Paseo con el escritor turco
Orhan Pamuk por el museo madrileño en busca de las obras que le inspiran
Orhan Pamuk, en la
exposición sobre Fernando Pessoa en el Museo Reina Sofía. ANDREA COMAS
ANDREA AGUILAR
El primer museo que Orhan
Pamuk (Estambul, 1952) recuerda haber visitado es el del Palacio de Topkapi, en
concreto las salas de porcelanas, alejadas de la atractiva colección del sultán
repleta de oro y dagas, de las aventuras con las que fantaseaba su imaginación
infantil. Les llevaba su madre a él y a su hermano, en un tiempo en el que los
museos como instituciones estatales, provocaban miedo y respeto y no tenían
mucho público. Así que el recuerdo del Premio Nobel de aquellas delicadas
piezas mostradas estaba teñido de aburrimiento, o eso pensaba hasta que se
embarcó en El museo de la Inocencia, una novela que escribió al mismo tiempo
que reunía objetos para crear ese mismo museo. Cuando lo terminó se dio cuenta
de la mucha cerámica que había acumulado, y cuando, en un viaje a China, pidió
que le llevaran a ver la mejor porcelana y le dijeron que las piezas más
exquisitas se encontraban en Estambul, en las salas del Topkapi, comprendió que
las fastidiosas visitas de su infancia habían dejado poso. Pamuk termina la
historia con una carcajada en los pasillos del Museo Reina Sofía de Madrid,
ciudad que ha visitado esta semana durante la gira de promoción de la novela La
mujer del pelo rojo,traducida ahora al castellano. El novelista ha accedido a
elaborar un recorrido por la colección, y propone arrancar en la exposición
Pessoa. Todo arte es una forma de literatura.
Retratos de Fernando
Pessoa. El poeta portugués llegó hasta Pamuk de la mano de su editor de
Carcanet Press, que publicó El libro del desasosiego el mismo año en que
también sacó la primera traducción del turco al inglés. “Se habla de su soledad
y de la multitud de personajes inventados que creó, pero a mí Pessoa me ha
influido como pintor. Mi primera vocación fue esa, y empecé a estudiar
arquitectura pensando que sería como Le Corbusier. Pero se impuso la escritura
y el pintor quedó aplastado”, señala. “Ahora lo estoy recuperando, vuelvo a
pintar. Presentar mis cuadros después de ser conocido como escritor no me ha
parecido muy honesto, pero empiezo a salir del armario. Esa es mi otra
personalidad, y estoy imaginando y escribiendo esa otra vida. Antes ya había
inventado la vida de un ilustrador turco que firmaba las portadas de mis libros
y aparece en algunos de ellos”. ¿Pessoa lleva hasta el límite el juego de los
personajes que emprende todo novelista? “Pienso que inventaba esos trasuntos porque
no estaba del todo satisfecho con el resultado de esas obras y entonces
imaginaba que habían sido escritas por otros e inventaba a esos autores. Creo
que en la raíz de ese juego de identidades más que algo ontológico se encuentra
una cierta insatisfacción”.
Figura en una ventana
(1925), de Salvador Dalí. “Este cuadro me recuerda a una obra de Caspar David
Friedrich, muestra el paisaje y algo que genera en el espectador esa ansiedad
que de pequeño te produce no ser suficientemente alto para asomarte y mirar tú
también por la ventana", explica. Divertido, Pamuk señala que el reflejo
del paisaje en el cristal era algo que nunca había podido apreciar en las
reproducciones y reflexiona: “Hay algo en esta obra que explica el trabajo de
un novelista, que consiste en narrar a través de los de su personaje y para
dotar de fuerza a la historia, para convencer. El punto de vista de una
persona, la chica del cuadro, es la vía de entraPamuk observa 'Rostro del gran
masturbador', de Dalí. ANDREA COMAS
Racimo de uvas (1925), de
Juan Gris. “Cuando terminé El museo de la inocencia había coleccionado cerca de
2.000 objetos. ¿Cómo exhibirlos? El trabajo de Joseph Cornell fue fundamental
para construir las cajas en las que seguí el mismo orden que en la novela,
capítulo a capítulo, caja a caja. Mis investigaciones sobre este artista me
llevaron hasta Juan Gris. Sin él no habría Cornell y sin Cornell no habría
podido hacer el museo”, dice Pamuk. Advierte que siente cierto rechazo por el
cubismo, o más bien por la manera en que ese estilo fue adoptado en
determinados países, como Turquía y fusionado con el folclore local. Pero le interesa
la introducción de objetos cotidianos en los lienzos, como el periódico
dibujado en este cuadro. “Se acerca al ready-made, es el paso previo. La
imaginación dadaísta y sus collages abrieron el camino. Mi novela El libro
negro sigue esa ruta, se trata de juntar cosas que en principio no debían ir
juntas”.
Rostro del gran masturbador
(1929), de Salvador Dalí.
Pamuk, por si había alguna
duda, confiesa que Dalí le gusta mucho. Esta obra tiene un eco a otra de sus
favoritas La persistencia de la memoria que se encuentra en el MoMA de Nueva
York. "Como dijo Breton, para mí el surrealismo también es una liberación.
Al mirar este cuadro uno piensa que se acuerda de algo pero no sabe muy bien de
qué. Esa ambigüedad es privilegio de la pintura, una novela no puede
permitírselo porque el lector invierte tiempo en leerla no es algo tan rápido
como mirar una imagen. Las preguntas se multiplican: qué estaría pensando
cuando lo hacía, cómo fue añadiendo pequeños detalles”.da”.
https://elpais.com/cultura/2018/04/07/actualidad/1523101961_628359.html
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