domingo, 8 de abril de 2018

UN PREMIO NOBEL EN EL REINA SOFÍA. ORHAN PAMUK


Paseo con el escritor turco Orhan Pamuk por el museo madrileño en busca de las obras que le inspiran

Orhan Pamuk, en la exposición sobre Fernando Pessoa en el Museo Reina Sofía. ANDREA COMAS

ANDREA AGUILAR

El primer museo que Orhan Pamuk (Estambul, 1952) recuerda haber visitado es el del Palacio de Topkapi, en concreto las salas de porcelanas, alejadas de la atractiva colección del sultán repleta de oro y dagas, de las aventuras con las que fantaseaba su imaginación infantil. Les llevaba su madre a él y a su hermano, en un tiempo en el que los museos como instituciones estatales, provocaban miedo y respeto y no tenían mucho público. Así que el recuerdo del Premio Nobel de aquellas delicadas piezas mostradas estaba teñido de aburrimiento, o eso pensaba hasta que se embarcó en El museo de la Inocencia, una novela que escribió al mismo tiempo que reunía objetos para crear ese mismo museo. Cuando lo terminó se dio cuenta de la mucha cerámica que había acumulado, y cuando, en un viaje a China, pidió que le llevaran a ver la mejor porcelana y le dijeron que las piezas más exquisitas se encontraban en Estambul, en las salas del Topkapi, comprendió que las fastidiosas visitas de su infancia habían dejado poso. Pamuk termina la historia con una carcajada en los pasillos del Museo Reina Sofía de Madrid, ciudad que ha visitado esta semana durante la gira de promoción de la novela La mujer del pelo rojo,traducida ahora al castellano. El novelista ha accedido a elaborar un recorrido por la colección, y propone arrancar en la exposición Pessoa. Todo arte es una forma de literatura.

Retratos de Fernando Pessoa. El poeta portugués llegó hasta Pamuk de la mano de su editor de Carcanet Press, que publicó El libro del desasosiego el mismo año en que también sacó la primera traducción del turco al inglés. “Se habla de su soledad y de la multitud de personajes inventados que creó, pero a mí Pessoa me ha influido como pintor. Mi primera vocación fue esa, y empecé a estudiar arquitectura pensando que sería como Le Corbusier. Pero se impuso la escritura y el pintor quedó aplastado”, señala. “Ahora lo estoy recuperando, vuelvo a pintar. Presentar mis cuadros después de ser conocido como escritor no me ha parecido muy honesto, pero empiezo a salir del armario. Esa es mi otra personalidad, y estoy imaginando y escribiendo esa otra vida. Antes ya había inventado la vida de un ilustrador turco que firmaba las portadas de mis libros y aparece en algunos de ellos”. ¿Pessoa lleva hasta el límite el juego de los personajes que emprende todo novelista? “Pienso que inventaba esos trasuntos porque no estaba del todo satisfecho con el resultado de esas obras y entonces imaginaba que habían sido escritas por otros e inventaba a esos autores. Creo que en la raíz de ese juego de identidades más que algo ontológico se encuentra una cierta insatisfacción”.

Figura en una ventana (1925), de Salvador Dalí. “Este cuadro me recuerda a una obra de Caspar David Friedrich, muestra el paisaje y algo que genera en el espectador esa ansiedad que de pequeño te produce no ser suficientemente alto para asomarte y mirar tú también por la ventana", explica. Divertido, Pamuk señala que el reflejo del paisaje en el cristal era algo que nunca había podido apreciar en las reproducciones y reflexiona: “Hay algo en esta obra que explica el trabajo de un novelista, que consiste en narrar a través de los de su personaje y para dotar de fuerza a la historia, para convencer. El punto de vista de una persona, la chica del cuadro, es la vía de entraPamuk observa 'Rostro del gran masturbador', de Dalí. ANDREA COMAS
Racimo de uvas (1925), de Juan Gris. “Cuando terminé El museo de la inocencia había coleccionado cerca de 2.000 objetos. ¿Cómo exhibirlos? El trabajo de Joseph Cornell fue fundamental para construir las cajas en las que seguí el mismo orden que en la novela, capítulo a capítulo, caja a caja. Mis investigaciones sobre este artista me llevaron hasta Juan Gris. Sin él no habría Cornell y sin Cornell no habría podido hacer el museo”, dice Pamuk. Advierte que siente cierto rechazo por el cubismo, o más bien por la manera en que ese estilo fue adoptado en determinados países, como Turquía y fusionado con el folclore local. Pero le interesa la introducción de objetos cotidianos en los lienzos, como el periódico dibujado en este cuadro. “Se acerca al ready-made, es el paso previo. La imaginación dadaísta y sus collages abrieron el camino. Mi novela El libro negro sigue esa ruta, se trata de juntar cosas que en principio no debían ir juntas”.


Rostro del gran masturbador (1929), de Salvador Dalí.

Pamuk, por si había alguna duda, confiesa que Dalí le gusta mucho. Esta obra tiene un eco a otra de sus favoritas La persistencia de la memoria que se encuentra en el MoMA de Nueva York. "Como dijo Breton, para mí el surrealismo también es una liberación. Al mirar este cuadro uno piensa que se acuerda de algo pero no sabe muy bien de qué. Esa ambigüedad es privilegio de la pintura, una novela no puede permitírselo porque el lector invierte tiempo en leerla no es algo tan rápido como mirar una imagen. Las preguntas se multiplican: qué estaría pensando cuando lo hacía, cómo fue añadiendo pequeños detalles”.da”.

https://elpais.com/cultura/2018/04/07/actualidad/1523101961_628359.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario