DARÍO PRIETO
George Herriman (Nueva
Orleans, 1880- Los Ángeles, 1944) fue uno de ellos, sobre todo gracias a su
creación más famosa, a la que el Museo Reina Sofía le dedica actualmente la
exposición Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat. Con ese motivo, el museo acoge
este miércoles una conferencia de Spiegelman que lleva un evocador título: Las
palabras y las imágenes chocan: ¿Qué %@&*! pasó con los cómics?.Desde su
casa de Nueva York, Spiegelman intenta responder a su propia pregunta:
«Mientras el resto del mundo se volvía más estúpido, los cómics se hicieron
cada vez más inteligentes. Aunque, en realidad, esto no es correcto. En los
comienzos de cualquier medio, nadie sabe cómo se va a desarrollar, así que se
puede ver cómo aparecen criaturas extrañas. Es como un viaje a las Galápagos,
un circo de la evolución, en el que se van probando cosas nuevas y sólo
sobreviven aquellas que tienen un corazón o un cerebro más grande que el resto.
Luego, con el paso del tiempo, los fans miramos atrás y nos preguntamos
maravillados cómo pudo darse todo aquello».Cuando Herriman desarrolló su
trabajo, recuerda su admirador, «los cómics eran increíblemente populares, pero
no estaban pensados para durar más de los cinco segundos que se tardaba en
leerlos. Y 24 horas después se usaban para envolver pescado. No fue hasta mucho
después que empezó a usarse en ellos la fórmula de 'éste es mi mensaje en una
botella para el futuro', que es como tantas novelas y obras de arte se han
hecho a lo largo de la Historia».
De ahí que a Spiegelman
siempre le haya interesado lo que hicieron sus predecesores. «Por lo que a mí
respecta, el futuro del cómic está en el pasado», sentencia. «No tenemos ni
idea de cómo va a mutar ese arte en el futuro. Actualmente está demostrado que
no hay ningún asunto que se queda fuera del campo de acción de los cómics,
desde la pornografía a los textos educativos y la más sublime poesía visual».
Pero, al mismo tiempo, «es todavía un bebé, algo muy nuevo. Como si tuviese un
final abierto y uno pudiese usarlo como forma de autoexpresión artística, no
sólo como algo que ayude a vender periódicos o mantenga a los críos callados
mientras mamá y papá están atareados. Así que tal vez se pueda llegar a ese
punto que otros medios han alcanzado más fácilmente». Resulta curioso, se
plantea, que «el cómic apareciese antes que el cine, aunque éste creciese más
rápido. Pero ahora estamos al fin en ese momento de que podemos tener un
Buñuel, en que el cómic puede ser lo que queramos que sea».Como apunta el
ganador de un Premio Pulitzer por Maus, «estamos hablando de un medio que sólo
tiene 150 años, y el periodo crucial se dio a comienzos del siglo XX, cuando
George Herriman descubrió que podía hacer esta pequeña locura en forma de cómic
tan evocador y servir de ejemplo a muchísimos que vinieron después de él». Para
él, «parte de lo que hace a Herriman tan impresionante es que su trabajo
satisface todas las definiciones de tira cómica: algo que la gente podía leer
como entretenimiento, pero que también incluía una forma de poesía que sería
más fácil de encontrar al otro lado de la línea que separa el arte elevado del
vulgar. Por ejemplo, en una revista de vanguardia de París de 1915. Una belleza
que la gente sería reconocible por la gente, incluso aunque no le gustasen los
cómics. Por eso tantos escritores y artistas se enamoraron de Krazy Kat. Porque
Herriman demostró que había lugar para los cómics más allá de un burro coceando
a un granjero».El caso de Herriman ha inspirado a Spiegelman para reflexionar
sobre ese «choque» entre las palabras y las imágenes al que hace referencia el
título de su conferencia. «A medida que el mundo se acelera más y más, tenemos
que abandonar la idea de que las palabras son más importantes que las imágenes.
