martes, 18 de noviembre de 2014

LA MUERTE TIENE CARA DE NIÑO

Fue uno de los músicos más prometedores del primer cuarto del siglo XIX. Nació en Bilbao y a los 13 años compuso su primera ópera. Murió en París a los 19 años por una tuberculosis. Dejó 23 composiciones y le dieron sepultura en una fosa común a las afueras de la ciudad.
ANTONIO LUCAS


A Juan Crisóstomo de Arriaga no le dio tiempo a cumplir con el penúltimo estirón de la edad: murió a los 19 años de tuberculosis. Era el 17 de enero de 1826. Martes y en París. El hijo del organista de la iglesia de Berriatúa compuso su primera ópera a los 13, como Mozart. Nació en Bilbao el mismo día que Mozart, 50 años después. Y comenzó a tocar el violín a los 3 años, a lo Mozart. Todo lo predisponía para ser un dios con ráfagas de acné capaz de armar una bulla incalculable en el scalextric del pentagrama. Pero las coincidencias menguan muchísimo cuando no se dan más que en la estadística y no alcanzan plenamente la mucosa de la genialidad.
El muchachito de Bilbao gastaba unas cualidades extraordinarias. Un talento más selvático que académico. Un delicadísimo sentido del sonido para entusiasmo de la hidalguía fina. En aquella España zarrapastrosa, la soldadesca de Napoleón iba dando tumbos y en 1810 se independizaban Argentina, Venezuela, Colombia y Paraguay. Asuntos ajenos a la maraña cerebral de un niñito que iba con el violín en llamas por la vida, distante a esos asuntos. Por fuera del cuerpecito zangolotino de Juan Crisóstomo de Arriaga se convocaban las Cortes Generales y Extraordinarias en San Fernando (Cádiz). Por dentro, sus glóbulos rojos soñaban con composiciones inesperadas. Aquel mocoso dejaba turulato al público de las sociedades musicales del arranque del siglo XIX. El mozo se presentaba con una casaca de sastre y las manos limpias, levantando una estela de misterio como si aquella música suya emplazase mortalmente a quien la creara, porque no se podía llegar tan lejos.
Entre su padre y el maestro Faustino Sanz peinaron el arrebato tierno de Juan Crisóstomo, cuya expedición estaba desprovista de toda épica. Lo diseñaron para que fuese un hombre de repente, de los que piensan que lo mejor de la juventud es que ya pasó. El nene parecía un profeta evangélico al que las composiciones se le acumulaban en el córtex y en este ambiente compuso a los 11 años su primera obra seria. El octeto 'Nada y mucho', para trompa, cuerda, guitarra y piano. Era 1817 y su prestigio empezaba a emparejarse con su fama.
Las infancias sobresalientes tienen la capacidad de activar la nostalgia ajena por lo que uno también pudo ser y no fue. Hay algo de circo en la niñez brillante, como si lo normal fuese mirarla desde el ángulo muerto de la madurez, que simplifica el pasado y lo engrandece con una punta de fe y otra de estremecimiento. La infancia está sobrevalorada.
Juan Crisóstomo Arriaga era algo así como la revancha de su padre contra la vida. Fue el último de ocho hermanos, de los que tres murieron antes de que él naciera. A los 13 años la ambición le llevó a complicarse la existencia y dio a la imprenta su primera ópera en dos actos, Los esclavos felices, la única que actualmente se conserva y de estilo italiano. La creatividad del mozo estaba en plena combustión y parecía que Mozart iba a saltar de su estatua para abrazarlo.
España empezaba a resultar un establo agotado para un talento agudo como el del joven músico bilbaíno. El padre, consciente de la necesidad de ensanchar el caudal, envió a Juan Crisóstomo a estudiar a París. Era 1819. El Romanticismo estaba abriendo vértigos nuevos y tenía en 'La balsa de la Medusa', de Géricault, el icono del nuevo movimiento en el que Arriaga empezaba a clavar la suela de los escarpines rematados con lazo de cinta color sobrasada.
