· Conecta con 'nuestro pasado más tribal' y llena el vacío de las guerras
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Viaje a la antropología del fútbol por el autor de 'Yo, mono'
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Nos gusta mirar para tomar partido por una manada
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Entre los cazadores, los ronaldos, messis y diegos costas, se llevaban a
las más bellas
ILUSTRACIÓN: SEAN MACKAOUI
PABLO HERREROS
Un amigo de la infancia de Charles Darwin contaba
que cuando los niños invitaban a jugar al fútbol al futuro padre de la
Evolución, prefería explorar por su cuenta en el bosque. Pero a principios del
siglo XIX todavía no existía la pasión actual por este deporte. Hoy la fiebre
futbolera sin duda hubiera llamado la atención del naturalista británico, ya
que los comportamientos y actitudes que mostramos en los encuentros deportivos
son universales. La histeria colectiva que desatan en todo el planeta partidos
como la final de la Championsque enfrentará al Real Madrid con el
Atleti nos lleva a pensar en sus orígenes biológicos, hundiendo sus raíces en
el pasado hace cientos de miles de años.
El fútbol fue introducido en España a
finales del siglo XIX por inmigrantes británicos que vinieron a
trabajar en las minas. Estos obreros formaron los primeros equipos para pasar
las horas muertas jugando entre ellos. Rápidamente se extendió por el resto de
la población española debido a la facilidad con la que se puede practicar. A
diferencia de otros deportes que requieren complejos equipamientos e
instalaciones, en el fútbol sólo es necesario un balón. Pero según los
antropólogos, la época en que emerge no es casualidad. En Europa, el fútbol se
hace popular al mismo tiempo que desaparece la importancia de la caza para el
sustento, es decir, cuando comienza la Revolución Industrial. Desde aquellos
años, el fútbol se ha convertido en el deporte más extendido, practicado o
seguido en los cinco continentes por cientos de millones de personas.
Entonces, ¿esta pasión universal es producto de la
casualidad o es consecuencia de alguna necesidad adaptativa? Desde la ciencia
creemos que su éxito se debe a que el fútbol posee características que conectan
con nuestro pasado más tribal, así como también con el desarrollo de las
capacidades necesarias para ser un buen cazador y guerrero. Por esta razón, el
fútbol -aunque también otros deportes de equipo como el rugby, el béisbol o el
baloncesto- son los que más éxito han tenido en las sociedades contemporáneas,
precisamente las que han sustituido el modo de vida del
cazador-recolectorpor el trabajo asalariado y la industria. Pero también en
las que el número de hombres que van a la guerra es mínimo comparado con
tiempos anteriores. El deporte vendría a llenar ese vacío.
La relación que existe entre la lucha y el deporte
es patente. Perseguir, golpear objetivos con proyectiles o acechar a los
enemigos son exigencias que encontramos en ambas actividades. Por ello, otros
ven las raíces del deporte en las batallas bélicas. Una evidencia de la
conexión entre la guerra y el deporte la encontramos en los Juegos Olímpicos de
la antigüedad, que se celebraron durante más de 400 años en la ciudad
griega de Olimpia. En ellos era costumbre llegar a una tregua que permitiera
concentrarse y diera libertad de movimiento a los deportistas. Se enfrentaban
varias ciudades independientes, muchas de las cuales estaban en guerra entre
sí. Las disciplinas consistían en correr, saltar, luchar, lanzar jabalinas y
competir en carreras de cuadrigas. Todas las pruebas ensalzaban virtudes que
eran imprescindibles para los guerreros de entonces.
Primates juguetones
A los primates nos gusta jugar. Somos un orden de
especies muy juguetonas de nacimiento porque nos permite explorar el entorno y
a los compañeros en un contexto de seguridad, sin que tenga graves
consecuencias. De hecho, las especies más inteligentes del reino animal son
las que más tiempo dedican al juego. En los juegos de persecución y
localización humanos, como los indios y vaqueros o el escondite, detectamos
huellas de nuestro pasado evolutivo como cazadores-recolectores y guerreros.
También los grandes simios juegan ensayando esas mismas capacidades.
Hasta hace bien poco, el éxito en la caza
y en la guerra era fundamental para la supervivencia del grupo. Aún
hoy en día lo es para los chimpancés. Para los humanos de hace miles de años,
conseguir carne era mucho más complicado que en la actualidad. No había
supermercados ni carnicerías donde te la daban a cambio de dinero. Muy al
contrario, en la selva o en la sabana, a veces se regresaba a casa con las
manos vacías, lo que tenía consecuencias negativas para la viabilidad del
grupo.
Por si fuera poco, las batallas con otras
tribus vecinas eran frecuentes. Por eso los mejores cazadores y
guerreros obtenían gran prestigio en la comunidad y gozaban de una alta
posición social. Éste es el origen de nuestra fascinación por deportistas de
élite como Cristiano Ronaldo o Diego Costa. De vivir aún en el Paleolítico,
todos querríamos tenerlos como miembros de nuestra tribu. Varios estudios
antropológicos entre los hazda de Tanzania y los aché de Paraguay han
demostrado que los hombres prefieren cazar con los que son hábiles en estas
actividades, porque así tienen más probabilidades de conseguir carne de
calidad. Es decir, estas tribus también eligen a los Ronaldos.
La demostración de habilidades físicas y mentales
en público proporciona a los deportistas un escenario ideal para probar que
poseen las características deseadas por la tribu, lo que provoca un aumento en su
estatus. En Grecia, los atletas más famosos se hacían millonarios y
sus ganancias eran mayores en términos relativos que las de muchos deportistas
en el presente. En algunas tribus de Brasil, como es el caso de los canela,
sucedía idéntico fenómeno. Los ganadores de unas carreras en los que cargan
troncos podían elegir mujer y eran premiados con alimentos y otros bienes.
En nuestras sociedades ocurre algo similar. Es un
hecho que los atletas resultan más atractivos para el sexo contrario. Un
estudio llevado a cabo en Francia con deportistas universitarios llegó a esta
conclusión. En otra investigación se demostró que los militares americanos
tienen el doble de éxito para encontrar pareja que los civiles. La razón es que
las hembras pueden escoger a un macho con mejores genes si saben su estado
físico y otras habilidades mentales, que son visibles cuando
practicamos deportes o peleamos. Esto ayuda a explicar las innumerables
conquistas de las estrellas del fútbol entre las top model más cotizadas del
planeta.
Simios tribales
Pero el fútbol no se puede reducir a lo que sucede
en el campo entre los jugadores. De manera simultánea se producen diversos
fenómenos sociales en las gradas, los bares y en los sofás de las casas. Porque
si algo llama la atención es que los humanos también disfrutamos al
observar a otros hacer deporte, como le sucede a Homer Simpson y a todos
los aficionados al sillón ball. ¿Por qué? Mediante la observación de otros
medimos y evaluamos las fuerzas de nuestro equipo pero también las del contrario.
Es como cuando dos adolescentes se enzarzan en juegos de pelea, en la que tanto
los protagonistas como los observadores extraen valiosa información: cuál es su
agilidad, fuerza, rapidez, etc. Con esos datos puedes elegir mejor a quién
enfrentarte y a quién es preferible evitar. Además, estas peleas en broma no
son sólo un juego. También son una manera de mantener la dominancia y el
liderazgo. Los simios también observan a otros jugar y
pelearse. A veces hasta parece que tomen parte por uno de los contrincantes por
las vocalizaciones que emiten. Si en broma no puedes con el alfa, ¿para qué
intentarlo de verdad? Por eso algunos dictadores del pasado se tomaron tan en
serio los encuentros deportivos y los mostraban como victorias de guerra o
símbolos de supremacía.
Los seres humanos hemos vivido cientos de miles de
años en tribus y anteriormente en comunidades de primates, por lo que nuestra
psicología se desarrolló para responder a las necesidades de aquella época. De
ahí proviene nuestra tendencia a crear continuamente grupos y subgrupos de
aliados en los que encontrar seguridad. En ellos también construimos nuestra
identidad, la cual se define en oposición a otras identidades. No nos manejamos
bien en comunidades numerosas y por eso creamos divisiones, para poder
gestionar las relaciones de manera más controlada.
Los equipos de fútbol reflejan esta necesidad, como también los barrios, el
lugar de nacimiento u otras características que permitan identificarnos con
grupos de menor escala y a la vez nos diferencien de otros. Lo interesante es
que estas tribus enfrentadas en la final de Lisboa, como les pasa a las tribus
africanas ante una amenaza de mayor tamaño, se fusionarán y se opondrán a otras
en el Mundial de Brasil pocas semanas después. Por lo tanto, hay una constante
dinámica de fusión y fisión en la que unos se necesitan a otros dependiendo del
contexto y el peligro externo.
La creación de equipos locales e hinchas sigue la
misma lógica. O con otras palabras, la tribu del Real Madrid, no podría existir
sin las tribus del Barcelona o el Atlético, o a la inversa. Por
ejemplo, en estudios sobre la modernización en Latinoamérica, se ha comprobado
que tanto Argentina como Brasil han usado el fútbol para inculcar una identidad
o carácter nacional basado en el éxito en contraste con otros países de la
zona. Un análisis sociológico de mitos como Garrincha o Maradona llegó a esta
conclusión.
En las gradas, los aficionados también nos
comportamos como verdaderas tribus: gritos, ritos de transición, cantos
especiales, demostraciones de agresividad, etc. Ser socio o aficionado
de un equipo de fútbol es como ser miembro de una religión. Tantos los
seguidores del Real Madrid como del Atlético lo son en su mayoría desde
nacimiento y se trata de un asunto familiar. Los padres llevan a sus hijos al
Calderón o al Bernabéu, por lo que la lealtad se hereda de una generación a la
siguiente. Algunos los hacen socios incluso antes de nacer y los bautizan con
bufandas. Son como rituales de adscripción a la manada, de la misma manera en
que la etnia de los nuer, en Sudán, pintan a sus hijos con los símbolos de la
tribu.
Así que el próximo 24 de mayo en la final de
Lisboa, cuando dé comienzo el partido, recuerden que hay algo más en juego
que una copa de metal. Es la final de las finales para las tribus europeas.
Una prueba más de que nuestra mente, lo queramos o no, sigue atrapada en
nuestro pasado tribal de primates cazadores y guerreros.
http://www.elmundo.es/cronica/2014/05/18/53775b14ca4741f97e8b4577.html?a=35e26097168cc8eec445005c9ef6ee00&t=1400675293
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