ANTONIO LUCAS
El único audio de Arturo
Barea: reflexiones, exilio y periodismo EL MUNDO
El Instituto Cervantes
recupera la memoria literaria del autor de 'La forja de un rebelde' y uno de
los grandes escritores silenciados del exilio
En 2010, el británico
William Chislett convocó a un grupo de ocho personas. Les unía la admiración
por la obra de Arturo Barea (Madrid, 1897-Oxford, 1957). Meses antes había
localizado en el pequeño cementerio inglés de Faringdon, cerca de Oxford, la
tumba del escritor y de Ilse, su segunda mujer. Una lápida deteriorada, casi
anónima, confiscada por el musgo. Entre los ocho llamados a la causa de aupar
de nuevo al autor de La forja de un rebelde enviaron cartas a la embajada
española en Inglaterra para solicitar que se restaurase la tumba. El silencio
administrativo se impuso y decidieron hacerlo de otro modo: 23 euros por cabeza
bastaron para mejorar la piedra, grabar mejor el nombre y combatir el olvido
acumulado sobre uno de los autores fuertes del exilio español. La de Chislett
& Cía. no sólo fue una aventura literaria, sino un ejercicio de memoria y
de dignidad. Otro más hecho desde fuera.Algunos miembros de aquel grupo de
salvamento se reunieron ayer en la sede del Instituto Cervantes de Madrid para
seguir diciendo en voz alta el nombre del escritor e insistir en su expedición
vital. El motivo es la muestra que recorre su escritura: Arturo Barea: la
ventana inglesa, abierta hasta el 16 de marzo y de la que es responsable
William Chislett. En las vitrinas, sus libros en español y en inglés. En una de
las paredes, unos auriculares que reproducen la única grabación que existe (hasta
ahora) de la voz del escritor, realizada en Córdoba (Argentina) en 1956. Y al
lado, un mapa que señala los lugares de Madrid donde desarrolló su vida hasta
la Guerra Civil.
Barea marchó a Inglaterra
junto a Ilse (como poco después Chaves Nogales) cuando el desastre ya dejaba
ver un desastre aún peor. Y allí acumuló, previo paso desesperado por París, un
éxito notable como creador y como periodista en la BBC para las emisiones a
Latinoamérica. «El primer acto de Inglaterra para mí», dijo en alguna ocasión,
«fue abrirme sus puertas, simplemente porque era un desgraciado sin patria por
defender ideales de humanidad y fraternidad dentro de una comunidad libre que
había perdido su libertad por la violencia. El segundo fue ayudarme en mi
miseria».Antonio Muñoz Molina, uno de los ocho bareanos, lleva años insistiendo
puntualmente en la necesidad de recobrar la estela, el surco literario del
autor de La raíz rota y la autenticidad de su mirada cívica. Señalando que en
Inglaterra ha sido mejor tratado que aquí. Barea, el hijo de una lavandera de
la explanada de la Casa de Campo. Barea, el amigo de Pla. Barea, joven bárbaro
cercano a Lerroux. Barea, el censor republicano de los textos de los
corresponsales de guerra extranjeros, con oficina en el edificio de Telefónica
de la Gran Vía. Pero, principalmente, Barea el escritor: aquel que confeccionó
en la trilogía de La forja de un rebelde (llevada a televisión por Mario Camus)
uno de los frescos más detallados y expresivos de los dramas de España en el
primer tercio del siglo XX. «Este hombre tuvo siempre una situación difícil en
la historia de la literatura española. No perteneció al mundo literario, del
que se sintió ajeno. Y, muchos años después de muerto, su biografía tampoco se
ajustó a las ortodoxias que se exigían en los días de la Transición para
rehabilitar a los creadores del exilio».En ese clima extraño caben otras
singularidades, como que La forja de un rebelde se publicara primero en inglés
(traducido por su mujer) y la edición española, desaparecido el manuscrito,
fuese un volcado al español. «Siempre ha estado mejor recordado en su país de
acogida que aquí», denuncia Chislett. «En el verano de 1936», incide Juan
Manuel Bonet, director del Cervantes, «acumuló visiones de la guerra, pero
también de la necesidad de no cerrar los ojos. Su testimonio es implacable
sobre lo que sucedió en aquel sangriento periodo».Con lucidez y amargura miró a
España. Y en el destierro tuvo cómplices notables, de George Orwell a Gerald
Brenan. De algún modo encontró en Inglaterra la dosis de sosiego necesaria para
seguir caminando sin mirar demasiado atrás, para emprender una existencia plena
de literatura. Escribía, cocinaba guisos españoles para los amigos, hacía de
payaso en las fiestas del pueblo británico donde se instaló... Pero la vocación
de la escritura fue en su caso una brazada más contra la inercia de la
corriente. Es otra de las miles de víctimas no sólo del golpe de Estado de
Franco, sino del rodillo de silencio impuesto después por la dictadura. «Y,
como extrañeza, en los años en que la encrucijada ideológica de Europa se
balanceaba entre el comunismo y el fascismo», apunta Muñoz Molina, «él se hizo
miembro del Partido Laborista británico». Otro modo de acuñar su instintiva vocación
de mantenerse fuera de sitio. Arturo Barea mantiene aún hoy esa escarcha de
olvido póstumo que cubre a algunos hombres decididos hacer la vida a solas, sin
tribu. Atendiendo a lo suyo aunque sin descuidar la verdad de los otros, pero
convencidos de que la independencia de movimiento, de distancia y de silencio
es el mejor metal nocturno para no perder nunca el sitio de ser uno mismo.
http://www.elmundo.es/cultura/literatura/2017/12/14/5a3180c3e2704e79798b45d3.html
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