En la época de la Ilustración, empezó a hacerse necesario que la gente
aprendiese a leer. Hasta entonces, sólo los sacerdotes sabían, mientras la
mayoría de la gente pasaba su vida pegada a un arado. Iban a una iglesia y con
mirar arriba, veían cómics en las paredes. Al cambiar la civilización en este
sentido, hicimos las imágenes menos útiles e importantes».
Y pone un ejemplo: «Cuando
alguien no sabe leer, hay que crear primero un entorno favorable. En las
escuelas se utilizan los cómics para ello, del mismo modo que los ruedines de
aprendizaje en una bicicleta. Es una muestra de que las imágenes y dibujos
fueron reducidos a una forma apoyo del material serio, como, por ejemplo, en
los libros científicos». Ahora, en cambio, «la literatura visual es un negocio
importante, igual que la literatura con palabras. Y eso ha permitido a esta
nueva combinación de imágenes y palabras transmitir diferentes tipos de
información que se le escapan a la escritura convencional».En ese sentido,
Spiegelman reflexiona sobre el poder de representación de las viñetas. «Ahora,
en la época del photoshop, sabemos que la fotografía no siempre dice la verdad.
Es como el presidente de Estados Unidos», bromea. «En estos días, cualquiera,
desde su casa o en su teléfono móvil, puede hacer mentir a una fotografía. Así
que hay que encontrar otra forma de determinar qué información visual es
verdadera. Y ésa podría ser el descubrimiento de que hay alguien en quien
puedes confiar, ya haga pinturas o cómics. Porque ahí tienes una forma de
verdad. Es una manera mucho más íntima de descubrir lo que te mueve».Dado que
lleva mucho más tiempo dibujar una viñeta que grabar un vídeo, «libros como los
de Joe Sacco son un ejemplo de periodismo lento [«slow journalism»], ya que el
autor tiene que convivir con el material que pretende contar, y esa convivencia
permite ofrecer una mayor profundidad: si piensas como artista, te planteas qué
quieres mostrar y cómo quieres mostrarlo. Y esto permite que el lector lo
asimile de forma muy diferente a como lo haría leyendo una historia de tres
párrafos en un periódico con errores tipográficos. Los cómics te invitan a
centrarte. Porque básicamente, los cómics funcionan del mismo modo que el
cerebro».Precisamente eso, el cómo contar aquello para lo que no existen
palabras, fue una de las claves de su obra más importante. «Tengo una relación
completamente ambivalente con Maus. Por un lado, ha sido un maravilloso bombazo
para mí, pero también un monstruo que no me deja escapar de su dominio»,
reconoce Spiegelman. «En cierto modo, nadie me ha impedido seguir haciendo
cosas, pero me da la impresión de que cuanto menos haga, más popular seré. En
plan: 'Tienes Maus. No hagas nada más. Nos confundes con esos otros aspectos de
tu personalidad'».Con aquel libro se dio cuenta de lo «abrumador» del asunto
que se traía entre manos. «Al no hacer algo completamente estúpido, como un
grafitti en un váter, la idea de crear algo en torno al Holocausto pilló a la
gente tan por sorpresa que supuso un dramático cambio en la percepción de los
cómics. Pensaba que con Maus, que fue publicado por mí y mi mujer en nuestra
propia revista underground, el reconocimiento no me llegaría hasta después de
muerto. Y tal vez eso habría sido mejor para mí: hubiese sido más productivo.
¡He tenido que dar tantas entrevistas!», se ríe.Y es la risa la que, al final
del día, nos devuelve a nuestra humanidad. «El humor es siempre frívolo y
siempre lleva una carga de verdad», sostiene Spiegelman. «A veces es efectivo
contra el enemigo y a veces no. En casos como el de Trump, es muy difícil
burlarse de un payaso estúpido y maligno. Él siempre será una viñeta mejor que
cualquiera que pudieses hacer».
http://www.elmundo.es/cultura/comic/2017/12/19/5a380be7268e3ef7648b45f3.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario