lunes, 23 de julio de 2018

UNA OVACIÓN DESPIDIÓ ANOCHE AL ROYAL BALLET EN EL TEATRO REAL DE MADRID


El Lago de los cisnes, de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893). The Royal Ballet. 22 de julio, 2018, Teatro Real
Coreografía original: Marius Petipa y Lev Ivanov
Coreografía adicional: Liam Scarlett y Frederick Ashton
Producción: Liam Scarlett
Diseño de escenografía y vestuario: John MacFarlane
Iluminación: David Finn
Director musical: Koen Kessels con la Orquesta Titular del Teatro Real, (Orquesta Sinfónica de Madrid).


Reparto
(Odette/Odile, príncipe Siegfried) con Marianela Núñez, Vadim Muntagirov  (18, 22 de julio, roles protagonistas).
Von Rothbart, Gary Avis
La reina, Elizabeth McGorian
Benno, amigo de Siegfried, Alexander Campbell
Hermanas del príncipe Siegfried, Akane Takada, Francesca Hayward.
Resto del elenco y cuerpo de baile del Royal Ballet.
“El lago de los cisnes sigue cautivando la imaginación del público con su conmovedor romance, la sublime partitura de Chaikovski…y ha ocupado siempre un lugar especial en el repertorio de The Royal Ballet y gracias al talento de nuestro equipo artístico, este ballet, el más poético de todos, se mantiene en nuestro corazón durante una nueva generación”. Kevin O´Hare, director de The Royal Ballet.
A pesar del frondoso derrotero compositivo de Chaikovski, seguramente ha pasado a la historia de la música entendida también como la capacidad de difundir y comunicar belleza, por su icónico ballet El lago de los cines, mitad cuento de hadas, mitad pesadilla, como lo dibujó, en otro tipo de enfoque el director de El cisne negro, Darren Aronofsky hace unos años. Esta película despojó de una forma brutal de la virginidad a los personajes del ballet y sobre todo a su protagonista, un personaje interpretado, a veces por dos bailarinas, en el caso del Royal Ballet por una sola.
Pensado como un relato que contrasta los paisajes salvajes y peligrosos de un bosque encantado y una corte de felicidad perfecta en apariencia, salvo por la reciente muerte del soberano, una reina demasiado exigente con su hijo y un preceptor, con potentes capacidades para emigrar a otras dimensiones y descargar toda la furia de la maldad y lo perverso.
Todo el lote en una literatura que, como demostró hace años Bruno Bettelheim, el cuestionado psicoanalista austríaco que optó por el suicidio como elección final, dista mucho de ser pedagógica o medianamente moral. Como preaviso, un lago siempre tormentoso y cubierto de relámpagos y una ballesta fálica regalada por la madre al príncipe, heredada del padre desaparecido, la transmisión de la caza, la muerte y el poder.
The Royal Ballet regresó este verano al Teatro Real para celebrar el 20º aniversario de su reapertura. La compañía representó La bella durmiente en la reapertura en 1997, y ahora vuelve con la nueva producción de Liam Scarlett, El lago de los cisnes, para dar por clausurada la temporada 2016-2017.


El director de The Royal Ballet, Kevin O´Hare, explicó que: "Es un honor para nosotros regresar al Teatro Real después de más de 20 años, presentando esta emocionante nueva producción de El lago de los cisnes. Todo el mundo en la compañía tiene muchas ganas de actuar en Madrid, y estoy encantado de poder compartir esta producción con el público español después de su estreno en Londres en mayo".
Sorprende la juventud de todos los creadores de esta función, que no rebasan en ningún caso los cuarenta años. También el cuerpo de baile cuenta con jóvenes bailarines, en contraposición con los que solían y a veces resisten en otras compañías tradicionales de Occidente, que a su edad, sin embargo, unen una experiencia y un savoir faire, excepcionales.
Joven, pues, Liam Scarlett, un coreógrafo caudaloso e imaginativo (con el que colabora reintroduciendo la danza napolitana del III acto Frederick Ashton) que sin embargo no reniega de lo establecido e innova sin descartar lo conocido. Ports de bras, fouttés, giros, y pliés se convierten en sus manos y en los cuerpos de los bailarines en un mensaje descifrable de poesía y talento.
El equipo de iluminación con David Finn, y sobre todo el vestuario y la escenografía de John Macfarlane, maravillan y fascinan, con una puesta feérica, multicolor, que juega con los dégradés, los brillos, las lentejuelas, las transparencias y unas gasas que transforman en sueño los etéreos trajes de los bailarines. Son riquísimos y verdaderamente exquisitos. El derroche en los decorados, la ambientación y la sastrería, todo muy barroco, es precioso, de verdad e hipnótico.
La puesta está así cuidada al máximo, y el escenario del Real, que nos ha acostumbrado en ocasiones al minimalismo escenográfico de algunas producciones de ópera, se despereza en una eclosión abrumadora, llena de luz y de “nuances” (matices), a pesar de, que, en ocasiones, la falta de suficiente espacio, obligue a todos a medir con cuidado los desplazamientos.
La noche de la despedida del Royal Ballet en la capital, contó con el dúo de Marianela Núñez y Vadim Muntagirov en los papeles estelares. "El doble papel de Odette-Odile sigue siendo uno de los grandes retos para una bailarina. Porque los pasos son los mismos, pero la energía y la actitud son completamente diferentes", comenta la reconocida bailarina argentina.
El esfuerzo físico y la concentración de la doble protagonista saltan a la vista, dando vida a dos seres extraños y complementarios, que se absorben, se vigilan, se atraen y se dislocan mutuamente y de forma especular hasta el trágico final, porque, en efecto, en este juego de imágenes, nada es lo que parece.
El primer cisne de la compañía, Marianela, tiene una sutileza manifiesta para sugerir, más que para entrar en la exageración de un maquillaje sobrecargado o de una sobreactuación fuera de lugar. Señala, hace intuir, más que subrayar. Su lectura de los personajes está llena de contención.

Su compañero fiel aunque engañado enamorado, perfectamente compenetrado con la bailarina estrella, tiene, como le dijo el Conde Mosca a la Sanseverina en “La Cartuja de Parma”, de Stendhal hablando de Fabrice del Dongo, “una frescura insultante” y sin embargo una madurez abierta pero de fantástica performance. Es, además, de cerca y en persona, de una educación y saber estar que ya no se encuentran.
El director de orquesta, Koen Kessels, “perdió el oremus” algunos instantes, en que los metales no concertaron a la perfección, pero nadie se lo tomó en cuenta, porque fue muy aplaudido y perfectamente captada su completa devoción y entrega a todo lo que ocurría en el escenario y sobre todo a los bailarines, que fueron para él, la primera elección.
Los aplausos fueron generosos,”noblesse oblige”, y los saludos, de todos, desde el escenario y fuera de él, a la antigua usanza, más cerca del público, casi sobre la orquesta, destacando el desempeño, la cercanía emocional y los bravos a los dos protagonistas. Extraño fue sin embargo, que ni la reina madre, ni el amigo del príncipe, que no bailaron en el último acto, salieran a saludar, pero su espíritu estaría, seguro, aún en la sala.
Algunos patronos famosos del Real reconocibles por todos disfrutaron gozosamente de la función y para la cronista de esta noticia, esta fue una oportunidad gloriosa para retrotraerse al primigenio Covent Garden, en Londres, hace años, en los tiempos en que Rudolf Nureyev, Margot Fonteyn y Natalia Makarova, hechizaban a todos con su electricidad y su magia, que continúan presentes. Everything, now and then, so gorgeous!

Alicia Perris
Fotos: Julio Serrano

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