Para alcanzar una solución
de dos Estados necesitamos primero tener dos Estados, y la actual situación no
lo refleja.
Un manifestante palestino
se refugia en un bloque de hormigón durante unas protestas el pasado martes.
ABBAS MOMANI FOTO: AFP / VÍDEO: ATLAS
La decisión del Gobierno
estadounidense de trasladar su Embajada en Israel a Jerusalén y, al hacerlo,
reconocer a Jerusalén como capital de Israel, es la última de una serie de
graves decisiones geopolíticas relacionadas con el conflicto palestino-israelí.
La decisión deja bastante claro que cada nuevo movimiento proactivo desde el
exterior de la región se inclina a favor de una de las partes del conflicto y
desmoraliza a la otra. Esto enciende la euforia en un bando y la violencia en
el otro. Si esta decisión no es objeto de una oposición clara y resuelta, la
perspectiva de poner fin al conflicto seguirá alejándose.
La reaparición de la
violencia que ha provocado la decisión estadounidense y las reacciones
internacionales a la misma demuestran que todos los actores implicados deben
replantearse algunos aspectos del conflicto. La comunidad internacional lleva
varias décadas debatiendo sobre la posibilidad de alcanzar una solución de dos
Estados, pero esto plantea una pregunta: ¿dónde está este segundo Estado?
La cuestión es
especialmente importante, porque el conflicto palestino-israelí difiere de los
demás centenares de conflictos que se han librado desde los albores de la
historia humana. Por lo general, los conflictos surgen entre dos naciones o
pueblos que luchan por líneas fronterizas, o recursos como el agua o el
petróleo. Sin embargo, en el caso de Palestina e Israel, no se trata de un
conflicto entre naciones o Estados sino entre dos pueblos que insisten por
igual en su derecho al mismo trocito de tierra y que están decididos por igual
a vivir en ella, preferiblemente sin el otro. En consecuencia, no puede dársele
al conflicto una solución militar o puramente política. Tiene que haber una
solución humana.
Los hechos del conflicto
son de sobra conocidos y no hace falta detallarlos aquí. La decisión tomada en
1947 de dividir Palestina fue rechazada por toda la comunidad árabe en aquel
entonces. La decisión, o la respuesta a la misma, tal vez fuese un error, pero
desde la perspectiva palestina fue un desastre. No obstante, se tomó y todos
tuvimos que aprender a vivir con las consecuencias. Los palestinos han
renunciado desde hace tiempo a su reivindicación de toda Palestina y aceptan la
división del territorio. Israel, por otro lado, sigue construyendo asentamientos
ilegales en territorio palestino, lo cual pone de manifiesto una falta de
voluntad de emular el planteamiento palestino. Algunos aspectos del conflicto
presentan cierta simetría, mientras que otros son asimétricos: Israel es ya un
Estado, un Estado muy poderoso, y como tal debe asumir una parte mayor de la
responsabilidad.
Ya nadie cuestiona en serio
el derecho de Israel a existir, pero el mundo está dividido respecto a la
cuestión de Israel más en general. Por una parte, hay países que se sienten
responsables del cruel trato dado a los judíos en Europa, y debemos estar muy
agradecidos de que este sentido de la responsabilidad se mantenga hoy en día.
Por otra parte, sigue habiendo quienes niegan el Holocausto, una actitud que
espolea a algunos de los grupos más extremistas del mundo árabe y da a la
población judía buenas razones para la desesperanza. Y sin embargo, a pesar de
todas las críticas justificables a la hostilidad palestina hacia Israel, estas
no deberían considerarse una continuación del antisemitismo europeo.
Medidas unilaterales como
la decisión estadounidense no pueden sino empeorar la situación
Ante la decisión unilateral
tomada por Estados Unidos, yo lanzo el siguiente llamamiento al resto del
mundo: reconoced a Palestina como Estado soberano al igual que habéis
reconocido a Israel como Estado. No es posible esperar ninguna avenencia entre
dos pueblos —ni siquiera entre dos personas— que no reconocen la existencia
mutua. Para alcanzar una solución de dos Estados necesitamos primero tener dos
Estados, y la actual situación no lo refleja. Palestina lleva 50 años ocupada y
no puede esperarse que los palestinos entablen negociaciones en estas
circunstancias. Todos los países verdaderamente interesados en una solución de
dos Estados deben reconocer a Palestina como Estado soberano y simultáneamente
exigir que comiencen de inmediato conversaciones serias.
Medidas unilaterales como
la decisión estadounidense no pueden sino empeorar la situación, porque ofrecen
falsas esperanzas a un bando y aumentan la desesperación del otro. Solo pueden
considerarse una provocación. Si no fuera por la historia de los últimos 70
años, un Estado binacional podría considerarse una opción concebible. Pero la
indecisión de ambas partes debe considerarse como lo que es: la solución de dos
Estados es la única opción factible, y la condición previa para conseguirlo es
que existan dos Estados autónomos. Dos Estados que existan juntos en pie de
igualdad sería la única forma de garantizarles equidad a los palestinos y
seguridad a Israel.
En la cuestión de
Jerusalén, la solución parece lógica: Jerusalén es una ciudad tan sagrada para
los judíos como para los musulmanes y los cristianos. Como parte de una
solución de dos Estados, no veo problema en que Jerusalén Oeste sea la capital
de Israel y Jerusalén Este, la de Palestina.
En consecuencia, animo a
todas las grandes naciones que no han reconocido aún a Palestina como Estado
soberano a hacerlo ahora y a comprometerse al mismo tiempo a abrir
negociaciones sobre delimitación de fronteras y otras cuestiones esenciales.
Lejos de representar una medida antiisraelí, este sería un paso hacia una
solución aceptable para ambas partes. Está bastante claro que ambos pueblos,
israelíes y palestinos, tendrán que estar igualmente deseosos de alcanzar la
paz. No puede imponerse a las partes una solución desde fuera. Por eso voy más
lejos e insto a las naciones de Israel y Palestina a declarar de manera
inequívoca que ya están hartas de este conflicto de décadas y que ansían que por
fin llegue la paz.
Daniel Barenboim (Buenos
Aires, 1942) es pianista y director de orquesta. Tiene nacionalidad argentina,
española, israelí y palestina.
https://elpais.com/internacional/2017/12/21/actualidad/1513875965_510081.html
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