AGNESE MARRA
Los cantantes João Gilberto
y Tom Jobim, con dos actrices en un picnic en la playa.
Si la Bossa Nova fuera una
ciudad, solo podría ser Río de Janeiro. Despreocupada. Perezosa. Calurosa y
refrescante a la vez. Si fuera un barrio, serían dos: Copacabana e Ipanema.
Nació en el primero, se desató en el segundo. Si ocupara un espacio de nuestra
casa, tendría que ser un balcón con vistas. El mar al fondo. Un momento del
día: el atardecer en las arenas de Ipanema con su una, dos, tres de las islas
Cagarras al frente. El morro Dois Irmaos a la derecha, y a la izquierda, las piedras
del Arpoador. El verano sería su estación. El eterno verano carioca. Porque en
verano también pueden hacerse revoluciones.Febrero de 1958, Río de Janeiro, Bar
Vilarino. El periodista Irineu García, con su traje y su corbata, "a la
espera de que alguien le pagara el próximo whisky" -decía el escritor Ruy
Castro-, y dispuesto a endeudarse un poco más por la poesía, se encuentra con
su amigo Vinicius de Moraes. García, que gastaba lo poco que tenía en su sello
fonográfico Festa, donde grababa a poetas como Manuel Bandeira, Drummond de
Andrade, Joao Cabral de Melo Neto, esa noche de verano se le antojó algo
diferente: un disco con los poemas de Vinicius pero con la música de otro de
sus compañeros de farras: Antonio Carlos Jobim. Tom, para los amigos. Tom Jobim
para la eternidad.En un bar, presumiblemente borrachos y probablemente felices,
fue donde comenzó a gestarse la mayor revolución de la música brasileña. Pero
todavía faltaba un tercer elemento para formar la Santa Trinidad de la Bossa
Nova: un bahiano de 26 años, recién llegado de Juazeiro (interior de Bahía),
discreto, también asiduo al traje, y pegado a una guitarra. "Fue así como
llegó Joao (Gilberto)...", repetiría un millón de veces Tom Jobim, quien
decidió contar con él para que tocara dos canciones del improvisado álbum
Cançao do Amor Demais, editado por Festa. -¿Qué es eso Joao?- le dijo Jobim
cuando escuchó el resultado de la primera música con la que arrancaba el disco.
Se trataba de Chega de Saudade. La Bossa Nova acababa de nacer y ni Vinicius
-el revolucionario de la letra- ni Tom -el revolucionario de la armonía- ni
Joao -el revolucionario del ritmo y la voz- se habían dado cuenta. Bossa era la
palabra que se usaba en la época para hablar de estilo. Joao Gilberto con su
ritmo sincopado, como a destiempo, como desafinado -dirían los más críticos a
los que Jobim les respondería con una música titulada con ese mismo adjetivo-
creaba una nueva samba. El bahiano se deshacía del barroco de la batucada,
desaceleraba el ritmo, marcaba los tiempos débiles, jugaba con el silencio. En
pocos semanas no había un músico en Río de Janeiro que no hablara de "la
batida [ritmo] de Joao".
El 10 de julio de 1958
-también verano, pero en el hemisferio norte-, la batida de Joao se bautizó
como Bossa Nova y comenzó a tomar forma en los estudio de Odeon, en el centro
de Río de Janeiro, donde el bahiano empezó a grabar su primer álbum, Chega de
Saudade: 23 minutos, 12 canciones -con clásicos como Desafinado, Bim Bom,
Hô-bá-lá-lá...- que como haikus atravesaban con delicadeza a cualquiera que las
escuchara. No era apenas la batida de Joao; ahora también cantaba, y su voz
volvía a revolucionar el género tanto como su guitarra. Un cantar que era más
un susurro, una forma de hablar, pronunciaba y entonaba cada sílaba con la
precisión del cirujano. Un cantar baixinho, siempre cálido, que transitaba
entre la sensualidad de la caricia inesperada en el muslo, y la ternura del
padre que arropa a su hija antes de dormir. Dice el escritor Ruy Castro en su
libro Chega de Saudade, Historia e historias de la Bossa Nova que el impacto de
aquel disco entre los músicos de la época fue parecido al de Charlton Heston
bajando el monte Sinaí con las tablas de los Diez Mandamientos. "No
existirían Caetano Veloso, Gilberto Gil, Chico Buarque sin ese disco de
Joao", afirma Castro.Chico Buarque lo confirmaba en su Songbook cuando
contaba que una broma habitual entre los músicos era preguntar qué estaban
haciendo el día que salió Chega de Saudade. Como si una bomba hubiera caído en
la Ciudad Maravillosa y todos tuvieran que recordarlo. "Escuché de manera
obsesiva ese disco y me ponía a practicar el comienzo de Aos pés da Cruz una y
otra vez, pero era imposible copiar esos acordes, fue algo maravilloso".
En Río de Janeiro empezaron a abrirse decenas de academias de guitarra con el
anuncio: "Aquí se aprende la batida de Joao". Roberto Menescal y
Carlos Lyra, otras dos grandes figuras del club de la Bossa Nova montaron una.
