué %@&*! pasó con los cómics?.Desde su casa de Nueva York, Spiegelman intenta responder a su propia pregunta: «Mientras el resto del mundo se volvía más estúpido, los cómics se hicieron cada vez más inteligentes. Aunque, en realidad, esto no es correcto. En los comienzos de cualquier medio, nadie sabe cómo se va a desarrollar, así que se puede ver cómo aparecen criaturas extrañas. Es como un viaje a las Galápagos, un circo de la evolución, en el que se van probando cosas nuevas y sólo sobreviven aquellas que tienen un corazón o un cerebro más grande que el resto. Luego, con el paso del tiempo, los fans miramos atrás y nos preguntamos maravillados cómo pudo darse todo aquello».Cuando Herriman desarrolló su trabajo, recuerda su admirador, «los cómics eran increíblemente populares, pero no estaban pensados para durar más de los cinco segundos que se tardaba en leerlos. Y 24 horas después se usaban para envolver pescado. No fue hasta mucho después que empezó a usarse en ellos la fórmula de 'éste es mi mensaje en una botella para el futuro', que es como tantas novelas y obras de arte se han hecho a lo largo de la Historia».De ahí que a Spiegelman siempre le haya interesado lo que hicieron sus predecesores. «Por lo que a mí respecta, el futuro del cómic está en el pasado», sentencia. «No tenemos ni idea de cómo va a mutar ese arte en el futuro. Actualmente está demostrado que no hay ningún asunto que se queda fuera del campo de acción de los cómics, desde la pornografía a los textos educativos y la más sublime poesía visual». Pero, al mismo tiempo, «es todavía un bebé, algo muy nuevo. Como si tuviese un final abierto y uno pudiese usarlo como forma de autoexpresión artística, no sólo como algo que ayude a vender periódicos o mantenga a los críos callados mientras mamá y papá están atareados. Así que tal vez se pueda llegar a ese punto que otros medios han alcanzado más fácilmente». Resulta curioso, se plantea, que «el cómic apareciese antes que el cine, aunque éste creciese más rápido. Pero ahora estamos al fin en ese momento de que podemos tener un Buñuel, en que el cómic puede ser lo que queramos que sea».Como apunta el ganador de un Premio Pulitzer por Maus, «estamos hablando de un medio que sólo tiene 150 años, y el periodo crucial se dio a comienzos del siglo XX, cuando George Herriman descubrió que podía hacer esta pequeña locura en forma de cómic tan evocador y servir de ejemplo a muchísimos que vinieron después de él». Para él, «parte de lo que hace a Herriman tan impresionante es que su trabajo satisface todas las definiciones de tira cómica: algo que la gente podía leer como entretenimiento, pero que también incluía una forma de poesía que sería más fácil de encontrar al otro lado de la línea que separa el arte elevado del vulgar. Por ejemplo, en una revista de vanguardia de París de 1915. Una belleza que la gente sería reconocible por la gente, incluso aunque no le gustasen los cómics. Por eso tantos escritores y artistas se enamoraron de Krazy Kat. Porque Herriman demostró que había lugar para los cómics más allá de un burro coceando a un granjero».El caso de Herriman ha inspirado a Spiegelman para reflexionar sobre ese «choque» entre las palabras y las imágenes al que hace referencia el título de su conferencia. «A medida que el mundo se acelera más y más, tenemos que abandonar la idea de que las palabras son más importantes que las imágenes. En la época de la Ilustración, empezó a hacerse necesario que la gente aprendiese a leer. Hasta entonces, sólo los sacerdotes sabían, mientras la mayoría de la gente pasaba su vida pegada a un arado. Iban a una iglesia y con mirar arriba, veían cómics en las paredes. Al cambiar la civilización en este sentido, hicimos las imágenes menos útiles e importantes».
Y pone un ejemplo: «Cuando alguien no sabe leer, hay que crear primero un entorno favorable. En las escuelas se utilizan los cómics para ello, del mismo modo que los ruedines de aprendizaje en una bicicleta. Es una muestra de que las imágenes y dibujos fueron reducidos a una forma apoyo del material serio, como, por ejemplo, en los libros científicos». Ahora, en cambio, «la literatura visual es un negocio importante, igual que la literatura con palabras. Y eso ha permitido a esta nueva combinación de imágenes y palabras transmitir diferentes tipos de información que se le escapan a la escritura convencional».En ese sentido, Spiegelman reflexiona sobre el poder de representación de las viñetas. «Ahora, en la época del photoshop, sabemos que la fotografía no siempre dice la verdad. Es como el presidente de Estados Unidos», bromea. «En estos días, cualquiera, desde su casa o en su teléfono móvil, puede hacer mentir a una fotografía. Así que hay que encontrar otra forma de determinar qué información visual es verdadera. Y ésa podría ser el descubrimiento de que hay alguien en quien puedes confiar, ya haga pinturas o cómics. Porque ahí tienes una forma de verdad. Es una manera mucho más íntima de descubrir lo que te mueve».Dado que lleva mucho más tiempo dibujar una viñeta que grabar un vídeo, «libros como los de Joe Sacco son un ejemplo de periodismo lento [«slow journalism»], ya que el autor tiene que convivir con el material que pretende contar, y esa convivencia permite ofrecer una mayor profundidad: si piensas como artista, te planteas qué quieres mostrar y cómo quieres mostrarlo. Y esto permite que el lector lo asimile de forma muy diferente a como lo haría leyendo una historia de tres párrafos en un periódico con errores tipográficos. Los cómics te invitan a centrarte. Porque básicamente, los cómics funcionan del mismo modo que el cerebro».Precisamente eso, el cómo contar aquello para lo que no existen palabras, fue una de las claves de su obra más importante. «Tengo una relación completamente ambivalente con Maus. Por un lado, ha sido un maravilloso bombazo para mí, pero también un monstruo que no me deja escapar de su dominio», reconoce Spiegelman. «En cierto modo, nadie me ha impedido seguir haciendo cosas, pero me da la impresión de que cuanto menos haga, más popular seré. En plan: 'Tienes Maus. No hagas nada más. Nos confundes con esos otros aspectos de tu personalidad'».Con aquel libro se dio cuenta de lo «abrumador» del asunto que se traía entre manos. «Al no hacer algo completamente estúpido, como un grafitti en un váter, la idea de crear algo en torno al Holocausto pilló a la gente tan por sorpresa que supuso un dramático cambio en la percepción de los cómics. Pensaba que con Maus, que fue publicado por mí y mi mujer en nuestra propia revista underground, el reconocimiento no me llegaría hasta después de muerto. Y tal vez eso habría sido mejor para mí: hubiese sido más productivo. ¡He tenido que dar tantas entrevistas!», se ríe.Y es la risa la que, al final del día, nos devuelve a nuestra humanidad. «El humor es siempre frívolo y siempre lleva una carga de verdad», sostiene Spiegelman. «A veces es efectivo contra el enemigo y a veces no. En casos como el de Trump, es muy difícil burlarse de un payaso estúpido y maligno. Él siempre será una viñeta mejor que cualquiera que pudieses hacer».


http://www.elmundo.es/cultura/comic/2017/12/19/5a380be7268e3ef7648b45f3.html

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