Vittorio Storaro. GETTY
LUIS MARTÍNEZ
El director de fotografía
de películas tan emblemáticas como 'Apocalypse now' o 'El último tango en
París' acompaña a Carlos Saura en la presentación de su retrospectiva en la
Filmoteca Nacional.
Cuenta que de niño se
pasaba la vida entera en la cabina de proyeccionista donde trabajaba su padre.
Y según acaba la frase, advierte con parsimonia por delante de la pregunta que
obviamente toca a continuación: "Sí, como en Cinema paradiso". Y
sigue: "De hecho, estaba convencido de que el cine era siempre mudo. Ahí
no se escucha nada". Vittorio Storaro, sin embargo, no es ni de lejos
mudo. Habla a ritmo sostenido incapaz de ceder un gramo de pasión en ni una
sola de sus frases. Para este hombre nacido en Roma en 1940 todo empezó, sin
embargo, en un momento muy particular; en un instante que nada tiene que ver ni
con sus recuerdos de infancia ni con sus estudios juveniles, ni siquiera con su
primera película como profesional (Giovinezza, giovinezza, de 1968). "Un
día fui a dar un paseo con mi mujer por el centro de Roma y nos detuvimos en la
iglesia de San Luis de los Franceses, al lado de plaza Navona. Recuerdo que
había un grupo de personas al fondo que observaban algo. Me acerqué y para mí
fue una epifanía. No había visto jamás pinturas de esa fuerza. Especialmente La
vocación de San Mateo. Nadie me había hablado jamás de Caravaggio... Quedé en
shock. Me sentí un ignorante porque hasta ese momento no tenía ni idea del
sentido mismo del arte. Me esforcé en recuperar todo lo que nadie me había
enseñado leyendo libros, escuchando música... Caravaggio me lo enseñó
todo", dice, se toma un segundo y concluye tajante: "Las escuelas
sólo enseñan la técnica, pero lo que importa es lo otro".El que habla,
para situarnos, atesora tres premios Oscar y gracias a su trabajo de
cinematógrafo (odia la denominación de director de fotografía) han llegado a
nosotros películas como Apocalypse now, Último tango en París o Novecento.
Buena parte del trabajo de Bertolucci, Coppola o Woody Allen sería
incomprensible sin él. Ahora llega a Madrid para acompañar a su amigo Carlos
Saura en la retrospectiva que ofrece la Filmoteca Nacional y con el que empezó
a colaborar hace ya 25 años."Con Saura", recuerda, "me encontré
en Tokio y me contó la idea de rodar una película sobre el flamenco. Su idea
era hacer un recorrido abstracto, nada realista. Me enseñó unas páginas que
había dibujado. Me dijo que no quería contar una historia sino que quería
explicar el flamenco a través del movimiento... y de la luz". Lo que sigue
es una historia que se prolonga por buena parte del cine musical del aragonés y
por trabajos tan iluminados como Goya en Burdeos. Y aquí otro pintor. "En
este caso", continúa, "se trataba de explorar en la dualidad de un
pintor que era a la vez un artista de la corte y un completo heterodoxo. La
idea era exhibir esa visión doble de la realidad y de la fantasía... Toda la
materia tenía que convertirse en energía, porque, si hacemos caso a Einstein,
no somos más que eso, energía. En este sentido, el viaje de la vida no es hacia
la oscuridad sino hacia la luz. La película, de hecho, acaba con una blanca
nevada eterna".Cuenta que en cada uno de sus trabajos hay un trozo de su
vida. Y a poco que se le insista, no duda en recorrer su filmografía con una
precisión cerca del milagro. De Bertolucci rememora el enfebrecido ambiente que
se respiraba en el rodaje de El conformista. Quizá la película donde empezó
todo. O casi. "Se me viene también a la cabeza Último tango porque
representó el encuentro con Marlon Brando. Se sentía la creatividad sin un
mínimo de presunción increíble. Su éxito hizo que una cinta pensada para la
televisión como Novecento acabara convertida en algo épico. Fue la realización
de un sueño y nos contagiamos de ese sueño. Hicimos una película en la que cada
estación se asociaba a cada una de las etapas de la vida...". Storaro
habla, recita incluso y la historia reciente del cine, o buena parte de ella,
discurre por la conversación como si se tratara de simplemente un sueño. Sin
pausa. "Cuando Coppola vio El conformista, se enamoró de la fotografía y
preguntó por mí. Yo no sabía nada de Vietnam. Lo primero que me dijo Francis es
que no se trataba de una película de guerra sino de un relato sobre el sentido
de la civilización... Recuerdo que a Brando no le gustaba memorizar los textos.
Improvisaba continuamente. Su personaje es como un puzzle que se muestra poco a
poco... En la escena definitiva, le marqué una especie de frontera. De un lado
la oscuridad y, de repente, aparece... Caravaggio lo habría hecho también
así". Lo dicho, sin un respiro, con el aliento suspendido de cada frase.-
¿Cree que el digital acabará con una forma de entender el mundo?- En absoluto.
El ser humano ha tenido la necesidad de expresarse con imágenes desde siempre.
Lo ha hecho en las cuevas, en los mosaicos, ha pintado sobre madera, luego
sobre tela... ha inventado la fotografía, el cine... Ahora estamos en el
digital. Sólo ha cambiado la materia, no la idea. Durante mucho tiempo me negué
a trabajar con digital porque no daba la calidad suficiente, pero ya sí la da.
No podemos frenar el progreso. Encuentro absurdo ese rechazo nostálgico a lo
nuevo. Si uno cree que con el celuloide ve tonalidades que no ve en digital,
allá él.De otro modo, Storaro empeñado en tapar la boca a Christopher Nolan,
Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson... Se detiene y puntualiza: "El
problema es que ahora da la impresión que todas las películas son iguales
porque el digital lo filma todo. Ahí está el error. Lo importante es el estilo,
el uso de la luz. Luego está el problema de que el digital no se conserva con
el tiempo. Y eso es algo de lo que tienen que tomar conciencia las
filmotecas.Siguiente polémica: tanto Bertolucci como Allen se han visto últimamente
en el centro de todas las dianas. El primero por supuestos abusos durante el
rodaje de las escenas de sexo de Último tango, el segundo por los supuestos
también abusos a su hija menor. Y llegados a este punto, Storaro alza la voz
dos octavas y reclama su derecho a réplica. "Él nunca me ha dicho
nada", habla primero del neoyorquino. "Creo que todo es absurdo. Tuvo
dos procesos y en los dos fue declarado inocente. Lo que me duele es que han
detenido la distribución de sus películas y A rainy day in New York, pendiente
de estreno, no se sabe si se verá. Eso sí es un acto de violencia. Además,
ahora no puede seguir trabajando. Esto sí son abusos. Daños materiales y
morales", concluye airado.-¿Y Bertolucci?-En este caso sí estaba. Tengo
pruebas. Yo soy la prueba. Nadie abusó de nadie. La escena estaba perfectamente
escrita, leída y así se rodó. No se cambió nada. Brando no ha penetrado jamás a
Maria. No hubo ni violencia ni abuso de ningún tipo... ¿Hace falta explicar que
el cine no es verdad?Y ahí, de momento, lo deja. Probablemente siga en la
Filmoteca en Madrid. Una vez creyó que el cine era mudo. Ya no. Queda claro.
http://www.elmundo.es/cultura/cine/2018/04/17/5ad5afaee2704e7e6b8b47a5.html
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