Tulio Halperin Donghi, historiador,
en 2010. / CABALAR (EFE)
Pocas veces en la Argentina de hoy
se da un consenso tan unánime en torno a una persona, viva o muerta. El
historiador Tulio Halperin Donghi, antiperonista de toda la vida, falleció a
los 88 años el pasado viernes en Berkeley (California) entre el reconocimiento
y la admiración de sus compatriotas de todo signo político. Clarín,
el diario más crítico con el Gobierno, lo calificó como “el historiador de la
Argentina”. La Nación, también crítico, tituló que había fallecido
un personaje “imprescindible” para entender la historia del país. El
historiador y columnista argentino Carlos Pagni comentaba ayer que
probablemente Halperin Donghi haya sido, junto a Jorge Luis Borges, una de las
personas más inteligentes que haya dado Argentina. Y desde el lado opuesto, el
diario afín al Gobierno Página 12 titulaba: “Se fue una parte
de la historia”. Un gran maestro, Carlos Díaz, su editor en Siglo XXI, lo
describió como “dueño de un pensamiento sagaz, irónico e imposible de reducir a
cualquier tipo de esquematismo”.
En un país como Argentina, donde el
general Juan Domingo Perón, muerto hace 40 años, parece tan presente o más que
algunos candidatos para las presidenciales del año próximo, un país donde se
publica cada semana algún libro sobre los últimos 200 años de historia, Tulio
Halperin se labró un prestigio a prueba de las muchas polémicas en las que
nunca temió meterse. Eso sí: en buena parte se lo labró desde el extranjero, ya
que a partir de 1966 fue profesor en las universidades de Harvard y de Oxford,
y desde 1971 enseñó en la de California, en Berkeley.
Hijo de un profesor de latín y una
profesora de español, Halperin nació en Buenos Aires en 1926. Estudió Química
durante dos años y medio, hasta que se dio cuenta de que quería ser
historiador. Su padre insistió en que consiguiera un título y se licenció en
Derecho. Después se doctoró en Historia, completó su formación en Turín y París
y en 1972 publicó en la editorial Siglo XXI su gran obra,Revolución y guerra,
imprescindible para quienes pretendan conocer la élite política, económica y
militar argentina en la lucha por su independencia, entre 1810 y 1820. En 1972
se marchó a Berkeley, donde daba clases como profesor emérito. Pero Argentina
era su gran obsesión y a menudo volvía a su país y seguía escribiendo de él.
Entre su profusa bibliografía se podría destacar Historia contemporánea de América Latina (1967), Una
nación para el desierto argentino (1982) y La lenta agonía de
la Argentina peronista (1994). En este último se preguntaba por qué
había un consenso tan generalizado sobre uno de los próceres de Argentina,
Manuel Belgrano (1770-1820), sobre el que el mes pasado publicó su estudio, El
enigma Belgrano.
En una entrevista que concedió en
2008 a la revista Eñe señaló: “Digamos que fui antiperonista
casi como un destino; no es que lo eligiera, ahí caí y afronté las
consecuencias. Nunca se me ocurrió hacer otra cosa. Pero en algún momento eso
empezó a aburrirme, y afuera se hacía incomprensible que todos, peronistas y
antiperonistas, se calentaran tanto por cosas que desde el exterior no se veía
por qué eran tan importantes. Uno iba a España y entendía muy bien por qué el
país estaba dividido. En cambio, ¿en la Argentina qué había pasado? E incluso
¿qué estaba pasando con el peronismo?”.
Su estilo era enrevesado, plagado
de frases yuxtapuestas y párrafos que se alargaban en más de una página. Pero
no solía dejar cabos sueltos. En el diario Página 12, Sergio
Wischñevsky escribió el sábado bajo el título de Un gran maestro: “Varias
generaciones de historiadores y de entusiastas lectores nos formamos leyendo
sus ensayos, discutiendo con sus escritos, enojándonos con su gramática y
aprendiendo con su singularísimo estilo. (…) Bibliografía obligada de todas las
universidades de Latinoamérica y de muchos otros lugares del mundo, su
presencia seguirá sin duda vigente en una vorágine de congresos, escritos,
homenajes y jornadas que, es muy fácil prever, empiezan a gestarse desde hoy”.
En el bisemanario Perfil,
la crítica literaria Beatriz Sarlo escribió: “Lo extrañaremos y nos hará falta.
Hace poco escribí una frase que él consideró ridícula. Escribí: ‘Halperin
Donghi es un genio’. La inteligencia era una parte de su fascinación. La otra,
más compleja, era la rarísima mezcla de mordacidad y benevolencia, una mezcla
que parece imposible. A medida que fue envejeciendo no abandonó la ironía, pero
se volvió más bondadoso. Cuando terminó la dictadura y nos visitó en los
tempranos ochenta, dejamos de temerle y, más tranquilos, pasamos simplemente a
admirarlo”.
Su muerte ha suscitado en Argentina
un consenso semejante al que había sobre el héroe Manuel Belgrano hasta que él
diseccionó al personaje.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/17/actualidad/1416264012_613592.html
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