Una exposición
rescata a una de las pocas mujeres del Foto Cine Clube Bandeirante, que
revolucionó la imagen desde São Paulo
BEA ESPEJO
Sin título (1950)
PALMIRA PUIG
La ruptura llegó a
finales de los años cuarenta durante una tarde de intenso debate en Foto Cine
Clube Bandeirante (FCCB), en la ciudad de Sâo Paulo (Brasil). Desde que se
fundara en 1939 por un grupo de colegas fotógrafos entre los que estaban
Gerardo Barros, German Lorca o José Oiticica, padre del conocido artista Hélio
Oiticica, el FCCB era un movimiento experimental que empujaba a las artes
visuales a una modernidad hasta entonces solo atribuida a las artes plásticas.
La ruptura estética desbancaba cualquier idea asociada a esa imagen
pictorialista que tanta presencia tuvo en la fotografía artística de las
primeras décadas de siglo. Una de esas innovadoras, silenciadas hasta hace
poco, fue Palmira Puig-Giró (Tàrrega, 1912-Barcelona, 1978), que ahora recupera
la galería Santa Cruz con una exposición, que permanecerá abierta hasta el
sábado 16.
Aquel grupo de
fotógrafos fue una pequeña revolución. Buscaban ser diferentes, tomar
conciencia del momento y elevar el disparo de la cámara a la categoría de acto
único, diferente e irrepetible. Ellos usaban la fotografía como un lenguaje
propio, utilizando la luz, los contrastes, la geometría y las nuevas formas de
la arquitectura y la industria.
Sin título (1950).
PALMIRA PUIG
Había un nuevo lugar
para la fotografía, que discurría muy cerca del instante decisivo de
Cartier-Bresson y otras narrativas que llegaban desde la Escuela Paulista de
Fotografía, la pionera de la foto moderna brasileña. Bandeirante era un club
moderno, de mente abierta, aunque mayoritariamente de hombres. Las pocas
mujeres que formaban parte de él, antes que fotógrafas, eran mujeres de y
musas. Maria Cecilia Agostinelli lo era de Julio y Menha S. Polacow de Jacob,
editor de Foto Cine Boletín, cuyas portadas solía ilustrar Gertrudes Altschul.
Ella fue de las primeras en entrar al movimiento junto a Barbara Mors, la única
brasileña, y Dulce G. Carneiro, que alternaba el Bandeirante con clubes de
poesía.
A ese minúsculo
grupo de mujeres se unió en 1956 la catalana Palmira Puig-Giró. También llevaba
el apellido de su marido, Marcel Giró, que no tardó en firmar la mejor
fotografía publicitaria moderna en Brasil. De hecho, Palmira inspiró muchos de
sus retratos más célebres, que salían de un pequeño estudio que gestionaban
juntos en Sâo Paulo. Compartían ideales, objetivos, cámara e incluso carrete,
aunque no la misma fortuna crítica.
Por eso es tan
relevante la exposición que le dedica ahora la galería Rocío Santa Cruz en
Barcelona, sumándose a ese rescate institucional de muchas de las mujeres
olvidadas de la historia. Es la primera que mira de cerca el legado fotográfico
de Palmira Puig tomando distancia de su marido, y no al revés. En total reúne
cerca de setenta imágenes entre tirajes vintage, hojas de contacto y reprints,
y muchas de las ideas que hacen de su fotografía un referente en el campo
artístico. Está la energía que ponía en el momento de la foto. También la
posición de las manos en los retratos, así como la postura, la dirección y la
elegancia.
Pero, sobre todo, la
fotografía entendida como un ejercicio de visión con el que abrió el campo de
la sensibilidad moderna hacia una investigación exhaustiva de esa abstracción
que emanan las escenas más comunes: calles, casas, iglesias... Una lectura del mundo
generosa, como la de su marido, que también cerró el objetivo de la cámara
cuando ella falleció. Hasta en eso iban acompasados.
Fue en 1978, después
de dejar Brasil para instalarse a Barcelona, donde Rocío Santa Cruz entró en
contacto con el legado de ambos fotógrafos y mucho del material inédito que
nunca se ha visto.
La primera vez que
dio luz al trabajo de Palmira Puig-Giró fue en París Foto en 2018. Dos años
antes, el Museo de Arte de Sâo Paulo (MASP) incluyó una de sus fotografías en
la exposición que dedicó al Foto Cine Clube Bandeirante, cuyas mujeres, salvo
Palmira, también tuvieron hueco en una de las muestras referentes en la
reescritura del arte reciente, Making Spaces: Women Artist and Postwar
Abstraction, celebrada en el MoMA en 2017. Una historia sin desenlace que no ha
hecho más que empezar.
https://elpais.com/cultura/2019/03/09/actualidad/1552149674_350323.html
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