Anna Viebrock, Sylvain
Cambreling y Christoph Marthaler, en la sala de billares del Círculo de Bellas
Artes de Madrid. / LUIS SEVILLANO
Sobre el escenario están la sala de columnas, los
talleres de pintura con sus caballetes, el café o los característicos billares
del Círculo de Bellas Artes. Una réplica exacta que a ratos entrecruza esos
espacios. El edificio madrileño, emblema cultural de Madrid en el último siglo,
ha sido la inspiración para crear los lugares en los que transcurrirán Los cuentos de Hoffmann,la ópera
inacabada de Jacques Offenbach (1819-1880) que estrena el próximo sábado el
Teatro Real. La obra, en la que cantan Eric Cutler, Jean-Noël Briend
o Anne Sofie von Otter, también es la última producción de su exdirector
artístico, Gerard Mortier, fallecido el pasado marzo. Este edificio
de Antonio Palacios fue durante su solitario periplo por Madrid uno de sus
refugios favoritos. Muy consciente del crítico momento que atraviesa la
institución, con una caída de las ayudas públicas desde 2009 de un 90%, el
belga encontró en el decaimiento de su esplendor la metáfora perfecta de la
cultura en Europa. En parte por eso, pensó en poner en marcha un proceso
creativo que de alguna forma reivindicase este espacio e involucró a tres de
sus más antiguos colaboradores: el director de escena Christoph Marthaler, la
escenógrafa Anna Viebrock y el director musical Sylvain Cambreling. La tarde
del jueves, todos ellos muestran los escenarios del Círculo que han subido a
escena y desentrañan el significado de su visión de esta ópera fantástica.
El origen del proyecto tiene algo que ver con la
relación que Cambreling y Mortier mantuvieron durante los últimos 30 años.
Ambos se conocieron en 1978 cuando el director de orquesta se ponía al frente de Los
cuentos de Hoffmann en el foso de la ópera de París. Cuando hace unos
cinco años, durante un paseo por el bosque, salió a relucir el título como
posible hito de una temporada muy centrada en el tema del amor, intuyendo ya
entonces, aunque por diferentes motivos, que podía ser una de sus últimas
producciones en Madrid, ambos reconocieron enseguida lo oportuno de la
elección. “Luego Gerard tuvo la idea de traer a Anna al Círculo. Creía que aquí
encontraría la inspiración, porque podía servir de metáfora de esa combinación
de las artes. Fue muy rápido”, explica el director de orquesta en una de las
salas de la institución madrileña, sentado junto a la propia Viebrock y a
Marthaler, generalmente reacio a las entrevistas.
Viebrock, encargada de materializar las ideas
escenográficas y construir los espacios, hizo dibujos, retrató todo lo que pudo
e incluso midió los capiteles de las columnas de algunas salas. Todo quedó
anotado en el cuaderno que lleva siempre y cuyas cubiertas forró con dos
retratos de Antonin Artaud, uno de los personajes que inspiraron la
caracterización de Hoffmann, el perturbado escritor que vive zarandeado por el
amor imposible de tres mujeres y de Stella, la idealización final de la
belleza. Viebrock revisó la historia del
Círculo (fundado en 1880) y quedó fascinada con las fiestas de
Carnaval de los años veinte, que tanto le recordaban a las reuniones de los
surrealistas y algunas vanguardias. De ahí surgió la idea de invocar a algunos de
aquellos artistas como Picasso, André Breton, Dalí o incluso Buñuel para crear
el vestuario de los personajes. Todo empezó a cuadrar. “Mortier sabía que me
gusta dar paseos y encontrar cosas. Él me enseñó el espacio sin decirme nada.
Entramos en habitaciones que él tampoco conocía. Esa mujer de mármol desnuda
mientras los hombres beben, o las modelos… Funcionó inmediatamente. Es un lugar
del pasado que no sabemos cómo sobrevive hoy. Es casi surrealista”, señala
Viebrock.
