Fotografía de Joan Vilatobà
titulada '¿En qué lugar del cielo te encontraré?'. / HEREUS DE JOAN VILATOBÀ. CORTESÍA GALERÍA A34,
BARCELONA
Acompañados de mulas que cargaban sus pesadísimos
equipos, a veces de hasta 300 kilos, los pioneros de la fotografía encontraron
en España un campo de trabajo duro pero fascinante. Un país incómodo, a la cola
en casi todo lo relacionado con el progreso, pero cuya riqueza artística,
folclórica y monumental atraía a profesionales enviados principalmente de
Inglaterra y Francia. De esos primeros conquistadores de la imagen da cuenta la
exposición que ayer se inauguró en la Biblioteca Nacional y que dentro de PHotoEspaña reúne cerca de 70
joyas fundacionales. También, la que hoy abre sus puertas en el Museo Nacional
de Antropología —Tipos populares. Baltasar Cue. Fotografías (1891-1894)—
y dos de las que la próxima semana centrarán el banquete del festival
fotográfico: el mítico trabajo en el norte de África de José Ortiz Echagüe (en la
Calcografía Nacional) y la retrospectiva dedicada Joan Vilatobà en
el Museo del Romanticismo.
De los dos millones de fotos que posee la Biblioteca Nacional, unas
40.000 son de ese siglo XIX que vivió el nacimiento de una pasión que cambiaría
los usos y costumbres de la humanidad. Los trabajos de Charles Clifford, Jean
Laurent, José Albiñana, José Martínez Sánchez, Louis De Clerq, José Spreafico y
Joaquín Pedrosa se mezclan con fotografías anónimas para ofrecer un viaje a
lomos de estos pioneros que forjaron la imagen de España. La conservadora
Isabel Ortega es la encargada de una selección “pequeña, pero muy
representativa”. En ella convive desde un retrato de Eugenia de Montijo,
aquella it girl de la España afrancesada, a sorprendentes
trabajos documentales sobre armaduras y esculturas históricas. “La fotografía
cambió nuestra manera de ver el arte y el paisaje”, explica la comisaria. “En
las dos décadas que recoge esta exposición los cambios en España y en la propia
fotografía fueron enormes. Muchos de estos fotógrafos extranjeros acabaron
afincados aquí, como Clifford y Laurent. Eran admirables por su técnica, como
con las armaduras. Incluso hoy en día son dificilísimas de fotografiar por los
reflejos que causa el metal. Ellos lograron dominarlos”.
'Siroco en el Sahara,
1965', de Ortiz Echagüe.
Y si la realidad era asombrosa para los primeros
exploradores, retratistas minuciosos y exactos de lo que veían, el
pictorialismo empezaba a irrumpir con fuerza en Europa. A principios del siglo
XX, con casi dos décadas de retraso, esta corriente llegó a España. “Entonces
nos encontramos con los fotógrafos que quieren imitar a la pintura y los que
no, los que quieren que la fotografía tenga la calidad de una pintura y sea en
sí misma un cuadro. Ahí situamos a Joan Vilatobà”, explica el historiador Josep
Casamartina i Parassols sobre el protagonista de la exposición que la próxima
semana se abre en el Museo del Romanticismo y que ofrecerá a través de una
treintena de imágenes la obra de un personaje singular, un republicano radical,
de familia masónica y espiritista, que apostó dese el principio por una nueva
fotografía. Vilatobà usaba a su hermano (muy parecido a él físicamente) de
modelo para sus montajes fotográficos. Escenas románticas y simbolistas,
centradas en la figura y en la composición, que delataban una personalidad
impulsiva y algo desatada. En 1989 huyó de España como desertor de la Guerra de
Marruecos y no regresó hasta que en 1903 su familia le garantizó que no iría la
cárcel. Abrió su estudio en Sabadell, donde una visita —y un encargo— de
Alfonso XIII le hicieron famoso. “Su exposición de 1919 en el Círculo de Bellas
Artes de Madrid lo consagró, incluso hay una entrada dedicada a él en la
Enciclopedia Espasa de los años 20. Pero su éxito en Madrid no se refleja en
Barcelona y, en 1931, decide dejar la fotografía y dedicarse a la docencia.
Tras su muerte, su estética pasa de moda. Cae en el olvido”.
Fotografía de Joan
Vilatobà.
Hasta los años 70 —y de la mano de estudiosos de
la fotografía como Joan Fontcuberta y Publio López Mondéjar— no se recupera su
historia. “Su hijo guardó con celo obsesivo la obra de su padre: 2.000 placas
que finalmente, y gracias a su nieta, están desde hace unos meses en el archivo
histórico de Sabadell”.
Dentro de esa corriente pictorialista la gran
estrella es José Ortiz Echagüe (1886- 1980), cuyo trabajo Norte de
África se expone también desde el 5 de junio. Lo curioso de este
trabajo es que muestra al Ortiz Echagüe joven frente al adulto. Rif, cerca de
Tetuán, fue el primer destino del ingeniero militar. Tenía 23 años y recibió el
encargo de dirigir el servicio de fotografía de la unidad de Aerostación. Toma
imágenes, primero desde globos y luego desde aviones, para elaborar mapas y
localizar las posiciones enemigas. Pero el joven fotógrafo no se limitó al
trabajo cartográfico y acercó su cámara hacia la vida cotidiana del país. Su
trabajo (con resonancias de Zurbarán, Sorolla o Zuloaga) recogía toda la
espiritualidad y misticismo de una cultura en la que las telas, el desierto, el
sol y el agua respiran por los poros de cada revelado. “Mi abuelo volvió en los
años 60 y curiosamente ya no le atraían los rostros y costumbres de la gente
sino la arquitectura y los paisajes. Son fotografías mucho más fantasmagóricas,
más abstractas, un poco inquietantes. Aunque la técnica era la misma, había
dejado de ser un fotógrafo experimental”, explica su nieto, Javier Ruiz
Echagüe, historiador del arte y comisario de la exposición de Madrid.
Si para Vilatobà “el gran momento” era el disparo,
nunca el retoque, Ortiz Echagüe destacó por ser un maestro de los pinceles, las
muñequillas de algodón o raspadores capaces de transformar cada imagen. “Y esa
fue la gran paradoja de mi abuelo. Utilizó técnicas pictorialistas para hacer
un trabajo etnográfico”, añade Javier Ortiz Echagüe. “Se pasó cincuenta años
haciendo su proyecto sobre la vida popular de España con técnicas no
documentales pero con un propósito documental. Sobre esa tensión se sostiene
toda su obra”.
Se cierra así el camino de los primeros
exploradores. En torno a ese tira y afloja entre el documento y la ficción que
la fotografía moderna sigue sin resolver.
Una de las fotos más raras
de las exposición de Biblioteca Nacional es esta puesta de sol tomado desde la
plaza de la Puerta del Sol de Madrid en abril de 1859. / BIBLIOTECA NACIONA DE ESPAÑA
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/27/actualidad/1401217405_943619.html
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