martes, 13 de mayo de 2014

LA ÚLTIMA ÓPERA DE GERARD MORTIER UNA VERSIÓN DE ‘LOS CUENTOS DE HOFFMANN’ QUE RECREA EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES ES EL TESTAMENTO DEL EXDIRECTOR DEL TEATRO REAL

DANIEL VERDÚ Madrid 


Anna Viebrock, Sylvain Cambreling y Christoph Marthaler, en la sala de billares del Círculo de Bellas Artes de Madrid. / LUIS SEVILLANO
Sobre el escenario están la sala de columnas, los talleres de pintura con sus caballetes, el café o los característicos billares del Círculo de Bellas Artes. Una réplica exacta que a ratos entrecruza esos espacios. El edificio madrileño, emblema cultural de Madrid en el último siglo, ha sido la inspiración para crear los lugares en los que transcurrirán Los cuentos de Hoffmann,la ópera inacabada de Jacques Offenbach (1819-1880) que estrena el próximo sábado el Teatro Real. La obra, en la que cantan Eric Cutler, Jean-Noël Briend o Anne Sofie von Otter, también es la última producción de su exdirector artístico, Gerard Mortier, fallecido el pasado marzo. Este edificio de Antonio Palacios fue durante su solitario periplo por Madrid uno de sus refugios favoritos. Muy consciente del crítico momento que atraviesa la institución, con una caída de las ayudas públicas desde 2009 de un 90%, el belga encontró en el decaimiento de su esplendor la metáfora perfecta de la cultura en Europa. En parte por eso, pensó en poner en marcha un proceso creativo que de alguna forma reivindicase este espacio e involucró a tres de sus más antiguos colaboradores: el director de escena Christoph Marthaler, la escenógrafa Anna Viebrock y el director musical Sylvain Cambreling. La tarde del jueves, todos ellos muestran los escenarios del Círculo que han subido a escena y desentrañan el significado de su visión de esta ópera fantástica.
El origen del proyecto tiene algo que ver con la relación que Cambreling y Mortier mantuvieron durante los últimos 30 años. Ambos se conocieron en 1978 cuando el director de orquesta se ponía al frente de Los cuentos de Hoffmann en el foso de la ópera de París. Cuando hace unos cinco años, durante un paseo por el bosque, salió a relucir el título como posible hito de una temporada muy centrada en el tema del amor, intuyendo ya entonces, aunque por diferentes motivos, que podía ser una de sus últimas producciones en Madrid, ambos reconocieron enseguida lo oportuno de la elección. “Luego Gerard tuvo la idea de traer a Anna al Círculo. Creía que aquí encontraría la inspiración, porque podía servir de metáfora de esa combinación de las artes. Fue muy rápido”, explica el director de orquesta en una de las salas de la institución madrileña, sentado junto a la propia Viebrock y a Marthaler, generalmente reacio a las entrevistas.
Viebrock, encargada de materializar las ideas escenográficas y construir los espacios, hizo dibujos, retrató todo lo que pudo e incluso midió los capiteles de las columnas de algunas salas. Todo quedó anotado en el cuaderno que lleva siempre y cuyas cubiertas forró con dos retratos de Antonin Artaud, uno de los personajes que inspiraron la caracterización de Hoffmann, el perturbado escritor que vive zarandeado por el amor imposible de tres mujeres y de Stella, la idealización final de la belleza. Viebrock revisó la historia del Círculo (fundado en 1880) y quedó fascinada con las fiestas de Carnaval de los años veinte, que tanto le recordaban a las reuniones de los surrealistas y algunas vanguardias. De ahí surgió la idea de invocar a algunos de aquellos artistas como Picasso, André Breton, Dalí o incluso Buñuel para crear el vestuario de los personajes. Todo empezó a cuadrar. “Mortier sabía que me gusta dar paseos y encontrar cosas. Él me enseñó el espacio sin decirme nada. Entramos en habitaciones que él tampoco conocía. Esa mujer de mármol desnuda mientras los hombres beben, o las modelos… Funcionó inmediatamente. Es un lugar del pasado que no sabemos cómo sobrevive hoy. Es casi surrealista”, señala Viebrock.