La fascinación por la mujer que se desprende de
las esculturas del Círculo —la de la cafetería aparecerá en escena—, las
modelos desnudas y ese cruce de las artes abrieron la puerta al torrente de
ideas de Marthaler. Además, el director suizo encontró en la institución
madrileña, que cuenta todavía con 3.000 socios y el miércoles se encontraba en
plena ebullición creativa, la metáfora de una época: “El arte se está
convirtiendo en un gueto. La cultura no necesita tanto dinero si lo comparas
con otras cosas, pero los recortes no cesan y están matando algo que forma
parte de nuestro universo espiritual. Y cuando se den cuenta quizá será
demasiado tarde”. Cambreling, responsable de una nueva orquestación de la obra
—especialmente en la parte final donde, por ejemplo, los crescendos y fortissimos se
convierten en pianissimosevitando así el aire triunfal del
desenlace de otras versiones—, asiente y critica la falta de presupuesto
público para la cultura. “Es lo mismo que con la ópera. ¿Necesitamos la ópera
hoy? ¿Podemos sacar dinero de ella? Probablemente no. Pero cuando cortamos esa
parte, cortamos el alma de nuestro tiempo. El Círculo en esta historia tiene
mucho sentido. Podríamos ver en el sexto acto a Hoffmann siendo un fan del Real
Madrid sin creación y muy rentable”.
El Hoffmann de Marthaler es un hombre triste,
descolocado y en plena pérdida del control de su mente. El director de escena,
un hombre extremadamente tímido, de voz suave y aspecto de genio distraído, cree
que es una ópera muy compleja, un calidoscopio fantástico lleno de figuras,
pero está muy seguro de la tristeza que esconde. “No soy un pesimista, pero veo
el momento trágico aquí. Es un trabajo triste. Tiene algunas irrupciones
cómicas dentro, pero no creo que si hubiera un sexto acto Hoffmann estuviera a
salvo ni contento. Es la historia de alguien perdido. Alguien a quien nuestro
tiempo ha aniquilado algo. Es una crisis, ¿pero de qué tipo? No es solo con las
mujeres. Es una persona que bebe mucho… lo sé, yo también tuve una crisis, Sé
qué significa: creas fantasías y tratas de salvarte a ti mismo mediante
imaginación”.
Por ello Marthaler no cree que las mujeres que
desfilan ante él (Olympia, Giulietta y Antonia) existan. Especialmente Stella
—una actriz que no canta—, sino que corresponde más bien a una obsesión de su
cerebro. Algo que también tiene su trasposición musical, pese a que en esta
versión la misma cantante no asume los cuatro roles. Otra de las discrepancias
que ha acompañado a esta enigmática obra. Durante algún tiempo y desde
determinados sectores, gran parte de la música de Offenbach fue tildada de mera
opereta (el propio Mortier hace años lo miraba, como a Berlioz, con cierta
sospecha). Pero Los cuentos… forman parte hoy del gran
repertorio. “No se pueden comparar con nada. ¡Con nada! No es Berlioz, no es
Wagner, no es Verdi… tiene un poco de todos, pero es distinto. La composición
es perfecta y difícil de tocar. Es muy ecléctica, por el tiempo y la forma. Es
muy moderno. Para los años setenta y ochenta del siglo XIX, ¿qué había en
Francia? Gunod, Massenet… Mire, cambio todo su trabajo por Los cuentos
de Hoffmann. Tenemos algo muy especial. La orquestación, la armonía, el
ritmo… son distintos”, defiende Cambreling.
En el desenlace de esta versión emerge la figura
de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pesoa, autor del
discurso que Stella pronunciará cuándo Hoffmann le pregunte quién es realmente.
“Es un texto que quizá hubiera podido escribirse hoy, aunque es de 1909. Trata
sobre la destrucción de la cultura y de nuestro tiempo”, señala Marthaler.
Sobre la corrupción de un mundo tangible que arrastrará con él al espíritu de
nuestro tiempo.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/11/actualidad/1399842924_585800.html
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