JULIETTE BINOCHE
Un niño, durante la
manifestación en Berlín del movimiento Pulse of Europe. ODD ANDERSEN AFP
Frente a la
globalización, frente a la distorsión de los poderes y de la posesión, es
urgente regresar a dimensiones más humanas. Nuestra insensibilidad ante los más
débiles nos indica que estamos como aislados de nosotros mismos. Hemos
aprendido a desviarnos de nuestros semejantes como lo hemos hecho de la naturaleza
y de sus necesidades. Nuestro mundo moderno tiene unas catastróficas
consecuencias sobre el planeta y seguimos ignorando esa calamidad como si no
nos concerniera. Hemos perdido el hilo interior, el hilo que nos une, el de la
benevolencia y el respeto. Nos hemos dejado embarcar en el placer del tener y
del saber desatendiendo toda conciencia espiritual y humana. La ciencia ha
tomado la delantera, dicta lo que la política debe hacer y cómo debemos vivir.
Estamos controlados por cámaras, ordenadores, teléfonos y todo tipo de chips,
como si la confianza hubiera perdido su fe, mientras que las actuaciones más
egoístas de los grandes grupos financieros imponen su ley sin que nadie pueda
detenerles. ¿Cómo dejar ese sistema que nos encierra y que oculta a quienes
dominan el mundo?
Es preciso un vuelco
completo. Es preciso perder los miedos. Los que nuestra educación, nuestras
televisiones, nuestra prensa o la publicidad a veces nos hacen asumir. Vivir un
vuelco interior, hacer nacer una rebelión individual, creando una nueva manera de
percibir, de entender y de ver. Ese vuelco no puede ser sino espiritual.
Debemos abandonar hábitos como el de producir “mucho”, tener “mucho” o el de
guardar para nosotros. Dejar el “mucho” para ir hacia un “poco”, un “pequeño”,
un “suficiente”. Nuestra escala de visión debe cambiar, volver a una dimensión
humana, lo que quizá quiere decir vivir en una ciudad pequeña, cultivar tierras
menos grandes, tener bancos independientes, comercios pequeños, escuelas que
rehabiliten a sus pueblos, a sus habitantes y familias, recurrir a fuentes de
energía sostenibles, crear fábricas a escala humana, retomar los pequeños
caminos. Descentralizar al hombre le rehabilita en su propio elemento, le
responsabiliza y le devuelve su utilidad.
El hombre del mundo
occidental ha adquirido la costumbre de apropiarse del mundo, trata a la tierra
y a su cuerpo como a una materia sin alma. Los agricultores están atrapados en
el juego perverso de una máquina infernal del que los Gobiernos son
corresponsables. ¿Adónde han ido a parar los setos que mantenían la
biodiversidad de los campos y aseguraban la salud de las tierras?Europa es una
bella idea, pero lo absurdo de los intercambios entre los países europeos
provoca escalofríos. Yo no quiero comer manzanas que han crecido en árboles que
están a 4.000 kilómetros de mi casa. No quiero comer fresas en invierno.
Esperaré a que llegue el momento. No quiero comprar ensaladas bio envueltas en
embalaje plástico. No quiero comer huevos de gallinas que viven apretujadas.
Nuestra escala de
visión debe volver a una dimensión humana: vivir en una ciudad pequeña y
cultivar tierras menos grandes
Los camiones hacen
trayectos de miles de kilómetros por carretera y los aviones surcan los cielos
para traer lo que podría crecer aquí. ¿Hasta dónde llegará la locura? ¿Hasta
cuándo vamos a destrozar nuestro planeta? El poder de la ciencia y el cebo de
la ganancia han llevado a los más astutos a crear máquinas que sustituyen al
hombre produciendo una tasa de desempleo que sitúa a miles de personas en la indignidad
y la incertidumbre.
En el fondo, espero
que los humanos sean un día capaces de retomar el poder del buen sentido de sus
vidas. Comprar menos y mejor. Comer menos y mejor. Trabajar menos, vivir mejor
y devolver a su auténtico lugar al tiempo individual, haciendo del arte una
necesidad, una expresión de lo verdadero y de lo bello que hay en cada uno de
nosotros.
Mi corazón zozobra
cuando veo a los migrantes de los países en guerra dormir a la intemperie en
nuestras calles, en los puertos, y ser acosados por las fuerzas del orden. ¿Ya
no existe el derecho de asilo? Es preciso tener una visión y una acción
política dignas. Vivir más humilde y generosamente no puede sino ser la
política del mañana.
La catástrofe
climática que está perfilándose es tal vez nuestra auténtica oportunidad de
llegar a ser una humanidad responsable y bella. Pero hay una urgencia. Debemos
tomar las riendas de esta crisis para madurar y abandonar esa actitud
adolescente que arropa lo mecánico y aplasta lo femenino. La naturaleza ha sido
machacada y las mujeres han sido excluidas desde hace siglos: lo que parece
débil ha de reponerse en su justo lugar. La armonía, sin lo femenino y la
naturaleza, no existirá. Es una oportunidad de poder mostrar y vivir una fuerza
nueva, pero debemos dar ese giro. Jóvenes estudiantes están ya a nuestras
puertas, golpean ya en el corazón de nuestras conciencias, y algunos no se
dejarán manejar. Debemos mutar, y serán nuestros hijos los que lo hagan si no
salimos de nuestra jaula, que ha dejado de ser dorada. Estamos de paso, así que
seamos valientes.
https://elpais.com/elpais/2019/05/05/opinion/1557067633_345761.html
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