Las cacocracias (los
gobiernos de los malos) proliferan en sistemas políticos degradados y caóticos
que repelen a los talentosos y le abren paso a los peores ciudadanos, o a los
menos preparados
MOISÉS NAÍM
El ex primer ministro
malasio Najib Razak habla con los medios cuando abandona la Oficina de la
Comisión Anticorrupción de Malasia (MACC) en Putrajaya, Malasia. SADIQ ASYRAF /
AP
Mientras el mundo se
desgañita debatiendo sobre socialismo, capitalismo, independentismo, populismo
y otros ismos, los ladrones y los ineptos están tomándose cada vez más
gobiernos. Ladrones en el poder los ha habido siempre y gobernantes
incompetentes también. Pero, en estos tiempos, la criminalidad de algunos jefes
de Estado ha alcanzado niveles dignos de los tiranos de la antigüedad. Y las
consecuencias de la ineptitud de quienes mandan se ven ahora amplificadas por
la globalización, la tecnología, la complejidad de la sociedad, así como por la
velocidad con la que suceden las cosas.
Ya no estamos hablando solo
de la corrupción “habitual”; la del ministro que cobra una comisión por la
compra de armas o por otorgar a dedo el contrato para construir una carretera.
Ni de un caso aislado en el que el más tonto de la clase llega, para sorpresa
de sus antiguos compañeros, a ser presidente.
No; en el caso de la
cleptocracia se trata más bien de conductas criminales que no son individuales,
oportunistas y esporádicas sino colectivas, sistemáticas, estratégicas y
permanentes. Es un sistema en el cual todo el alto Gobierno es cómplice y se
organiza de manera deliberada para enriquecerse —y usar las fortunas acumuladas
para perpetuarse en el poder—. Para los cleptócratas el bien común y las
necesidades de la población son objetivos secundarios y solos merecen atención
cuando están al servicio de lo más importante: engordar sus fortunas y seguir
mandando.
El caso de los ineptos en
el poder es algo distinto. Las cacocracias (los gobiernos de los malos)
proliferan en sistemas políticos degradados y caóticos que repelen a los
talentosos y les abren paso a los peores ciudadanos, o a los menos preparados.
Obviamente es posible que a veces se combinen los dos y el Gobierno no solo sea
criminal sino también incompetente. Cuando coinciden, la cleptocracia y la
cacocracia se refuerzan entre sí.
Un ejemplo que ilustra la
conducta de gobiernos cleptócratas lo ofrece el respetado periodista brasileño
Leonardo Coutinho. Recientemente, Coutinho recogió el testimonio de Marco
Antonio Rocha, un oficial de la aviación boliviana que reveló el tráfico de
grandes volúmenes de cocaína de Bolivia a Venezuela y a Cuba. Cuenta Rocha que
semanalmente debía pilotar un avión desde La Paz a Caracas y La Habana cargado
con las “maletas diplomáticas”, entregadas por los agregados militares de la
Embajada de Venezuela en La Paz. Solo que en este caso no eran ni maletas ni
llevaban documentos diplomáticos. Eran enormes bultos que contenían 500 kilos
de cocaína. Una operación de este tipo requiere la complicidad de los más altos
niveles del Estado en, al menos, tres países. Esta no es solo la historia de
una operación más de narcotraficantes, sino que también revela las actividades
de una alianza de gobiernos cleptocráticos. El primer ministro de Malasia,
Najib Razak, quien acaba de perder las elecciones, ha sido acusado de haber
organizado un sistema financiero que le permitió pasar 42.000 millones de
dólares de cuentas públicas a cuentas privadas controladas por sus familiares y
cómplices. En Brasil, el escándalo conocido como Lava Jato reveló una vasta,
sofisticada y permanente red de corrupción que involucró durante años a
centenares de los más poderosos políticos, gobernantes y empresarios del país y
de toda América Latina.
Un error común es suponer
que las cleptocracias solo se dan en los rincones más pobres y
subdesarrollados. Rusia es un país avanzado cuyos dirigentes muestran claros
signos de constituir una cleptocracia. Uno de sus pilares fundamentales son los
exagentes secretos de la KGB convertidos en oligarcas cuyas enormes empresas
trabajan de la mano del Kremlin. En un testimonio ante el Senado de Estados
Unidos en 2017, Bill Bowder, empresario de vasta experiencia en Rusia y
acérrimo crítico de su Gobierno, afirmó que “Putin se ha hecho el hombre más
rico del mundo y su fortuna alcanza a los 200.000 millones de dólares”.
Es también un error pensar
que solo en países con instituciones débiles y sistemas políticos inmaduros
pueden llegar a ocupar las posiciones más importantes personas que no tienen la
capacidad y la preparación necesarias. Lo que estamos viendo en Estados Unidos
y en países europeos con una larga tradición democrática muestra que ninguna
nación es inmune a la cacocracia. En Estados Unidos, la búsqueda en Internet
del significado de esta palabra derivada del griego antiguo ha tenido un enorme
auge desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Como buenos
prestidigitadores, los cleptócratas saben cómo distraernos de sus fechorías y
los cacócratas de su incapacidad. Lo hacen hablándonos de sus ideologías y
atacando a las de sus rivales. Mientras nosotros vemos y participamos en estos
torneos ideológicos, ellos roban. O tontean.
Y nosotros pagamos las
consecuencias.
https://elpais.com/elpais/2018/06/02/opinion/1527954739_894835.html
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