MANUEL
HIDALGO
En mis tiempos universitarios, entre los letraheridos amontonados
frente a los espejos empañados de los cafés, no faltaba el biotipo
'd'annunziano', joven poeta en ciernes aspirante al absoluto esteticista y a la
vida original y desmesurada. Pero era la excepción, claro, cuando las aguas
traían el flujo torrencial del realismo (incluyendo el mágico) y del
compromiso. Además, y para colmo, D'Annunzio había sido el profeta del
fascismo italiano, y esa mercancía tenía mala venta en las postrimerías del franquismo.
Por no hablar del decadentismo, que se entendía como una enfermedad mórbida del
individualismo y de la sensualidad.
Más leído -pese a las prohibiciones de la censura- por los poetas y
amantes de la lírica encendida y pura, fue precisamente la versión
cinematográfica de 'El inocente' (1976), a cargo de un Luchino Visconti
sostenidamente elevado a los altares por entonces, la causa de un encuentro más
masivo con el inusitado genio de Pescara. Fue la última película del
aristócrata y comunista Visconti, igualmente trabado entre los cortinajes del
decadentismo con la excusa de fustigar a la nobleza y a la alta burguesía. Pero
que un izquierdista se ocupara de D'Annunzio otorgó bula, en cierto modo, al
autor de 'Canto nuevo' (1882).
El joven D'Annunzio, nacido en 1863, hizo armas en el periodismo con
sus artículos mundanos, recogidos en 'Crónicas romanas', que el año pasado
editó Fórcola. Cuando, en 1889, publicó 'El placer', su primera, aclamada y
perseguida novela, entroncó con el decadentismo novelesco que tenía como guía a
Joris Karl Huysmans y su 'A contrapelo' (1884) y que se prolongó en
Inglaterra con Oscar Wilde y, por ejemplo, 'El retrato de Dorian Gray'
(1891). El delicuescente movimiento -también pictórico- puso de su parte todo
lo que pudo para acabar con el naturalismo decimonónico y, preparando la
llegada de Marcel Proust -gran admirador de D'Annunzio-, se fue
disolviendo en el estanque del simbolismo.
La frenética actividad literaria del escritor -extendida a la
dramaturgia, el guión de cine y los libretos para piezas musicales- se fue
reduciendo a raíz de su participación como soldado en la Primera Guerra
Mundial. Para entonces, la vida y el pensamiento de D'Annunzio habían tomado
dos direcciones muy precisas.
Casado en 1883 con la aristócrata Maria Hardouin -con la que
tuvo tres hijos-, su compulsivo frenesí como seductor -presente en el
protagonista de 'El inocente'- había arruinado su matrimonio y sus sonadas,
sucesivas y simultáneas conquistas -actrices, marquesas, millonarias- eran
conocidas en toda Italia. Bajito, calvo y, más tarde, con un ojo de cristal,
D'Annunzio fue un incansable amante, estimulado, al parecer, por el uso de la
cocaína y de determinadas recetas a base de dosis bajas de estricnina.
Seguidor de Friedrich Nietzsche, D'Annunzio reelaboró primero
la noción del superhombre del filósofo alemán, aplicándola, primero, a la
inteligencia y a la estética. Pero aquello tuvo una deriva política. El
escritor quiso ser un hombre de acción y combatió fogosamente en la Gran
Guerra, entrando en la leyenda como aviador al comandar una escuadrilla que se
plantó en el cielo de Viena para arrojar propaganda sobre la ciudad.
Encendido belicista, D'Annunzio abogó por la necesidad de que Italia,
como en su remoto pasado romano, fuera una potencia imperial. A tal efecto, y
predicando con el ejemplo, terminada la contienda y dolido con el resultado que
ésta había tenido para Italia, organizó un ejército irregular y tomó la ciudad
adriática de Fiume en 1919, poniendo en fuga a las tropas aliadas.
El lío fue mayúsculo. D'Annunzio gobernó el llamado estado libre de
Fiume durante año y pico, poniendo en práctica unas ideas, usos, parafernalias
y liturgias que se incorporarían al fascismo mussoliniano, en el que, curiosamente,
él nunca llegaría a militar. Con la ayuda de Alceste de Ambris, un
antiguo sindicalista, D'Annunzio redactó, proclamó e impuso en Fiume una
pintoresca constitución -en parte imitada por Mussolini después-, que, entre
otros principios, declaraba la importancia y el papel decisivos de la música en
el nuevo estado...Conminado a rendirse, se negó, y sólo fue desalojado después
de un bombardeo de la marina italiana sobre la ciudad. ¿Cuántas vidas de
escritores pueden exhibir un episodio de semejante enormidad?
Y ahí no queda la cosa. Abatido y decepcionado se recluyó solemnemente
en una mansión junto al lago Garda en la que, durante 17 años y hasta su
muerte, vivió apartado, continuó escribiendo -aunque con menor intensidad y
relevancia- y, por supuesto, siguió agitando el debate político e ideológico,
aconsejando y corrigiendo, según, a Mussolini. Y, sobre todo, ahí, en Gardone,
fue creando una especie de urbanización, un complejo residencial conocido como
'Il Vittoriale degli italiani' -conservado y visitable hoy-, compuesto por
museos, villas, archivos, bibliotecas, teatros, jardines y monumentos que
construyó y decoró con arreglo a su refinado gusto estético, tal vez bajo la
ensoñación de vivir en un microestado ideal. En 1932, el rey Víctor Manuel III le
concedió el título de Príncipe de Montenevoso, que le cayó como anillo al dedo.
Seis años más tarde, el 1 de marzo de 1938, D'Annunzio murió -como no podía ser
de otra forma- de una hemorragia cerebral.
Ahora que ha salido 'El inocente', en la asturiana Editorial dÉpoca,
no podemos decir que estemos muy sobrados de obras de D'Annunzio en las
librerías españolas. Además de 'El placer' (Cátedra) y las citadas 'Crónicas
romanas', tenemos accesibles, sobre todo, la novela 'Triunfo de la muerte'
(1894), en Alfabia, y otra compilación también editada por Fórcola, 'Crónicas
literarias y autorretrato'.
El inocente se publicó en 1892. D'Annunzio era ya un consumado
adúltero, se había separado de su mujer y estaba a punto de liarse con la diva
de la escena Eleanora Duse, para la que escribió varias piezas teatrales
antes de pasar a los brazos de la multimillonaria marquesa y mecenas Luisa
Casati, una dama que se presentaba en las fiestas con dos guepardos sujetos
con una correa y con culebras vivas enroscadas en cuello y brazos a modo de
joyas. El adulterio trastorna al joven Tullio cuando piensa que su engañada y
bella esposa también le pone los cuernos. Suele suceder.
'AVENTURA!'
Mañana terminan las representaciones de 'Aventura!', a cargo de la
compañía T de Teatre, en Teatros del Canal de Madrid. Está visto que Alfredo
Sanzol nunca falla, ni como autor ni como director. Esta obra es otra
divertidísima comedia marca de la casa: jocosas observaciones sobre el
comportamiento y la psicología del personal, diálogos memorables, microescenas
que casi quieren ser independientes de la trama pero que están perfectamente
encajadas, conatos de monólogos, y todo servido con el desparpajo y la habitual
confianza de Sanzol en la inteligencia del espectador para hacer prodigiosas elipsis
y manejar la ubicuidad de sus personajes en un decorado único y sencillo. La
crisis es el tema. La crisis económica, sí, pero también la personal. ¿Qué
diablos hacer?
http://www.elmundo.es/cultura/2014/05/24/537f773d268e3e95338b4570.html
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