PROGRAMA CONCIERTO
DE IGO POGORELICH
WOLFANG AMADEUS
MOZART (1756- 1791): Adagio h-moll KV 540
FRANZ LISZT (1811-1886): Sonate
h-moll G 178
ROBERT SCHUMANN (1810-1856): Symphonic
Etudes op. 13, including Op. Posth**
Salle Gaveau, París, 21 de marzo de 2019, 20.30 horas. Fournier
Productions.
**La denominación de las obras se ha transcrito como aparece en el
programa de mano.
Un pentagrama y un fiato muy entrecortado, hilan mi recorrido
apresurado, desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París, hasta la Salle Gaveau,
para escuchar y ver a Ivo Pogorelich tocar el piano y construir una catedral
sonora a su alrededor.
La Salle Gaveau es una de las más prestigiosas de París ya desde su
creación en 1906/1907, con una historia peculiar (¿Qué no lo tiene en la
capital francesa?). La Gran Guerra (1914-1918) no logró interrumpir su
actividad artística porque allí se organizaron galas benéficas para los
soldados y las víctimas de la guerra.
En 1963, se enfrentó a la quiebra, pero en 1975 resurgió gracias a
dos músicos, Chantal y Jean-Marie Fournier. Por ella han pasado los más grandes
artistas, como Montserrat Caballé, Jessye Norman, Yehudi Menuhin, Mstislav
Rostropovitch, Martha Argerich y un largo etcétera.
Se da la circunstancia de que, gracias a los dioses, que a veces me
recuerdan y sobre todo a la heroína Chantal Fournier, la misma que rescató la
sala, conseguí una acreditación de las
que no abundan en los conciertos o en las óperas en París. Que cuente con
siempre la tenga presente en mis oraciones, sea como fuere. Madame Fournier, ¡
va por Usted!
Ivor Pogorelich es un artista y un intérprete atmosférico, que
recibe al público que va llegando a la sala, pintada en un evocador verde agua,
desafiando el gris y el celeste, en chándal y gorro en la cabeza, como si fuera
un paseante de la antigua vía exprés del Sena, ahora zona peatonal y playa de
París con el buen tiempo.
Ivo Pogorelich, foto oficial
Ivo Pogorelich, foto oficial
Cuando solo faltan menos de diez minutos para comenzar su velada,
alguien le avisa de que debe cambiarse para el concierto y en torno a las ocho
y media, vuelve a entrar con un impecable traje ad hoc, que le da una figura
reluciente, entre Chateaubriand y Baudelaire, con un toque dandy de Oscar
Wilde, pero tremendamente masculino.
Su maestra y pasión fusional fue Madame Kezeradze, que le llevaba
más de veinte años y murió prematuramente, dejándolo sin amor, pero junto a su
piano. En tiempos, muy comunicativo, con mucho desparpajo, hizo declaraciones
incendiarias, pero ahora toca y se presenta ante el público, como una figura
apolínea, como de otro mundo.
La relajación con la que toca y consigue ese sonido algodonoso que
lo caracteriza, toque lo que toque, no proviene necesariamente de su espalda,
que mantiene firme y recta, lejos de las acrobacias atrabiliarias y
sobreactuadas de otros pianistas de renombre, sino desde los hombros hasta las
manos y los dedos, que controla a la perfección. Lo suyo es un sonido
sinfónico, orquestal, en perpetuo suspense, que hace olvidar los acentos, los
ritmos y hasta los rubatos, que parecen ajenos a los designios originales de
los compositores.
Mozart, Liszt y Schumann forman como repertorio escogido, un trío
eminentemente pianístico para virtuosos. Pero el conjunto se escucha aunque
enérgico, muy elegíaco y misterioso, triste o entristecido en la versión tan
personal que Pogorelich hace de sus interpretaciones.
