MANUEL VILAS
Vista de la autovía A-2 que
ha sido cortada por un grupo de manifestantes durante una nueva jornada de
huelga general en Cataluña. SUSANNA SÁEZ EFE
La primera muerta del
conflicto catalán fue la imaginación. Nunca se pensaron soluciones
imaginativas. Por ejemplo: catalanizar España, y eso hubiera sido posible desde
el catalanismo, porque éste permitía sentirse catalán y español a la vez. Sin
embargo, el nacionalismo catalán de estos últimos cinco años exige una renuncia
contundente y pública a sentirse español si uno quiere ser reconocido como un
catalán verdadero. El nacionalismo en su versión irredenta ha vuelto, y da
miedo. El miedo a la desgracia política es un sentimiento que nadie debería de
experimentar cuando se vive en una democracia avanzada, cuando se vive en un
país europeo.
Viñeta de Ros
Y sin embargo reconozco que
tuve miedo cuando se acercaba la intervención de Puigdemont la tarde del martes
9 de octubre, en donde debía proclamar la República Catalana. Y yo mismo me
increpé censurándome mi miedo. ¿Por qué el miedo a estas alturas de mi vida? Y
aún peor, ¿por qué la vida de cualquier ciudadano se tiene que ver ocupada por
la presencia de personajes inanes y mediocres? Tal vez eso sí que da más miedo:
el acceso a la fama de políticos de una holgada banalidad en todo el arco
ideológico de la política española y catalana. La mayoría de la gente desconoce
el nombre de los escritores, de los artistas, de los científicos españoles y
sin embargo reconoce hasta la saciedad los rostros de Rajoy, de Puigdemont o de
Junqueras. Hace ya unas semanas vi a Ada Colau y a Carmena en una conversación
televisada en donde ambas exhibieron en su discurso los tópicos políticos más
gastados. Pensé: la fama política es pura frivolidad. A nadie se le exige tan
poco como a un político. Eso da miedo. La insulsez buenista de las palabras de
Carmena me produjo vergüenza intelectual. Como de Colau ya no espero nada, pero
de Carmena sí, pensé “bueno, al menos la alcaldesa madrileña, a diferencia de
la otra, alguna vez sacó unas oposiciones difíciles, es decir, alguna vez tuvo
que estudiar en serio alguna materia que representa el conocimiento humano”.
Puede que eso sea ya lo único exigible: que los políticos alguna vez estudiaran
algo. Cuando oigo decir a Anna Gabriel que quiere “una independencia sin
fronteras”, o a Casado que “Puigdemont puede acabar como Companys” me vuelve el
miedo. Es el miedo a la chabacanería como una forma de pensamiento.
Los políticos españoles de
la Transición buscaron el cobijo europeo como la definitiva garantía para
entrar en el mundo civilizado, en el mundo del rigor. Y el 12 de junio de 1985
España entró a formar parte de la Unión Europea, entonces se llamaba la
Comunidad Económica. Ese fue un hecho trascendental que Puigdemont y Junqueras
acallan, porque el secesionismo lleva tiempo construyendo una imagen de una
España deprimente que nunca comprobó si se ajustaba a la realidad. Descubren
ahora que España no es Francoland, en palabras de Antonio Muñoz Molina, quien
precisamente ya advertía de que la España exótica y pintoresca se fue
desvaneciendo a lo largo de estos últimos cuarenta años de democracia. Por eso,
da la sensación de que Puigdemont se acaba de dar cuenta hace cinco minutos de
que si Cataluña se va de España se va también de Europa, porque España es
Europa ¿Cómo es posible arriesgar la identidad europea de Cataluña? Eso da
miedo, mucho miedo. La España de la que habla el secesionismo no existe. Toda
España cambió, pero el nacionalismo catalán no lo quiso ver. Y como la historia
es cínica e irónica, quien ha venido a despertar a los muertos vivientes del
museo de los horrores del fascismo español ha sido el nacionalismo de
Puigdemont, por lo que debemos estarle muy agradecidos.
El secesionismo en Cataluña
es un movimiento desde abajo, eso es cierto, cosa que Rajoy nunca reconoce y
debería empezar por ahí si quiere que los españoles y los catalanes
independentistas vuelvan a entenderse. Muchos catalanes que padecieron la
crisis económica del 2008 y asistieron impávidos a los mil casos de corrupción
de los políticos del PP optaron por la secesión como legítima forma de protesta
y de exploración de un futuro diferente. Nadie les explicó que esa crisis era
global y que la corrupción de los políticos del PP también la padecían el resto
de españoles. El problema que tiene el secesionismo no es tanto España como el
mundo globalizado, un mundo occidental que tiene una sola economía. El
secesionismo como protesta política podría haber sido compartido por muchos
españoles si no se hubiera mostrado bajo la toxicidad del nacionalismo
supremacista. Porque el nacionalismo lo único que produce es miedo. Por eso se
van las empresas, porque hasta el dinero tiene miedo.
https://elpais.com/elpais/2017/10/25/opinion/1508928122_985663.html
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