sábado, 24 de mayo de 2014

ANTE TODO, LA BELLEZA SE REEDITA LA NOVELA 'EL INOCENTE' DE GABRIELE D'ANNUNZIO



MANUEL HIDALGO
En mis tiempos universitarios, entre los letraheridos amontonados frente a los espejos empañados de los cafés, no faltaba el biotipo 'd'annunziano', joven poeta en ciernes aspirante al absoluto esteticista y a la vida original y desmesurada. Pero era la excepción, claro, cuando las aguas traían el flujo torrencial del realismo (incluyendo el mágico) y del compromiso. Además, y para colmo, D'Annunzio había sido el profeta del fascismo italiano, y esa mercancía tenía mala venta en las postrimerías del franquismo. Por no hablar del decadentismo, que se entendía como una enfermedad mórbida del individualismo y de la sensualidad.

Más leído -pese a las prohibiciones de la censura- por los poetas y amantes de la lírica encendida y pura, fue precisamente la versión cinematográfica de 'El inocente' (1976), a cargo de un Luchino Visconti sostenidamente elevado a los altares por entonces, la causa de un encuentro más masivo con el inusitado genio de Pescara. Fue la última película del aristócrata y comunista Visconti, igualmente trabado entre los cortinajes del decadentismo con la excusa de fustigar a la nobleza y a la alta burguesía. Pero que un izquierdista se ocupara de D'Annunzio otorgó bula, en cierto modo, al autor de 'Canto nuevo' (1882).
El joven D'Annunzio, nacido en 1863, hizo armas en el periodismo con sus artículos mundanos, recogidos en 'Crónicas romanas', que el año pasado editó Fórcola. Cuando, en 1889, publicó 'El placer', su primera, aclamada y perseguida novela, entroncó con el decadentismo novelesco que tenía como guía a Joris Karl Huysmans y su 'A contrapelo' (1884) y que se prolongó en Inglaterra con Oscar Wilde y, por ejemplo, 'El retrato de Dorian Gray' (1891). El delicuescente movimiento -también pictórico- puso de su parte todo lo que pudo para acabar con el naturalismo decimonónico y, preparando la llegada de Marcel Proust -gran admirador de D'Annunzio-, se fue disolviendo en el estanque del simbolismo.
La frenética actividad literaria del escritor -extendida a la dramaturgia, el guión de cine y los libretos para piezas musicales- se fue reduciendo a raíz de su participación como soldado en la Primera Guerra Mundial. Para entonces, la vida y el pensamiento de D'Annunzio habían tomado dos direcciones muy precisas.
Casado en 1883 con la aristócrata Maria Hardouin -con la que tuvo tres hijos-, su compulsivo frenesí como seductor -presente en el protagonista de 'El inocente'- había arruinado su matrimonio y sus sonadas, sucesivas y simultáneas conquistas -actrices, marquesas, millonarias- eran conocidas en toda Italia. Bajito, calvo y, más tarde, con un ojo de cristal, D'Annunzio fue un incansable amante, estimulado, al parecer, por el uso de la cocaína y de determinadas recetas a base de dosis bajas de estricnina.
Seguidor de Friedrich Nietzsche, D'Annunzio reelaboró primero la noción del superhombre del filósofo alemán, aplicándola, primero, a la inteligencia y a la estética. Pero aquello tuvo una deriva política. El escritor quiso ser un hombre de acción y combatió fogosamente en la Gran Guerra, entrando en la leyenda como aviador al comandar una escuadrilla que se plantó en el cielo de Viena para arrojar propaganda sobre la ciudad.
Encendido belicista, D'Annunzio abogó por la necesidad de que Italia, como en su remoto pasado romano, fuera una potencia imperial. A tal efecto, y predicando con el ejemplo, terminada la contienda y dolido con el resultado que ésta había tenido para Italia, organizó un ejército irregular y tomó la ciudad adriática de Fiume en 1919, poniendo en fuga a las tropas aliadas.
El lío fue mayúsculo. D'Annunzio gobernó el llamado estado libre de Fiume durante año y pico, poniendo en práctica unas ideas, usos, parafernalias y liturgias que se incorporarían al fascismo mussoliniano, en el que, curiosamente, él nunca llegaría a militar. Con la ayuda de Alceste de Ambris, un antiguo sindicalista, D'Annunzio redactó, proclamó e impuso en Fiume una pintoresca constitución -en parte imitada por Mussolini después-, que, entre otros principios, declaraba la importancia y el papel decisivos de la música en el nuevo estado...Conminado a rendirse, se negó, y sólo fue desalojado después de un bombardeo de la marina italiana sobre la ciudad. ¿Cuántas vidas de escritores pueden exhibir un episodio de semejante enormidad?
Y ahí no queda la cosa. Abatido y decepcionado se recluyó solemnemente en una mansión junto al lago Garda en la que, durante 17 años y hasta su muerte, vivió apartado, continuó escribiendo -aunque con menor intensidad y relevancia- y, por supuesto, siguió agitando el debate político e ideológico, aconsejando y corrigiendo, según, a Mussolini. Y, sobre todo, ahí, en Gardone, fue creando una especie de urbanización, un complejo residencial conocido como 'Il Vittoriale degli italiani' -conservado y visitable hoy-, compuesto por museos, villas, archivos, bibliotecas, teatros, jardines y monumentos que construyó y decoró con arreglo a su refinado gusto estético, tal vez bajo la ensoñación de vivir en un microestado ideal. En 1932, el rey Víctor Manuel III le concedió el título de Príncipe de Montenevoso, que le cayó como anillo al dedo. Seis años más tarde, el 1 de marzo de 1938, D'Annunzio murió -como no podía ser de otra forma- de una hemorragia cerebral.
Ahora que ha salido 'El inocente', en la asturiana Editorial dÉpoca, no podemos decir que estemos muy sobrados de obras de D'Annunzio en las librerías españolas. Además de 'El placer' (Cátedra) y las citadas 'Crónicas romanas', tenemos accesibles, sobre todo, la novela 'Triunfo de la muerte' (1894), en Alfabia, y otra compilación también editada por Fórcola, 'Crónicas literarias y autorretrato'.
El inocente se publicó en 1892. D'Annunzio era ya un consumado adúltero, se había separado de su mujer y estaba a punto de liarse con la diva de la escena Eleanora Duse, para la que escribió varias piezas teatrales antes de pasar a los brazos de la multimillonaria marquesa y mecenas Luisa Casati, una dama que se presentaba en las fiestas con dos guepardos sujetos con una correa y con culebras vivas enroscadas en cuello y brazos a modo de joyas. El adulterio trastorna al joven Tullio cuando piensa que su engañada y bella esposa también le pone los cuernos. Suele suceder.
'AVENTURA!'
Mañana terminan las representaciones de 'Aventura!', a cargo de la compañía T de Teatre, en Teatros del Canal de Madrid. Está visto que Alfredo Sanzol nunca falla, ni como autor ni como director. Esta obra es otra divertidísima comedia marca de la casa: jocosas observaciones sobre el comportamiento y la psicología del personal, diálogos memorables, microescenas que casi quieren ser independientes de la trama pero que están perfectamente encajadas, conatos de monólogos, y todo servido con el desparpajo y la habitual confianza de Sanzol en la inteligencia del espectador para hacer prodigiosas elipsis y manejar la ubicuidad de sus personajes en un decorado único y sencillo. La crisis es el tema. La crisis económica, sí, pero también la personal. ¿Qué diablos hacer?

http://www.elmundo.es/cultura/2014/05/24/537f773d268e3e95338b4570.html

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