El viaje fue la primera comunión musical de un creador que aspiraba a instalar su nombre en los mejores salones de la ciudad. En el conservatorio tiene por jefes de expedición a François-Joseph Fétispara estudiar contrapunto y fuga; y a Charles-Auguste de Bériotpara perfeccionar el violín. París promulgaba un viento erótico que se expandía secretamente por la jurisdicción de la primera burguesía, que encontraba en los conciertos privados y en los pediluvios de rapé la más alta expresión del hedonismo. Un festival de gestos, posturas y códigos secretos entre escudos de mazapán.
Nuestro Mozart de Bilbao alzó el vuelo en aquella sociedad encampanada que se movía por la ciudad como una logia de cuernos y conspiraciones, y con el dedo meñique muy tieso sujetando las copitas de crème de cassis. Su primera composición importante de entonces fue una fuga a ocho voces, 'Et vitam venturi', pieza que fue premiada y quedó en paradero desconocido tras la prematura muerte del autor. Poco después despachó tres cuartetos muy alabados por Fétis, que era una de las megafonías más acreditadas para asestar gloria en aquel París sin asfaltar: "Es imposible imaginar nada más original, más elegante, ni escrito con mayor pureza que estos cuartetos...".
Pero Juan Crisóstomo de Arriaga, que tenía 16 años y la gloria de un maestro maduro, estaba enfilado ya por la muerte. Le quedaban dos años de vida.Dos años que colisionaban como una fiebre de espumas contra la urgencia incombustible de su talento. París lo excitó, lo inspiró, le sacó toda la creación hasta dejarlo exhausto y destruido por dentro.
Con la tuberculosis ensayando maniobras de aproximación, compone una obertura pastoral para su ópera 'Los esclavos felices', una Sinfonía orquestal en cuatro tiempos, una Misa en cuatro voces, un 'Salve Regina' y un 'Stabat mater' para coro y orquesta. Y junto a esto: cantatas, dúos, quintetos, arias... Obra religiosa, sinfónica y dramática. La pasión le llenaba la vida. Aquel cuerpecito dotado para la sensibilidad de la melodía tenía en la música un lugar de consolación y de encuentro con el mundo. No le dio tiempo a la grandeza, pero sí a la extensión.
Era el audaz emisario de un romanticismo que tintineaba con tenedores de plata. Un movimiento en el que convivían Jean Louis David y Chateaubriand, Madame de Stäel y los ecos de Rousseau. Es la vindicación de lo individual frente a lo colectivo. Los sentimientos contra la razón. Y un joven español, de la calle Somera de Bilbao (aunque criado en la calle Ronda, en el mismo edificio donde más tarde nació Miguel de Unamuno) empezaba a cincelar su condición de mito con sólo 23 obras rematadas, donde estaban los vapores de Haydn, Mozart,Schubert y hasta el mismísimo Cherubini.
Aquel 'pollopera' de conservatorio comenzó a sentir frío en la Navidad de 1825. En sus pulmones se estaba librando una mascarada que le iba retirando el suministro de aire. La tuberculosis le hizo nido a la altura del pecho con el alboroto de la enfermedad cuando acecha un cuerpo nuevo.
No duró mucho más. En la segunda semana de 1826 apareció muerto en su casa del 314 de la rue Saint Honoré. De su muerte dio noticia el músico Pedro Albéniz. Había rematado sus dos últimas piezas: 'Herminie' y 'Agar en el desierto'. En la iglesia de Saint Roch le echaron unos salmos de cuerpo presente y el cadáver recibió sepultura en una fosa común del cementerio Norte de París.
El honrado pueblo español, tan dado al grito, la oración y la soflama, olvidó durante más de un siglo que Juan Crisóstomo de Arriaga existió. Aquel conglomerado de talento precoz quedó como unholograma de malogrado, una promesa quebrada, una psicofonía por concretar. Hoy es un teatro.


http://www.elmundo.es/cultura/2014/11/16/5467a50e268e3e0f598b4587.html

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