IÑIGO DOMÍNGUEZ
Uno habla con algún amigo
de otro país y te das cuenta de lo que realmente preocupa a la gente: en
Londres, por ejemplo, no se habla del Brexit, sino del nuevo matrimonio en la
familia real. Lo bueno de la casa real inglesa es que está más allá de la
posverdad, cualquier cosa que se inventen ya se la han inventado antes y no
será mejor que algo que ha ocurrido verdaderamente.
Te lo crees todo. Esta vez
no tanto la novedad en sí, el compromiso del príncipe Enrique con una chica
llamada Meghan Markle, sino las reacciones. Obviamente ya ha salido una
hermanastra que habla mal de ella y las discusiones han descendido a un nivel
de meticulosidad inimaginable. Han vuelto a emerger rumores de que Enrique no
es el hijo del príncipe Carlos y Diana, sino de un romance de ella, y es el
argumento favorito para desescandalizarse de los que se escandalizan con el
enlace: no hay motivo de preocupación aunque Enrique se case con una actriz
mulata divorciada tres años mayor que él, porque Enrique en realidad no tiene
sangre real. Y ya hay artículos sobre los primeros fallos protocolarios de su
prometida. ¿Por qué interesan tanto estas cosas? Curioseas en las noticias de
este tema y tienen cientos de comentarios con gente que opina a favor y en
contra. Quizá porque al ser historias de príncipes y coronas no parecen reales,
auténticas quiero decir. Son como un cuento. Están para entretenerse.
En cambio, otra conocida
acaba de volver de Madagascar y cuenta una cosa que esta vez sí que no me podía
creer: en Madagascar hay peste bubónica. Busquen en Internet: es verdad.
Evidentemente en Madagascar no se habla de otra cosa, pero solo allí.
https://elpais.com/elpais/2017/12/06/gente/1512580536_543395.html
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