Voces del Real, Jonás Kaufmann, tenor, Jochen Rieder,
director de orquesta. 25 de julio, de 2018, 20 horas.
Orquesta Titular del Teatro Real
(Orquesta Sinfónica de Madrid)
PRIMERA PARTE
CAMILLE SAINT-SAËNS (1835-1921)
Bacchanale, de Samson et Dalila
CHARLES GOUNOD (1818-1893)
Ah, lève-toi, soleil!, de Roméo et
Juliette
GEORGES BIZET (1838-1875)
Danse bohème, de Carmen Suite nº 2)
La fleur que tu m’avais jetée, de
Carmen
EMMANUEL CHABRIER (1841-1894)
Habanera
JACQUES FROMENTAL HALÉVY (1799-1862)
Rachel quand du Seigneur, de La
Juive
JULES MASSENET (1842-1912)
Le dernier sommeil de la vierge
O Souverain, de Le Cid
SEGUNDA
PARTE
RICHARD WAGNER (1813-1883)
Cabalgata de las valquirias, de Die
Walküre
Ein Schwert verhiess mir der Vater,
de Die Walküre
Preludio del Acto I, de Die
Meistersinger von Nürnberg
Morgenlich leuchtend im rosigen
Schein, de Die Meistersinger von Nürnberg
Preludio, de Lohengrin
In fernem Land, de Lohengrin
Finalmente pudo Jonas Kaufmann llegar
a buen puerto en la capital española, superando algunas cancelaciones aquí y
allí, que fueron comentadas en ciertas ocasiones augurando oscuros presagios a
la carrera del artista bávaro. Su recital, anoche, después de haberlo disfrutado
en el Andrea Chénier en el Liceu de Barcelona no hace mucho, estuvo dedicado a compositores
franceses y a Wagner, verdaderas puntas de lanza de su repertorio, aunque no
desdeña tampoco la música italiana y la frecuenta con éxito.
El concierto, anunciado para dos
horas de duración, se prolongó más de dos horas y media. Fue largo y extenuante
y estuvo a cargo del director alemán Jochen Rieder, redondeando las
interpretaciones de Kaufmann, con tres bises incluidos, programados de antemano.
Como un rockero elegante y atildado,
lejos de la vestimenta operística con que los escogidos de los dioses hacen
gala en estas ocasiones, se presentó con un traje con chaleco de seda de
fantasía, lavanda oscura, camisa azul clara y corbata y zapatos a juego, de
color ciruela. Su aspecto atento, concentrado y a la vez desenfadado y pícaro,
dejan percibir al público que está perfectamente al tanto de lo que ocurre en
la sala, desde la platea al paraíso. En efecto, este tenor alemán sabe latín…
Kaufmann ha transitado y recorre, un
repertorio amplio desde que debutara en 2010 en Bayreuth con Lohengrin,
entregándose a los Werther de París y Viena y a Cavaradossi de la Tosca en
Londres, Nueva York y Milán, entre otras muchas actuaciones. También ha dado
vida a Tamino, Lohengrin, Don José (muy mejorable por cierto su dicción
francesa) y Florestán. Tampoco le faltó un Don Carlo, una Aída en Roma, un
Manrico y un Don Alvaro, de La forza del destino. Fogueado además en el ámbito
de los recitales, sus grabaciones han sido reconocidas por revistas como
Opernwelt, Diapason y Musical America y ostenta la condecoración de Chevalier
de l´Ordre de l´Art et des Lettres de la República Francesa.
En la primera parte de la velada,
una elección entregada a la ópera francesa, al hilo de su última discografía,
"L'Opéra", que comenzó con un "Ah, lève-toi, soleil!", de
"Romeo y Julieta", de Gounod, cuando su voz, aparentemente, no estaba
demasiado a punto. El ataque estuvo debilitado, pero fue recomponiéndose con
rapidez, hasta afianzarse en parte en "La fleur que tu m'avais
jetée", de "Carmen".
