LEO NUCCI,
barítono
PAOLO
MARCARINI pianoforte
PIERANTONIO
CAZZULANI violín
LINO
PIETRANTONI violín
CHRISTIAN
SERAZZI viola
MASSIMO
REPELLINI violonchelo
MARTA PETTONI arpa
PROGRAMA
PRIMERA PARTE
FRANCESCO PAOLO TOSTI (1846-1916)
Non t’amo più (1885)
First Waltz (1912)
(instrumental)
Malìa (1887)
Marechiare (1886)
ENNIO MORRICONE (1928)
Selección de temas de sus películas (instrumental)
(C’era una volta in America, Giù la
testa,
La leggenda del pianista sull’oceano)
ERNESTO DE CURTIS (1875-1937)
Voce ‘e notte! (1904)
RODOLFO FALVO (1873-1937)
Dicitencello vuje (1930)
SEGUNDA PARTE
GIUSEPPE VERDI (1813-1901)
Tre preghiere
(arreglo de la música y de los textos de Paolo Marcarini y
Leo Nucci)
Preghiera del poeta (1858)
Sgombra, o gentil (1858)
Invocazione a Maria Addolorata (1838)
NINO RO TA (1911-1979)
Selección de temas de sus películas (instrumental)
(La strada, La dolce vita, Amarcord,
Otto e mezzo)
ARTURO BU ZZI-PECCIA (¿1854?-1943)
Lolita (1892)
RUGGERO LEONC AVALLO (1857-1925)
Aprile! (1907)
GIUSEPPE VERDI
Lo spazzacamino (1845)
(instrumental)
L’esule (1839)
Madrid vivió una de sus noches musicales más hermosas en este VII recital de su Ciclo de Lied porque, como escribió Jon Paul Laka, hubo que hacer un“Largo al factotum della canzone”.
Madrid vivió una de sus noches musicales más hermosas en este VII recital de su Ciclo de Lied porque, como escribió Jon Paul Laka, hubo que hacer un“Largo al factotum della canzone”.
El teatro de La Zarzuela de Madrid, cuyo director Paolo
Pinamonti, italiano, está revitalizando la programación y hasta el vetusto
terciopelo que fue testigo de las grandes óperas que allí se cantaron, los
Verdi con Plácido Domingo y Piero Capuccilli, por ejemplo, tuvo una velada
gloriosa.
Leo Nucci, el inefable Rigoletto del Teatro Arriaga de la
temporada pasada en Bilbao, que cantará uno de los elencos de Traviata el año
próximo en el Teatro Real, convocó a un público variado, de todas las capas de
la melomanía.
El barítono de Bolonia es, tal vez, uno de los últimos de
los brillantes representantes por el momento de esa forma de cantar, de
comunicar y de hacer arte que solo ejercen unos pocos privilegiados,
portentosos y dotados.
La Zarzuela no puede competir con esas impresionantes salas
de concierto y ópera de las capitales de Europa y es posible que no pueda
tampoco emular las grandes prestaciones de Nucci a lo largo de una dilatada
carrera que lo sitúa a sus 72 vibrantes años, en más de 600 representaciones de
Rigoletto.
Arropado por un cuarteto de cuerdas, un pianista y un arpa,
que sonaba delicada, dulce, sin ningún afán de protagonismo, las cuerdas no
solo tocan, sino, que, discretamente, acompañan al maestro para señalar su
dicción, su lirismo, su musicalidad. La experiencia fue única y mágica.
El pianista y los violines de primera, seguramente un amigo de muchos años como el resto del elenco. Conocen al cantante, lo apoyan, lo realzan, y el barítono les devuelve la incondicionalidad con un señalamiento a su trabajo, porque Nucci, canta, actúa y dirige.
El pianista y los violines de primera, seguramente un amigo de muchos años como el resto del elenco. Conocen al cantante, lo apoyan, lo realzan, y el barítono les devuelve la incondicionalidad con un señalamiento a su trabajo, porque Nucci, canta, actúa y dirige.
Muy reconocible, el programa, mece a los asistentes en la
comodidad de lo que ya se ha paladeado muchas veces pero el goce y el placer
sigue intactos. Las canciones napolitanas también se van desgranando poco a
poco, mientras los músicos acompañantes, le sacan filo a los temas de las
películas de Ennio Morricone (C´era una volta in America, Giù la testa, La
legenda del pianista sull´oceano) o de Nino Rota (La strada, La dolce vita,
Amarcord, Otto e mezzo).
Francesco Paolo Tosti, Ernesto de Curtis, Rodolfo Falvo,
Las tre preghiere de Verdi y sus Lo spazzacamino y L´Esule, Arturo Buzzi-Peccia
y Leoncavallo van presentando su música de la mano de Nucci que esta noche está
en estado de gracia: vocaliza bien, la dicción es cada momento la adecuada, elige
las notas opcionales para apoyarse a fondo a fin de llegar a las más altas con
seguridad, con aplomo. Tuvo y conserva una voz amaderada, de árbol tropical
ennoblecido por el trabajo y la constancia. Sabe muchos trucos, pero sobre
todo, los de la frecuentación de la partitura, su estudio detallado, su
revisión reiterada. Su voz resuena en todos los compartimentos secretos de su cuerpo.
También en esos únicos y exclusivos que lo han convertido en un intérprete
necesario y único.
Pero después de las obras previstas, lo mejor estaba por
llegar. Unas propinas que duraron más de cuarenta minutos y volvieron sobre los
pasos del Don Carlo (un regalo melancólico a la tradición de Felipe II, tan
española, tan escurialense y a la leyenda negra que recreó Schiller para la
Casa de Austria e impregnó toda la historiografía posterior del personaje del
heredero que vivió y murió en circunstancias muy extrañas).
Figaro, después, una creación que el maestro Nucci cantó,
bailó, compuso teatralmente con una soberbia dicción y una gracia inigualables.
A pesar de que se aconsejaba en el programa de mano “aplaudir solo en cada
bloque musical”, los bravos, los aplausos y los vítores con frases
entremezcladas de admiración y cariño, jalonaron toda la velada. Los presentes
estaban conquistados desde el primer momento y tal vez antes de que comenzara
el concierto.
Dos arias de Rigoletto a continuación y la intervención que
quería parecer espontánea de una joven promesa, una soprano española, María
José Moreno, que improvisó sin calentar ni siquiera la voz, una Gilda
conmovedora y fascinante para un Rigoletto de leyenda. Y “Vendetta!”, qué
palabra tan verdiana.
Para terminar, siempre unas palabras en castellano, como
las que pronunció en la emisión simultánea de Radio Clásica, Radio Nacional de
España, resaltando que “Yo no soy viejo, sino mayor”.
Nucci, estuvo impresionante. El barítono lanzó besos,
agradeció, se llevó la mano al corazón en un gesto para compartir el afecto y
se despidió con otra canción emblemática de Ernesto de Curtis: “Non ti scordar
di me”. Claro que no, faltaba más, Maestro…
Alicia Perris
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