Jesus Ruiz Mantilla
La cantante recibe el
jueves un homenaje de más de 30 músicos de cuatro generaciones atraídos por su
estilo
Será el 9 de noviembre, la
fecha en que cada año se entregaba el ramo de violetas de su canción… Pero, en
este caso, con tarjeta: la de más de 30 músicos dispares pero deudores de un
legado que cuatro décadas después, retumba. El de Evangelina Sobredo Galanes,
alias Cecilia, la cantautora pionera como mujer en un género donde despuntaban
Serrat, Aute, Víctor Manuel durante los primeros años setenta. Entre ellos cupo
un hueco tan efímero como eterno que rellenaron canciones como Un ramito de
violetas, Dama, dama o Mi querida España… Empezaba a resultar fundamental
cuando un accidente de coche le segó la vida en la provincia de Zamora al
regresar de madrugada de Galicia un dos de agosto de 1976.
Tenía 27 años. La edad en
la que, de Jim Morrison a Janis Joplin, Kurt Cobain, Amy Windhouse o Jimmy
Hendrix y también Cecilia, desaparecen las leyendas. “Una edad en la que
debería estar prohibido morir”, dice Víctor Manuel, que la conoció y la siguió
atentamente. Participará en el homenaje con Ana Belén, Miguel Ríos o Consorcio
como compadres generacionales. También como cabezas de una lista en que se
cruzan tres generaciones que van de ellos a Mäbu, María Rodés o Jorge Marazu,
con Sole Giménez, Mikel Erentxun, Pasión Vega, José Mercé y unos cuantos otros
en medio…
Tenía más de Serrat que de
Karina. Sabía que un buen estribillo podía llegar a transformar mentalidades.
Aderezaba los mensajes para una naciente democracia con sales folk de Joan
Baez, Bob Dylan, Pete Seeger o Simon & Garfunkel, en medio de un panorama
en que las protestas miraban más a la estirpe francesa o italiana como
referentes. De hecho, eligió el nombre de una canción de estos últimos como
marca artística. Sufrió la censura en Mi querida España cuando no se admitía
que la patria mostrara sombras ni moratones. Hoy bien puede servir de letra
para un himno en un país donde no se alcanza consenso más allá del simplón
Lololololo de la Marcha de granaderos...
Sus canciones traían una
mirada limpia y distante en la elegancia de quien se había criado en una casa
de familia diplomática muy centrada en la música para los ocho hermanos que la
componían. Entre el Líbano, donde vivió la Guerra de los Seis días o Londres,
Jordania y Portugal, Cecilia, fue creciendo con un sueño. “España, para
nosotras era una especie de tierra prometida”, recuerda hoy su hermana Teresa.
“Siempre la sentí fuerte,
con estilo y personalidad propia. No hay más que escuchar canciones como Un
ramito de violetas. Es a la vez dulce y a la vez, perversa”, afirma Víctor
Manuel
Pero, en el caso de
Cecilia, para la regeneración. Y para la rebeldía: “Desde el principio renegaba
de las cosas que le querían imponer las compañías de discos. Tuvo siempre muy
claro lo que quería hacer. Se dirigió más hacia el compromiso que a lo
comercial”, añade su hermana como representante de la familia, muy metida en la
organización del concierto que tendrá lugar en el Palacio de Congresos Rey Juan
Carlos I.
Tanto fue su aliento
literario, que pasó de leer a Lord Byron y James Joyce a emborracharse de
Lorca, Machado, Unamuno… “O Valle-Inclán, a quien tenía previsto dedicar el
siguiente disco”, comenta Santiago Alcanda, crítico musical e impulsor de un
homenaje cuyos fondos irán a parar a organizaciones encargadas de lidiar con el
autismo. “Rompió moldes. Ya desde el primer disco, Cecilia, en que aparece con
unos guates de boxeo, dejó claro que venía a romper”.
Su huella posterior llega
de sus coetáneas Mari Trini y Massiel a Eva Amaral, Rosana, Cristina Rosenvinge
o Sole Giménez. Todas ellas la han reivindicado sin reservas en ámbitos
transversales que van desde el rock al flamenco. La que fue voz de Presuntos
Implicados, la recuerda en televisión, con un aire hippy y aquella guitarra de
la que no se había separado desde que una monja la animó a cantar en un coro
escolar y recorrió buena parte de los colegios mayores de Madrid: “Más que
tener algo que ver con ella en el estilo musical, creo que me ha influido más
su coherencia y su empeño en sacar adelante un trabajo de calidad con textos
elaborados y sentidos a un nivel, verdaderamente, magistral”, afirma Giménez.
Aquella voz armónica a la
contra, se sentía como una sutil forma de protesta. O con otros contrapuntos,
según cree Víctor Manuel: “Siempre la sentí fuerte, con estilo y personalidad
propia. No hay más que escuchar canciones como Un ramito de violetas. Es a la
vez dulce y a la vez, perversa”.
https://elpais.com/cultura/2017/10/30/actualidad/1509388709_668027.html
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