Pero fue con "Rachel quand du
Seigneur", de Jacques-Francois Halévy, que pudo plenamente conectar con la
audiencia con la que creó entonces sí un
peculiar estado emocional, una vibración compartida. "O souverain",
de "Le Cid", de Massenet, cerró la primera sección, que fue
salpimentada con gracia y garbo hispanizante con una orquesta que sonaba
magníficamente (aunque siempre le falten las sonrisas y una cierta “nonchalance”,
(relajación, pseudodespreocupación) a sus músicos)). Les hace falta disfrutar
más y compartirlo, expandirse gozosamente fuera del escenario porque lo que
tocan y cómo lo hacen, es muy bello.
El director, pendiente, activo,
sensible coejecutor de una interpretación excelente, tanto de la “Bacchanale”
de Saint-Saëns, como de la “Danse Bohème” de la Suite no. 2 de Carmen de Bizet,
la “Habanera” de Chabrier o la dulcísima y sentida “Le dernier sommeil de la
vierge”.
En el entreacto, caras muy conocidas
de todos los estamentos oficiales, profesiones, ex y de poder al uso, que
podían pagar la muy cara localidad o tener el mérito que se les supone para ser
invitados a la convocatoria gratis et amore.
Seguramente fueron los patrocinadores,
Rolex y Wempe, quienes convocaron a los más selectos de los ya escogidos “happy
few” a una copa en la terraza en el entreacto. La aglomeración en el resto de
las plantas del coliseo madrileño era espectacular, el colorido de los
invitados, un verdadero festejo. Antes, a la llegada y luego a la salida,
vehículos de alta gama, doble fila, cinematográficos, Masserati, Audi, BMW, de
un lujo sonrojante.
Y también, alguien pidiendo dinero
para un “bocadillo, que no para el teatro”, paradojas hirientes y lógicas de
esta nuestra sociedad líquida.
Después de la pausa, el tenor
recuperó con Wagner todo el magnetismo que lo precede allí donde va y fue
entonces cuando se pudo percibir con claridad, que el oxígeno, ancho y
profundo, recorrió todos los espacios de su cuerpo, abriéndolo, para plasmar
una emisión segura, rica, oscura, más voluminosa y fresca. La orquesta,
entregada, recreó un Wagner cósmico, trascendental, como al propio compositor
le hubiera gustado.
Convenció por fin el cantante alemán
y Jochen Rieder, compañero de fatigas en grabaciones y recitales por todo el
planeta, sonreía vibrante, abriendo y cerrando sus ojillos de alegría, sin
parar. "Ein Schwert verhiess mir der Vater", de "Die Walküre”
(“La valquiria”), luego "Morgenlich leuchtend im rosigen Schein", de “Die
Meistersinger von Nürnberg” ("Los maestros cantores de Nuremberg"), y
por fin "In fernem Land", de "Lohengrin".
Kaufmann era entonces más que nunca él mismo,
cantaba lo suyo y en su idioma, alles richtig, natürlich (todo perfecto, por
supuesto).
Tres “encore” en la línea del
repertorio precedente, "Pourquoi me reveiller?", de
"Werther", de Massenet, "Winterstürme", de "Las
valquirias" y el lied "Traüme", ambos de Wagner para terminar,
saludando, agradeciendo, de un lado del escenario, del otro, con Rieder, solo,
recibiendo constantemente flores, más flores, bolsas con presumibles relojes de
caballero adinerado, ¡oh! Y “bravo”, “eres el mejor”, “y además generoso”,
“grande” y otra vez “guapo, guapo”.
Lo más sorprendente, fue que los
piropos más encendidos y apasionados provenían de señoras bien vestidas,
respetables y añosas, lo cual llevó a que al abandonar el patio de butacas otra
semejante, exclamó, “solo faltaba que le arrojaran la ropa interior…!”.Lo
dicho, un verdadero concierto a lo Tom Jones, de esos que se veían bocca
chiusa, anonadados por la televisión casi todavía bicolor de los 60.
Kaufmann confesó estar emocionado de
estar en ese escenario, según decía en un mensaje que ha dejado en las redes
sociales del Teatro Real y ha dicho que volvería pronto.
Del mismo palco elegante y suntuoso,
bien nutrido también con personal del teatro del que salió antes un “grande”,
emergió también en alemán un castrense pero fácil "Himmlich, danke"
(celestial, gracias). Tal vez fuera percibido por todos así, porque fue un
concierto muy trabajado, sufrido, ganado a pulso y gloriosamente acogido.
Fotos de la actuación y texto, Alicia Perris
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