El edificio de Antonio Palacios fue uno de sus refugios favoritos en Madrid
La fascinación por la mujer que se desprende de las esculturas del Círculo —la de la cafetería aparecerá en escena—, las modelos desnudas y ese cruce de las artes abrieron la puerta al torrente de ideas de Marthaler. Además, el director suizo encontró en la institución madrileña, que cuenta todavía con 3.000 socios y el miércoles se encontraba en plena ebullición creativa, la metáfora de una época: “El arte se está convirtiendo en un gueto. La cultura no necesita tanto dinero si lo comparas con otras cosas, pero los recortes no cesan y están matando algo que forma parte de nuestro universo espiritual. Y cuando se den cuenta quizá será demasiado tarde”. Cambreling, responsable de una nueva orquestación de la obra —especialmente en la parte final donde, por ejemplo, los crescendos y fortissimos se convierten en pianissimosevitando así el aire triunfal del desenlace de otras versiones—, asiente y critica la falta de presupuesto público para la cultura. “Es lo mismo que con la ópera. ¿Necesitamos la ópera hoy? ¿Podemos sacar dinero de ella? Probablemente no. Pero cuando cortamos esa parte, cortamos el alma de nuestro tiempo. El Círculo en esta historia tiene mucho sentido. Podríamos ver en el sexto acto a Hoffmann siendo un fan del Real Madrid sin creación y muy rentable”.
El Hoffmann de Marthaler es un hombre triste, descolocado y en plena pérdida del control de su mente. El director de escena, un hombre extremadamente tímido, de voz suave y aspecto de genio distraído, cree que es una ópera muy compleja, un calidoscopio fantástico lleno de figuras, pero está muy seguro de la tristeza que esconde. “No soy un pesimista, pero veo el momento trágico aquí. Es un trabajo triste. Tiene algunas irrupciones cómicas dentro, pero no creo que si hubiera un sexto acto Hoffmann estuviera a salvo ni contento. Es la historia de alguien perdido. Alguien a quien nuestro tiempo ha aniquilado algo. Es una crisis, ¿pero de qué tipo? No es solo con las mujeres. Es una persona que bebe mucho… lo sé, yo también tuve una crisis, Sé qué significa: creas fantasías y tratas de salvarte a ti mismo mediante imaginación”.
Para Marthaler se trata del ocaso de la cultura y de nuestro tiempo
Por ello Marthaler no cree que las mujeres que desfilan ante él (Olympia, Giulietta y Antonia) existan. Especialmente Stella —una actriz que no canta—, sino que corresponde más bien a una obsesión de su cerebro. Algo que también tiene su trasposición musical, pese a que en esta versión la misma cantante no asume los cuatro roles. Otra de las discrepancias que ha acompañado a esta enigmática obra. Durante algún tiempo y desde determinados sectores, gran parte de la música de Offenbach fue tildada de mera opereta (el propio Mortier hace años lo miraba, como a Berlioz, con cierta sospecha). Pero Los cuentos… forman parte hoy del gran repertorio. “No se pueden comparar con nada. ¡Con nada! No es Berlioz, no es Wagner, no es Verdi… tiene un poco de todos, pero es distinto. La composición es perfecta y difícil de tocar. Es muy ecléctica, por el tiempo y la forma. Es muy moderno. Para los años setenta y ochenta del siglo XIX, ¿qué había en Francia? Gunod, Massenet… Mire, cambio todo su trabajo por Los cuentos de Hoffmann. Tenemos algo muy especial. La orquestación, la armonía, el ritmo… son distintos”, defiende Cambreling.
En el desenlace de esta versión emerge la figura de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pesoa, autor del discurso que Stella pronunciará cuándo Hoffmann le pregunte quién es realmente. “Es un texto que quizá hubiera podido escribirse hoy, aunque es de 1909. Trata sobre la destrucción de la cultura y de nuestro tiempo”, señala Marthaler. Sobre la corrupción de un mundo tangible que arrastrará con él al espíritu de nuestro tiempo.


http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/11/actualidad/1399842924_585800.html

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