domingo, 18 de mayo de 2014

LA APASIONANTE HISTORIA DE ROSE BERTIN, LA COSTURERA DE MARÍA ANTONIETA


La reina de Francia convirtió a Rose Bertin en su costurera oficial. Nada era demasiado extravagante ni exquisito para ella.

Rita Kohlmaier


María Antonieta, con 24 años, posando con un suntuoso robe à la française (vestido de gala).  Foto: Cordon Press 

Poco tiempo después de su coronación en 1774, María Antonieta descubrió a una joven modista llamada Rose Bertin, recién llegada a París, a la que contrató como diseñadora personal. Durante casi dos décadas, y con la colaboración del peluquero Léonard Autié, mademoiselle creó atuendos, día a día más excéntricos, para la joven soberana, a la que siempre movía el deseo expreso de ser la mujer más bella y elegante de Francia. Hasta que la Revolución y la precipitada muerte de la reina acabaron con la relación.
La de Marie-Jeanne Bertin –quien cambió su nombre de pila por el delicado Rose– fue una carrera increíble, que la catapultó al universo de la alta costura y la convirtió en una diseñadora imprescindible entre la flor y nata de la sociedad parisina. Dicen los expertos que su vida solo es comparable a la de la legendaria Coco Chanel. Con 16 años, se trasladó a París para formarse en lo que le apasionaba: la moda. Las lecciones más importantes las adquirió como aprendiza en la boutique Au Trait Galant. Sin embargo, tuvieron que pasar algunos años hasta que, con 29, decidió arriesgarse y abrir su propio taller.



Christian Dior Alta Costura o-i 2006  Foto: Giovanni Gionnani /WWD

No era más que una tiendecita en la rue Saint-Honoré a la que le dio el nombre algo rimbombante de Au Grand Mogol (en español, el gran mogol). En ella ofrecía cofias, casquetes y bonetes, velos de gasa, pañoletas de encaje y batista, guantes bordados, sedas y muselinas… todo lo que podía volver loca a una mujer.
El poder de la reina. La situación cambió de repente con la muerte del anciano rey y la coronación de Luis XVI y María Antonieta, quien ya había oído hablar de Bertin. El encuentro entre la soberana, la costurera y los atrevidos gustos de ambas dio lugar a los dispares iconos de estilo que no solo determinarían durante años y en toda Europa la moda del rococó tardío, sino que contribuyeron un tanto a liberar a la mujer de los preceptos del vestir de su tiempo.


 Peinado coiffure à la Belle-Poule (1778).  Foto: Cordon Press
 
¿Qué imponía el estilo? El corsé seguía siendo una de las prendas más importantes de la época y un elemento fundamental del lujoso vestido de gala denominado robe à la française. Su estructura, un corselete con una base de acero y barbas de ballena, era responsable del popular (e incómodo) talle de avispa femenino. Igualmente molesto pero imprescindible resultaba el tontillo, una pesada estructura que se afianzaba a la cadera y sobre la que caían la falda y las magníficas colas. Sí quedó obsoleto el criarde, un armazón de mimbre y tela encerada que se llevaba bajo las pesadas faldas de brocado. Diamantes, perlas, encajes, borlas, cintas, plumas: nada era entonces demasiado extravagante, ningún material era excesivamente exquisito.
En la corte, los adornos para la cabeza se volvieron cada vez más estrafalarios. A los peinados altos, cardados con añadidos de pelo natural y crin y engalanados con joyas, plumas y cintas, no tardaron en seguirles los poufs aux sentiments, surrealistas creaciones fieles a la realidad que se colocaban sobre la cabeza de las mujeres.

