JULIO LLAMAZARES
Nadie quiere asumir la
avalancha de hombres y de mujeres desesperados que se lanzan al Mediterráneo
para huir de las guerras. OLMO CALVO AP
En mitad del Mediterráneo,
esa gran fosa común de Europa, la isla de Ibiza resume todas las
contradicciones del mundo actual. Mientras a pocas millas de sus costas
millares de africanos arriesgan sus vidas (y muchos las pierden) tratando de
alcanzar Europa, en las playas y discotecas de Ibiza resplandece en todo su
esplendor la opulencia de unos privilegiados para los que los demás solo
existen como satisfactores de sus caprichos y deseos. La vida es para los que
se lo montan, los demás que se arreglen las suyas como Dios los dé a entender.
Mientras que en las
capitales europeas algunos jefes de Gobierno, no todos, intentan ponerle
parches a un problema insoluble o se pasan la patata caliente unos a otros,
pues nadie quiere asumir la avalancha de hombres y de mujeres desesperados que
se lanzan al Mediterráneo para huir de las guerras y el hambre de su
continente, ni asumir la responsabilidad de los miles de muertos que cada año
quedan en las profundidades del mítico Mare Nostrum junto con los restos de ánforas
púnicas y romanas y de galeones hundidos en legendarias batallas navales, en
las discotecas y playas de Ibiza, como en las de otras islas de moda entre los
millonarios de todo el mundo (futbolistas, actores, estrellas de rock,
empresarios con yate y avión privado), la gente baila hasta el amanecer, como
en los salones de las cortes europeas hacían los reyes y la nobleza mientras la
revolución se gestaba fuera de sus palacios. La desesperación no conoce muros,
ni el hambre sabe de prohibiciones ni de fronteras.
En Estados Unidos, un
presidente ungido por la mediocridad trata desde hace tiempo de impedir la
avalancha de pordioseros que se lanzan a atravesar las fronteras del mundo
rico, asustado de lo que se le viene encima. En Europa, algunos países tratan
de contenerla también levantando alambradas o negándoles el permiso a atracar
en sus puertos a los barcos que continuamente llegan llenos de supervivientes
de las pateras hundidas o a la deriva en el intento de atravesar el
Mediterráneo clandestinamente. La mayoría de los europeos, no obstante, sobre
todo los más favorecidos por la fortuna (esa fortuna que empieza en el
nacimiento y en qué lugar te sorprende), ha optado por no enterarse de lo que
pasa a su alrededor, por divertirse mientras el cuerpo aguante, por llenar su
piel de tatuajes y quemar las noches en fiestas, que ya llegará el invierno y,
con él, la realidad. Fue lo que hicieron los romanos mientras su imperio se
desmoronaba y el Mediterráneo se convertía en esa fosa común que no ha dejado
de ser desde entonces a pesar de su apacibilidad.
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