Esta sonata de Liszt forma parte de las mayores piezas para piano
solo del compositor y también contribuye a renovar el género de las sonatas. Al
contrario que obras más coloristas y asequibles, como las Rapsodias húngaras o
que otras piezas más pequeñas, como los Liebesträume, esta obra majestuosa, que
dura alrededor de media hora, es al mismo tiempo "oscura" y de una
gran dificultad interpretativa. El artista desde el comienzo del concierto
establece con el público una relación de dominio: lo doblega a sus silencios y
la invasión de sus ensoñaciones. Nacido en Belgrado y de nacionalidad croata,
no le son ajenas las sonoridades limítrofes de la Europa central, medio
zíngara, medio prusiana.
Después de la pausa, los Estudios Sinfónicos de Robert Schumann, incluyendo
los cinco póstumos. El origen de esta obra es complicado y pone de manifiesto
el clima de la época en la que se compusieron, con un Schumann joven y
atormentado que emprende la renovación del piano en la protoAlemania. Se trata
de un grupo de variaciones cuyo tema matriz
proviene de un músico aficionado, el barón von Fricken, padre de
Ernestina, una de las primeras mujeres importantes en la vida de Schumann. En
1834 el barón envió al compositor una serie de variaciones sobre un tema que
había compuesto. Por su parte, Schumann también empezó a componer variaciones
sobre el mismo tema hasta que en 1837 decidió publicarlas como “Estudios
Sinfónicos”.
Pogorelich tiene, como en estas obras, que interpretó en muchas
salas y grabó en ocasiones con gloria y éxitos, una técnica deslumbrante, como
percibió al comienzo de sus tiempos de aprendiz dotado, una Martha Argerich que
lo definió como un genio, mientras era dejado fuera de los galardones de un
concurso de piano (suele pasar). La pianista argentina, ella misma una fuera de
serie, vio en él un talento musical inusual, que no le impide además, aprender
a bailar el tango o estudiar español para leer una de las grandes obras (aunque
no siempre reconocida y conocida) de García Márquez, que le fascina, “El amor
en los tiempos del cólera”.
Tal y como explica el programa de mano del concierto, “El carisma
del Maestro reúne un público de varias generaciones. A sus 61 años, en la
temporada 2016/17, dio recitales y grandes conciertos en las mejores salas de
Europa. La pasada temporada lo llevó a Alemania, Austria, Italia, Serbia y
Croacia, desde donde partió para una gira en España y Japón”.
Comprometido con el apoyo a músicos jóvenes, también apadrinó una
fundación solidaria en Sarajevo (la ciudad madre de las guerras del siglo XX),
con el fin de reunir fondos para crear una maternidad. Apoya también a la Cruz
Roja o las asociaciones de lucha contra el cáncer y la esclerosis múltiple y en
1987 fue nombrado “Embajador de buena voluntad” por la Unesco. En Francia se le
otorgó el Premio Diapasón de Oro por la compilación completa de sus grabaciones
con sus 14 maravillosos discos.
Atento a la actualidad, la política y los sucesos históricos que se
trasvasan de lo cotidiano a lo artístico, el Maestro declaró hace décadas a un
periódico español:
"Estamos al final de un milenio y los intérpretes somos los que podemos dejar claro que en las máquinas no se encuentran todas las respuestas. Cuando nos enfrentamos a una obra ofrecemos nuestra propia visión. Interpretar para nosotros es buscar el sentido de las cosas, dar nuestra lectura de la vida. Ahí está nuestro poder frente a la tecnología. Las máquinas no tienen talento".
"Estamos al final de un milenio y los intérpretes somos los que podemos dejar claro que en las máquinas no se encuentran todas las respuestas. Cuando nos enfrentamos a una obra ofrecemos nuestra propia visión. Interpretar para nosotros es buscar el sentido de las cosas, dar nuestra lectura de la vida. Ahí está nuestro poder frente a la tecnología. Las máquinas no tienen talento".
Iconoclasta, sensible, transgresor a la vez en lo íntimo y en la
forma en que se comunica y traduce mensajes multiformes a través del piano,
Pogorelich posee una fuerza titánica, casi feérica, que le viene desde muy dentro,
no se sabe de dónde. Un grand merci, vraiment.
Alicia Perris
Fotos de acompañamiento, Julio Serrano
Fotos de acompañamiento, Julio Serrano
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