El periodista Jan
Stocklassa retoma la investigación del novelista sobre el homicidio de Olof
Palme. El libro implica a neonazis suecos y a servicios secretos sudafricanos
JUAN CARLOS GALINDO
Stieg Larsson en un
vagón del Transiberiano en 1987 PER JARL
Soy Lisbeth Palme,
¿es que no lo ve? Y ese que está ahí es mi marido, Olof Palme, el primer
ministro”, gritaba la mujer del dirigente sueco a la policía a escasos
centímetros del cadáver de su esposo cuatro minutos después de que un
desconocido le disparase una bala de gran calibre calibre en una calle de
Estocolmo, el 28 de febrero de 1986. Esta llamada desesperada fue el inicio de
una serie de errores y conspiraciones que dejaron el prestigio de Suecia por
los suelos y el caso sin resolver. Obsesionado con el magnicidio y su conexión
con la extrema derecha sueca, el escritor y periodista Stieg Larsson dedicó
parte de sus energías a trazar una teoría razonable. La complejidad del asunto,
oscuros intereses y su muerte dejaron la labor inconclusa. Ahora, 33 años
después, el periodista sueco Jan Stocklassa coge el testigo en Stieg Larsson.
El legado. Claves ocultas del asesinato de Olof Palme (Roca), un híbrido entre
el ensayo, el reportaje de investigación y el espionaje que transita el camino
abierto por el autor de Millennium y se acerca a la solución definitiva. Con
los nuevos datos proporcionados en las investigaciones de Larsson y Stocklassa,
los servicios de información suecos y sudafricanos están trabajando conjuntamente
para esclarecer el crimen.
Hubo pánico en
aquellas primeras horas y después gente dentro de la policía que no quería que
se descubriera al culpable
JACK STOCKLASSA
“La policía fue
tremendamente incompetente”, asegura Stocklassa por teléfono a EL PAÍS desde
Estocolmo para resumir hechos como que hubiera oficiales que siguieran de
vacaciones, que la investigación se le encargara a alguien “leal pero que nunca
había trabajado en un homicidio” o que horas después decenas de comisarías no
supieran que el primer ministro sueco había sido asesinado. “Hubo pánico en
aquellas primeras horas y después gente dentro de la policía que no quería que
se descubriera al culpable y que intentó frenar la investigación”, añade antes
de señalar a Hans Holmér, el inspector jefe, quien, asegura: “Jugó uno de los
papeles más oscuros de la historia de Suecia. Hay un sentimiento unánime de que
lo estropeó todo”. Holmér, convertido después en escritor de éxito, alimentó la
tesis que culpaba a un grupo kurdo y se negó durante años a investigar la pista
de la extrema derecha y su conexión con el régimen sudafricano, esgrimida por
el propio Larsson, auténtico experto en el auge de grupos neonazis en su país.
“Ahora sabemos que
pocas semanas después del crimen Larsson estaba muy cerca de la verdad. Era muy
ambicioso como investigador, increíble. Con el tiempo y el dinero que habría
tenido tras el éxito de su trilogía habría llegado a descubrirlo. Su prioridad
era destapar a los grupos de extrema derecha en Suecia y eso le llevó a
intentar resolver el asesinato de Palme”, cuenta este reportero que se ha
valido de los documentos dejados por Larsson para seguir con la investigación
del mayor caso de asesinato abierto en el mundo (por un cambio de ley no ha prescrito).
En sus noches de insomnio, en sus monólogos obsesivos, en las cartas que
escribía a otros colegas europeos o mientras fumaba alguno de los 60 cigarros
que consumía al día, Larsson trataba de darle sentido a todo. Murió en 2004 sin
llegar a verlo resuelto, con el caso languideciendo tras 10.225
interrogatorios, un falso culpable y cientos de miles de folios de sumario que
una persona instruida en Derecho tardaría nueve años en leer.
Según esta tesis, a
Palme lo mataron en una operación preparada entre la extrema derecha sueca y
los servicios secretos sudafricanos –que odiaban al político sueco por su
activismo contra el régimen del apartheid y su denuncia del tráfico de armas
destinadas a ese país a pesar del bloqueo–
con espías del nivel del legendario Craig Williamson implicados. El
exoficial de la ONU en Congo, hombre fuerte del ejército sudafricano en las
sombras, Bertil Wedin –a quien Stocklassa interroga en Chipre en una operación
encubierta que es uno de los mejores momentos del libro– sería el enlace. La
infraestructura la ofrecieron grupos nazis suecos liderados por el activista
Alf Enerström, artífice de las campañas contra el primer ministro, y el gatillo
lo apretó algún pobre hombre del que luego poder deshacerse. Larsson es
sistemáticamente ignorado por la policía cuando publica sus artículos en
semanarios o cuando les hace llegar esta información, que el escritor guardó en
cajas perdidas hasta ahora. Los investigadores hicieron caso omiso también de
los 10 avisos que recibieron en los meses anteriores al asesinato y que
alertaban de un compló contra Palme.
Considerado por
muchos el político más importante de la historia de Suecia, Palme cambió la
imagen y las prioridades de su país en el mundo, pero sus enemigos desataron al
tiempo una campaña de odio sin precedentes que en parte explica su muerte y el
hecho de que no se haya resuelto todavía. “La campaña empezó antes de que fuera
primer ministro. Duró casi 20 años y como fue gradual fue tolerada. Los
sudafricanos nunca habrían podido preparar esto en Suecia si no hubiera habido
gente que creyera que Palme trabajaba para el KGB y que iba a vender el país a
los soviéticos, algo que es totalmente ridículo”, explica Stocklassa.
Como buena
conspiración, el caso tiene también su chivo expiatorio. Su nombre es Christer
Petterson, un adicto al crack y alcohólico con pasado violento al que Lisbet
Palme señaló en una rueda de reconocimiento ayudada por la policía. “Habían
pasado dos años y 10 meses. Era demasiado tiempo para recordar, sobre todo
teniendo en cuenta que durante los primeros días Lisbet, que era la única
testigo, no fue capaz de describir a nadie”, aclara el autor de Stieg Larsson.
El legado (que se publica el 14 de marzo) quien cree que ahora se puede estar
cerca de la verdad. “Lisbet ha muerto y se puede decir a las claras que su
testimonio era falso”. Petterson fue condenado, pero ante la ausencia de un
arma homicida, de pruebas y de una motivación, fue absuelto en segunda
instancia.
Ahora sabemos que
pocas semanas después del crimen Larsson estaba muy cerca de la verdad. Con el
tiempo y el dinero que habría tenido tras el éxito de su trilogía habría
llegado a descubrirlo. Stocklassa.
Diez años después de
la muerte de Palme la policía sueca estaba en un callejón sin salida. Su jefe,
Hans Olvebro, compareció para reconocer que habían fracasado y decir que la
investigación no debía continuar. La cifra de agentes había quedado reducida a
14. Las tesis de Larsson fueron ignoradas y la policía y la sociedad
prefirieron mirar a otro lado, no como ahora, con los servicios de información
de Suecia y Sudáfrica colaborando con las nuevas pistas ofrecidas. “Era un país
muy ingenuo. Ahora en cierto modo sigue siéndolo , pero se está hablando del
caso en el extranjero y cada vez hay más presión”, reflexiona Stocklassa, que
reconoce que se ha sentido amenazado. “Tendré más cuidado la próxima vez. Creo
que hay algo en marcha pero no sé realmente lo que es”, asegura. Una prueba
más, quizás, de lo cerca que estuvo Larsson de resolver el crimen del siglo.
https://elpais.com/cultura/2019/03/06/actualidad/1551876845_251635.html
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