Durante 30 años Jorge Luis
Borges cenó en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los
dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas
MANUEL VICENT
"Todos caminamos hacia
el anonimato", dijo Borges, "solo que lo mediocres llegan un poco
antes". Este era la clase de ingenio malvado, el único permitido como
postre en las cenas que durante 30 años mantuvo todas las noches Jorge Luis
Borges en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a
solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas. "¿De qué se reirán
estos idiotas?", pensaba. Se reían de la propia crueldad con la que
pasaban por la piedra a otros colegas, y según parece Borges tenía una risa
desgañitada muy desagradable. Silvina, la menor de las seis hermanas Ocampo,
fue pintora, discípula de Giorgio de Chirico, poeta y escritora de cuentos.
Permaneció siempre en un segundo plano, oscurecida por la prepotencia
avasalladora de su hermana mayor Victoria, que desde la revista Sur tenía bajo
absoluto control la cultura argentina de entreguerras, y por el talento
literario y la seducción de su marido, de quien tuvo que soportar en silencio
su voracidad consumidora de amantes. La figura de esta artista emerge ahora
desde la sombra. Sucede a veces que los mediocres regresan del anonimato solo
para vengarse.
Desde la izquierda, Adolfo
Bioy Casares, Silvina Ocampo y Enrique Luis Drago, en Cannes en 1949.
El retrato de Silvina
Ocampo que ha publicado Mariana Enríquez en Anagrama me ha devuelto al día en
que visité a Bioy Casares en Buenos Aires, en la calle Posadas, esquina
Schiaffino, frente a los jardines de La Recoleta, en uno de los cinco pisos de
una finca que pertenecía entera a la familia Ocampo. Me recibió Jovita
Iglesias, la gallega ama de llaves. En un salón muy amplio, elegantemente
deshabitado de muebles, solo con grandes espejos que multiplicaban el vacío de
algunas paredes cubiertas de bibliotecas fatigadas, de maderas que crujían bajo
los pasos, me esperaba Bioy a la hora del té sentado en una silla de ruedas
junto a una mesa con mantel de hilo llena de bandejas con pastelillos y otras
delicadezas. Se había quebrado la cadera por una caída que se produjo desde una
banqueta mientras trataba de alcanzar un volumen del último estante de la
biblioteca, y los analgésicos lo tenían sumido en un sopor que era la exacta
expresión de aquel mundo ya fenecido. Estuvo extraordinariamente amable. No le
hables de libros, me dijeron, háblale de mujeres, de coches, de tenis, de
perros, de caballos. Bioy me dijo que en esa misma sala, sentados los dos a
aquella misma mesa, Borges y él cenaron solos todas las noches durante más de
30 años hasta que se lo prohibió María Kodama. Cuando Borges se despedía, Bioy
pasaba al gabinete y anotaba esas conversaciones de sobremesa como un notario
que levanta acta. Me aseguró que tenía más de 3.000 páginas escritas e
inéditas. Eran las que se publicaron posteriormente con el título Borges en
Destino. El dietario está lleno de ingeniosas maldades, pero ninguna atañe a su
adorada y engañada Silvina. "Lo que le sucedía a Borges con las mujeres es
que se enamoraba si ellas lo placaban". Bioy cruzó los brazos con un gesto
de tenaza sobre su pecho como hacen los jugadores de rugby para proteger la
pelota.
Nada más literario que las
pasiones que se entrecruzaron estas dos familias de estancieros argentinos
absolutamente adinerados, con aire aristocrático, las hermanas Ocampo y el
galán Adolfito Bioy Casares. Silvina era la menor, la más discreta, pero
también la más extraña, bruja o maga, hasta el punto que le gustaban los
mendigos y amaba a los sirvientes de la casa. En su primer libro, Viaje
olvidado, retrata su infancia deformada por la memoria de sus incursiones a las
dependencias del piso superior habitadas por el servicio, que imagina llenas de
niños crueles, asesinos, asesinados o suicidas. Bioy descendía también de una
familia de terratenientes, aunque no tan impúdicamente ricos. Iba para
estanciero pero derivó hacia la literatura y las mujeres. El año 1940, después
de su triunfo literario con La invención de Morel, se casó con Silvina Ocampo.
Hacía tiempo que eran novios y vivían juntos en la estancia Rincón Viejo,
propiedad de los Bioy en la localidad de Pardo, Las Flores, provincia de Buenos
Aires. Su vida era considerada un escándalo. ¿Por qué no les habían obligado a
casarse? Se habla de que Ramona, la madre de Bioy, ya viuda, mantenía una
relación lésbica con Silvina, su futura nuera y la retenía a su lado. Por otro
lado, cuando Bioy convirtió en su amante a Genca, una sobrina adolescente de 16
años e hija de Silvia Angélica, una de las hermanas Ocampo, también se habló de
que Silvina formaba parte con gusto de ese triángulo. Fue una historia de
tantas, la más obsesiva, pero Bioy estaba siempre de cacería y por sus brazos
pasaron innumerables mujeres, unas muy finas y otras bataclanas. De hecho, este
dorado don Juan llevó una vida muy atareada: tenis por la mañana, amores por la
tarde, lecturas y literatura a cualquier hora y de cena, como plato único,
Borges en su propia salsa. "¿De qué se reirán esos idiotas? Sin duda, de
pavadas", pensaba Silvina. Eso es más o menos la literatura.
https://elpais.com/cultura/2018/06/22/actualidad/1529679994_261237.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario