El director de orquesta Bernard
Haitink , en el festival de Lucerna de 2014. / PETER FISCHLI
¿Un oasis? ¿Una utopía? En estos
tiempos de crisis de valores morales, la cultura resiste, en el terreno musical,
gracias a esfuerzos tan soñadores como el de Ibermúsica. Estamos en otra
galaxia: Bernard Haitink, la London Symphony, una sinfonía de Bruckner. La
sensación de espejismo se produce ya al leer el programa de mano y comprobar
que la Sinfónica de Londres lleva 40 años participando en estos ciclos, lo que
la sitúa como la orquesta extranjera que más veces ha actuado en nuestro país.
Director: Bernard Haitink. Anton
Bruckner: Sinfonía número 8 en do menor,
WAB 108 (segunda versión de 1890;
edición Leopold Nowak de 1955). 45ª
temporada de Ibermúsica. Auditorio
Nacional, 3 de noviembre.
En sus 200 conciertos “españoles”
ha sido dirigida por maestros como Abbado, ,Celibidache, Temirkanov, Chailly,
Gergiev o Boulez, entre otros, pero los que más veces se han puesto a su frente
en los ciclos de Ibermúsica han sido Colin Davis y Bernard Haitink. Se produce,
pues, con la combinación de la Sinfónica de Londres y Haitink una primera
sensación de familiaridad. El público madrileño admira a una orquesta
clasificada entre las “top ten” por la gran mayoría de las encuestas, y venera
a Haitink por lo que representa de plenitud musical a sus, asómbrense, 85 años.
Se explica así que se oyesen algunos bravos cuando el director apareció en el
escenario y se comprende la apoteosis final.
No se andan con chiquitas el
maestro y la orquesta londinense. En el primero de sus conciertos madrileños
optaron por la Octava, de Anton Bruckner, un compositor del
que Ibermúsica tiene una larga historia detrás, sustentada por directores y
orquestas de primerísima fila. La monumental Octava ha
contado, entre otras, con las batutas de Barenboim, Mehta y Chailly, éste
último con la orquesta que ahora nos visita. Es una sinfonía que ha inspirado
respeto tradicionalmente en Madrid por su “divina longitud” (hora y media,
aproximadamente). Las sensibilidades cambian y ahora se escucha con un fervor
casi religioso. No sonó ningún móvil, qué bien. Más aún: en la butaca contigua
a la mía, Valentina, una niña de 9 años, siguió la sinfonía con una atención
ejemplar. Sin embargo en el patio de butacas, me dicen, un espectador se
durmió. Se vendieron 2.200 entradas, más que para el segundo concierto de
Haitink, más popular sobre el papel, con obras de Debussy, Schubert y la Cuarta de
Brahms. La coincidencia con un partido de fútbol del Madrid es la posible
causa. En fin, es lo que hay.
Maestro y orquesta nos brindaron
una versión antológica de la sinfonía bruckneriana. Con rigor, precisión,
sobriedad, dominio “arquitéctonico”, tensión dramática y cuidado por el detalle
tímbrico refinado. La Sinfónica de Londres respondió a las mil maravillas a las
indicaciones del maestro. Estuvo, sencillamente, espléndida. En las
intervenciones individuales qué flautas, qué oboes, qué trompas y tubas
wagnerianas, qué cuerda, qué concertino y en el trabajo en conjunto. Saben
dialogar las diferentes secciones sonoras, trabajan sinfónicamente con
naturalidad. Bruckner llegaba así con brillantez pero sin ningún tipo de
retórica. Lo más difícil parecía sencillo. No hubo altibajos en los diferentes
movimientos. Todos estuvieron a parecido nivel. La fluidez se imponía. Y se
agradecía.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/04/actualidad/1415089347_868769.html
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