Dos veces a la semana, la modista plebeya Rose Bertin acudía a un exclusivo jour fixe (día de prueba) con la reina… y la corte se reconcomía de celos. Así, en el plazo de pocos años, los gastos que se destinaban a vestimenta, joyas y lujos similares se dispararon. María Antonieta se convirtió en una derrochadora y Rose Bertin se hizo de oro.
A todos les escandalizaba que, desde el inicio de su relación, mademoiselle tuviera acceso prácticamente libre a la soberana. Para colmo, la diseñadora mostraba abiertamente que no trabaja para ella, sino con ella. En los pasillos de Versalles la tildaban de arrogante, despótica e insolente. Pero la envidia y la rivalidad solo aumentaron su reputación.
La puerta de Au Grand Mogol no tardó en colgar el letrero de «Proveedora de la corte». Pero lo que sería único por siempre jamás es el halagador honor que le confirió María Antonieta, de manera extraoficial, definiendo a la «divina Bertin» como su ministre des modes (ministra de la moda).


Christian Dior Alta Costura o-i 2007 Foto: Cordon Press

Un cargo de renombre mundial pues, a pesar de que los precios aumentaron desmesuradamente y sus gustos eran motivo de controversia, comenzaron a lloverle encargos de Rusia, Suecia, Austria, Inglaterra… ¿Que los productores franceses de lino, crepé y gasa solo podían obtener sus tiros de un ancho normalizado? Bertin recurría sin demora a Escocia para pedir medidas distintas, provocando el malestar entre los distribuidores franceses. Estos incluso llegaron a escribirle a su soberana con una petición: que mademoiselle volviera a comprar más género nacional.
Y llegó la sencillez. La diseñadora no se dejaba presionar. Estaba segura de contar con el respaldo real. Sobre todo, desde que María Antonieta se retiraba cada vez con mayor frecuencia a su Pequeño Trianón, un palacete privado en Versalles donde llevaba una sencilla vida rural que, por supuesto, requería vestidos nuevos. Fue cuando Rose Bertin creó la moda à la Trianon: en lugar de pesados brocados, vaporosa muselina; en vez de ceñidas ballenas y tontillos, cintas flojas y pañoletas; y los peinados pomposos se cambiaron por juveniles bucles y sinuosos sombreros de paja à la Gainsborough. Todo en delicados tonos pastel, azul celeste, rosa empolvado y cheveu de la reine, un dorado suave que se supone reflejaba el color del cabello de la soberana, reemplazando las oscuras tonalidades del Antiguo Régimen.

En la primavera de 1789, después de adquirir dos palacios en la ciudad, la ambiciosa empresaria dio otro impulso a sus negocios instalando Au Grand Mogol, con su salón de moda ampliado y sus 30 empleados, en la rue de Richelieu. Poco parecían interesarle a ella los levantamientos en las calles de París, como tampoco despertó su interés la toma de la Bastilla el 14 de julio. Pero los acontecimientos se precipitaron: en octubre, la familia real fue obligada a trasladarse de Versalles a París. Los primeros nobles abandonaron el país. Y si en 1789 Rose Bertin se embolsó 46.088 libras, tres años después la cantidad sería tan solo de 17.120 libras. Aun así, incluso cuando la reina fue arrestada tras un intento fallido de huida, esta siguió recibiendo envíos y visitas de la que ya se había convertido en su confidente. Sin embargo, en febrero de 1793, mademoisellehizo los baúles para poner rumbo al exilio. Porque, aunque los revolucionarios no le expropiaron Au Grand Mogol, hacía tiempo que tenían puesta la mira en la millonaria Bertin, quien acabó reuniéndose finalmente con buena parte de su antigua clientela en Londres, donde continuó trabajando de manera más modesta.

Con sombrero y velo de seda, cinco años antes de su ejecución

Ocho meses después, María Antonieta fue decapitada en París. Para su ejecución, la reina del estilo lució un sencillo vestido blanco, una cofia de lino, medias negras y zapatos de seda color ciruela. Su modista regresó en 1795 a la patria, donde un sobrino había mantenido a flote los talleres. Pero ella, con 48 años, no terminó de encajar en el nuevo mundo. En 1813, ya a los 66 años, moría en su mansión. En 1814, cuando Luis XVIII (cuñado de María Antonieta) se hizo cargo de la regencia, dicen que la familia real mandó llamar en el acto a la «ministra de la moda» y que, al saber de su fallecimiento, lloró la pérdida de la «divina Bertin».

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