Por la noche la academia era en la terraza de la cantante Nara Leao -la musa femenina
del movimiento- con vistas al océano de Copacabana. Tom, Joao y Vinicius eran
habituales de ese balcón al que acudían otros jóvenes con la mayoría de edad
recién cumplida y sus guitarras al hombro: "Era la música de los
aprendices", dice Menescal, quien tiene su propia teoría sobre el cantar
bajito que caracteriza al género: "Ensayábamos en las terrazas de los
apartamentos, por la noche, no podíamos cantar alto. Un problema vecinal se
convirtió en estilo", cuenta en el documental Historias y casos de la
Bossa Nova.
Ensayábamos en las terrazas
de los apartamentos, por la noche, no podíamos cantar alto. Un problema vecinal
se convirtió en estilo
Roberto Menescal, leyenda
de la Bossa Nova
En ese dolce far niente
carioca, entre la playa, el agua de coco, la cerveza fría de día y el whisky de
noche, fue que estos jóvenes de clase media compusieron los grandes clásicos
que darían la vuelta al mundo. No imaginaban el éxito que se les venía encima,
era apenas la belleza de las cosas hechas sin importancia. Escribían sobre el
mar, el sol, la omnipresente saudade. Pero en este nuevo estilo el corazón roto
no era trágico y quejicoso como el de la samba de los años 30, el tango, o el
bolero. Hasta el desamor se hacía leve bajo estos nuevos acordes.Después de Chega
de saudade de Joao Gilberto, Tom Jobim lanzó O amor, o sorriso e a flor (1960)
otro álbum lleno de éxitos como Samba De Uma Nota Só, Corcovado, O Pato. Pero
el esplendor de la Santa Trinidad de la Bossa Nova llegó en 1962, cuando Tom,
Joao y Vinicius tocaron durante 40 noches seguidas en la discoteca carioca Au
Bon Gourmet y presentaron la canción que sería para la música brasileña lo que
Pelé fue para su fútbol. La Garota de Ipanema empezaba a sonar sin que nadie
sospechara que se convertiría en un himno, mucho menos en la canción más
reproducida tras Yesterday, según afirma la discográfica Universal.Ese mismo
año los norteamericanos se interesaron por ese grupo de músicos brasileños que
hacían algo que les sonaba a jazz, y les invitaron a tocar en el Carnegie Hall
de Nueva York: "Me llamaron de Estados Unidos para invitarme a participar
en ese concierto y yo les dije que ese sábado tenía un compromiso, había
quedado para ir a pescar, no podía tocar. A la media hora me llamó Tom
sorprendido con mi negativa, me explicó mejor lo que era el Carnegie Hall y al
final me fui con ellos a Nueva York. Pero esa anécdota define la poca
conciencia que teníamos de nuestro éxito", recuerda Menescal. Joao
Gilberto y Tom Jobim lo tuvieron más claro, y en los años 60 Estados Unidos se
convirtió en su segunda casa. En 1964 grabaron Getz/Gilberto el disco más
internacional del género junto al saxofonista norteamericano Stan Getz, en el
que Tom Jobim hacía de mediador entre ambos. El perfeccionismo de Joao no
coincidía con el de Getz, a quien no dudó en llamar "burro" en plena
grabación, expresión que Jobim tradujo de otra manera: "Dice Joao que es
un sueño grabar con usted". Algo parecido sucedió con Frank Sinatra, que
no conseguía cantar a la altura de Gilberto.Tom se pasó semanas intentando
explicar al crooner norteamericano que The girl from Ipanema tenía que cantarse
bajito.
La quinceañera Helô Pinheiro
inspiró a Jobim la legendaria 'Garota de Ipanema' en 1962.
El éxito norteamericano
coincidió con un descrédito en sus propias tierras. El golpe militar había
llegado a Brasil (1964) y el nuevo género pasó a considerarse música de clase
media, nada politizada, eminentemente frívola. El club de la Bossa Nova se
dividió entre los que se mantuvieron clásicos al estilo y los que se acercaron
a un grupo más militante que inauguró la MPB (Música Popular Brasileña), un
enorme saco en el que entraban desde el Vinicius de Moraes más comprometido
hasta los Novos Bahianos -Gilberto Gil, Caetano Veloso, Gal Costa-, Elis Regina
o Chico Buarque.Joao Gilberto se mantuvo ajeno a las críticas, a la dictadura,
y a los éxitos norteamericanos. El padre de la Bossa Nova pisó los escenarios
de todo el mundo vestido de traje, con sus gafas cuadradas siempre en el abismo
de la nariz, acompañado de un banco donde encogerse con su guitarra. Fue el
terror de los técnicos de sonido por su obsesión con eliminar los excesos, ir a
la esencia, respetar el silencio tanto o más que a la propia música, como
"un Quijote luchando por afinar un universo inevitablemente
desafinado", decía el bajista Zuza Homem de Mello. A sus 86 años es el
único superviviente de la Santísima Trinidad. Arruinado, demenciado y con sus
hijos peleándose en los juzgados por gestionar su herencia, el nombre de Joao
Gilberto sólo aparece entre las páginas rosa del periódico. Su hija, la
cantante Bebel Gilberto, asegura que sigue tocando, encerrado en su apartamento
de Gávea, ajeno a todo, y como diría Ruy Castro: "Con la única ambición de
parar el mundo para ejercer su arte".
http://www.elmundo.es/papel/cultura/2018/07/27/5b59dedae5fdea29068b4609.html
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