domingo, 11 de mayo de 2014

TEATRO DE LA ZARZUELA. CENTRO NACIONAL DE DIFUSIÓN NACIONAL. XX CICLO DE LIED. RECITAL VII. MARTES 6 DE MAYO, 2014.



 LEO NUCCI, barítono
PAOLO MARCARINI pianoforte
PIERANTONIO CAZZULANI violín
LINO PIETRANTONI violín
CHRISTIAN SERAZZI viola
MASSIMO REPELLINI violonchelo
MARTA PETTONI arpa
PROGRAMA
PRIMERA PARTE
FRANCESCO PAOLO TOSTI (1846-1916)
Non t’amo più (1885)
First Waltz (1912) (instrumental)
Malìa (1887)
Marechiare (1886)
ENNIO MORRICONE (1928)
Selección de temas de sus películas (instrumental)
(C’era una volta in America, Giù la testa,
La leggenda del pianista sull’oceano)
ERNESTO DE CURTIS (1875-1937)
Voce ‘e notte! (1904)
RODOLFO FALVO (1873-1937)
Dicitencello vuje (1930)
SEGUNDA PARTE
GIUSEPPE VERDI (1813-1901)
Tre preghiere
(arreglo de la música y de los textos de Paolo Marcarini y Leo Nucci)
Preghiera del poeta (1858)
Sgombra, o gentil (1858)
Invocazione a Maria Addolorata (1838)
NINO RO TA (1911-1979)
Selección de temas de sus películas (instrumental)
(La strada, La dolce vita, Amarcord, Otto e mezzo)
ARTURO BU ZZI-PECCIA (¿1854?-1943)
Lolita (1892)
RUGGERO LEONC AVALLO (1857-1925)
Aprile! (1907)
GIUSEPPE VERDI
Lo spazzacamino (1845) (instrumental)
L’esule (1839)

 Madrid vivió una de sus noches musicales más hermosas en este VII recital de su Ciclo de Lied porque, como escribió Jon Paul Laka, hubo que hacer un“Largo al factotum della canzone”.
El teatro de La Zarzuela de Madrid, cuyo director Paolo Pinamonti, italiano, está revitalizando la programación y hasta el vetusto terciopelo que fue testigo de las grandes óperas que allí se cantaron, los Verdi con Plácido Domingo y Piero Capuccilli, por ejemplo, tuvo una velada gloriosa.
Leo Nucci, el inefable Rigoletto del Teatro Arriaga de la temporada pasada en Bilbao, que cantará uno de los elencos de Traviata el año próximo en el Teatro Real, convocó a un público variado, de todas las capas de la melomanía.
El barítono de Bolonia es, tal vez, uno de los últimos de los brillantes representantes por el momento de esa forma de cantar, de comunicar y de hacer arte que solo ejercen unos pocos privilegiados, portentosos y dotados.
La Zarzuela no puede competir con esas impresionantes salas de concierto y ópera de las capitales de Europa y es posible que no pueda tampoco emular las grandes prestaciones de Nucci a lo largo de una dilatada carrera que lo sitúa a sus 72 vibrantes años, en más de 600 representaciones de Rigoletto.
Arropado por un cuarteto de cuerdas, un pianista y un arpa, que sonaba delicada, dulce, sin ningún afán de protagonismo, las cuerdas no solo tocan, sino, que, discretamente, acompañan al maestro para señalar su dicción, su lirismo, su musicalidad. La experiencia  fue única y mágica. 

 El pianista y los violines de primera, seguramente un amigo de muchos años como el resto del elenco. Conocen al cantante, lo apoyan, lo realzan, y el barítono les devuelve la incondicionalidad con un señalamiento a su trabajo, porque Nucci, canta, actúa y dirige.
Muy reconocible, el programa, mece a los asistentes en la comodidad de lo que ya se ha paladeado muchas veces pero el goce y el placer sigue intactos. Las canciones napolitanas también se van desgranando poco a poco, mientras los músicos acompañantes, le sacan filo a los temas de las películas de Ennio Morricone (C´era una volta in America, Giù la testa, La legenda del pianista sull´oceano) o de Nino Rota (La strada, La dolce vita, Amarcord, Otto e mezzo).
Francesco Paolo Tosti, Ernesto de Curtis, Rodolfo Falvo, Las tre preghiere de Verdi y sus Lo spazzacamino y L´Esule, Arturo Buzzi-Peccia y Leoncavallo van presentando su música de la mano de Nucci que esta noche está en estado de gracia: vocaliza bien, la dicción es cada momento la adecuada, elige las notas opcionales para apoyarse a fondo a fin de llegar a las más altas con seguridad, con aplomo. Tuvo y conserva una voz amaderada, de árbol tropical ennoblecido por el trabajo y la constancia. Sabe muchos trucos, pero sobre todo, los de la frecuentación de la partitura, su estudio detallado, su revisión reiterada. Su voz resuena en todos los compartimentos secretos de su cuerpo. También en esos únicos y exclusivos que lo han convertido en un intérprete necesario y único.
Pero después de las obras previstas, lo mejor estaba por llegar. Unas propinas que duraron más de cuarenta minutos y volvieron sobre los pasos del Don Carlo (un regalo melancólico a la tradición de Felipe II, tan española, tan escurialense y a la leyenda negra que recreó Schiller para la Casa de Austria e impregnó toda la historiografía posterior del personaje del heredero que vivió y murió en circunstancias muy extrañas).

Figaro, después, una creación que el maestro Nucci cantó, bailó, compuso teatralmente con una soberbia dicción y una gracia inigualables. A pesar de que se aconsejaba en el programa de mano “aplaudir solo en cada bloque musical”, los bravos, los aplausos y los vítores con frases entremezcladas de admiración y cariño, jalonaron toda la velada. Los presentes estaban conquistados desde el primer momento y tal vez antes de que comenzara el concierto.
Dos arias de Rigoletto a continuación y la intervención que quería parecer espontánea de una joven promesa, una soprano española, María José Moreno, que improvisó sin calentar ni siquiera la voz, una Gilda conmovedora y fascinante para un Rigoletto de leyenda. Y “Vendetta!”, qué palabra tan verdiana.
Para terminar, siempre unas palabras en castellano, como las que pronunció en la emisión simultánea de Radio Clásica, Radio Nacional de España, resaltando que “Yo no soy viejo, sino mayor”.
Nucci, estuvo impresionante. El barítono lanzó besos, agradeció, se llevó la mano al corazón en un gesto para compartir el afecto y se despidió con otra canción emblemática de Ernesto de Curtis: “Non ti scordar di me”. Claro que no, faltaba más, Maestro…
Alicia Perris

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