JUAN JOSÉ MILLÁS
La palabra “frío” provoca
más solidaridad que el eufemismo “pobreza energética”. Pobreza energética suena
a problema de orden técnico que se arregla con la creación de un comité, es
decir, que no se arregla.
Tú ves en la calle a un niño tiritando de frío y
corres a abrigarlo. A veces ni siquiera hace falta que sea un niño: hay gente
que salva la vida con su propio aliento a un gorrión. Pero si ves a un pobre
energético piensas que ya lo arreglarán el Gobierno o una ONG. Ahora mismo,
mientras los telediarios hablan de nimiedades dignas de una reunión de vecinos
que se llevan a matar, hay gente con los labios morados y sin sensibilidad en
los dedos de las manos y los pies. Cuando una casa se enfría, se enfría el
mango de los tenedores y de las cucharas. Se enfrían los bordes de la taza del
retrete o del bidé, incluso la pastilla de jabón. Se enfrían también los mandos
del grifo y el suelo de la ducha. Se enfrían los picaportes de las puertas, los
interruptores de la luz, los vasos, los barrotes del cabecero de la cama, las
sartenes, los platos, los lomos de los libros y hasta la montura de las gafas.
Todo quema en una casa fría. Y tú, dentro de ella, no eres más eres un témpano
de hielo con la televisión encendida y las manos tendidas hacia la pantalla.
Pero la tele, pese a los colorines, también despide frío, más que un aparato de
aire acondicionado. ¿De qué habla toda esa gente que sale en las noticias
cuando el único asunto, para el que tiene frío, es el frío?
Dejen ustedes que se
enfríen los despachos de los ministros, el palacio de la Moncloa, el de la
Zarzuela. Ciérrenles una semana la calefacción a los subsecretarios, apaguen
las calderas del Congreso. A ver de qué hablan estos señores pasados cuatro
días.
https://elpais.com/elpais/2017/12/07/opinion/1512645996_286233.html
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