'Retrato de Caballero (¿Cesar
Borgia?)', de Altobello Melone, 1513.
La exposición podría haber empezado
por el final, en una sala repleta de objetos e imágenes que nos informan sobre
el fanatismo que la familia Borgia, marcada por la leyenda negra de sus
crímenes, intrigas e incestos, sigue generando hoy en la cultura popular. En la
estancia encontramos un objeto que lo explica todo, como un Rosebud de
esta irracional fascinación: un mechón rubio de Lucrecia Borgia encapsulado en
un relicario que un joyero italiano confeccionó en los años veinte. Un siglo
antes, el mismo Lord Byron aseguró haber arrancado un cabello a ese tirabuzón,
expuesto en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán entre decenas de tesoros
renacentistas.
El mechón se encuentra en la última
sala de Los Borgia y su
tiempo,la muestra del Museo Maillol de París que, hasta el 15 de febrero,
intenta dilucidar algunos de los misterios que rodean a esta familia, surgida
de la nobleza feudal de Xàtiva y enriquecida durante la conquista aragonesa de
Valencia, antes de convertirse en la encarnación pura del mal y del vicio en la
Roma renacentista.
La muestra parte de dos objetivos.
El primero es descubrir cuánta verdad encierra esa fama tan lóbrega, basada en
hechos reales pero convenientemente deformada por la película de la historia,
que sigue cercando hoy a sus tres miembros más insignes: Rodrigo (el papa Alejandro VI) y sus hijos César y
Lucrecia. El segundo consiste en restituir la realidad histórica de la era en
que les tocó vivir y retratar los cambios a los que asistieron, de la invención
de la imprenta y el descubrimiento de América hasta la reforma luterana y la
eclosión del humanismo.
Los Borgia y su tiempo se
aprovecha deliberadamente de esa leyenda negra que atrae a cientos de visitantes a
sus salas, curiosos por descubrir los misterios de cada personaje histórico. Si
es que eso es posible, ya que su representación cambia en función de quién
sostenga el pincel. Fiel a sus múltiples aristas, Lucrecia es rubia platino en
un lienzo y castaña ceniza en el siguiente, mientras que el iris de sus ojos
cambia de azul a marrón y a gris oscuro. César adopta rasgos crísticos y lacios
en el supuesto retrato de juventud que le dedicó Altobello Melone, pero luego
aparece convertido en decano de larga melena en el triple estudio que esbozó
Leonardo da Vinci, su principal cerebro militar y que le asesoró en la
construcción de armas, fortificaciones y presas hidráulicas.
En las salas
se acumulan óleos, dibujos y esculturas de nombres como Rafael Sanzio,
Mantegna, Tiziano, Bellini o incluso Miguel Ángel, de quien el Museo Maillol
exhibe una maqueta en terracota de la Pietà expuesta por
primera vez y una versión desnuda del Cristo de la Cruz.
Los Borgia fueron reputados mecenas
que favorecieron el auge de Roma tras el declive de la Florencia de los Médici.
La sede papal se convirtió en capital de las artes en un mapa marcado por
decenas de ciudades-estado, donde los príncipes invertían en la pintura no por
ostentación, sino casi por obligación. Erudito y humanista, Alejandro VI
encargó los frescos de los apartamentos papales a Piermatteo d’Amelia y a
Pinturicchio, a quien la leyenda designa como el único pintor autorizado a
entrar en las camere segrete de los Borgia, a causa de una
condición que le impedía descubrir sus intimidades: era sordo.
La muestra no dilucida lo que la
historia nunca ha logrado esclarecer, pero las obras expuestas reducen a la familia
a una imagen más terrenal que de costumbre. Con una única excepción, que
responde al nombre de Lucrecia Borgia. Un discípulo de Bellini, Bartolomeo
Veneto, la pintó con rasgos cándidos y rollizos en 1510, antes de corregir su
retrato unos años más tarde, cuando Lucrecia rozaba los 40, para dotarla de una
mirada letal y dejarle un seno al desnudo.
Pese a la falta de pruebas, será la
versión romántica del personaje la que pasará a la historia. Lucrecia se
convertirá en la femme fatale del Renacimiento, en la
encarnación del estereotipo misógino de la mujer tentadora y en esa
envenenadora irresistible que fascinó a Victor Hugo y Alexandre Dumas, antes de
ser inmortalizada por el cine. De regreso a la última sala, múltiples
representaciones del personaje se entremezclan para confirmarlo, de la suntuosa
ópera de Donizetti a la reciente novela de Dario Fo, y del manga del japonés
Fuyumi Soryo al cómic de Alejandro Jodorowsky, que la convirtió casi en
estrella porno, influyendo en dos recientes series de televisión. Los primeros
visitantes no dan crédito al descubrir que todo empezó con un simple mechón.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/04/actualidad/1415126557_506548.html
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