IRENE HDEZ. VELASCO Corresponsal Roma
«Querida Barbara: no te preocupes si tienes
dificultades con las matemáticas, puedo asegurarte que las mías son aún
mayores», escribió Albert Einstein en 1943 a una estudiante estadounidense,
Barbara Wilson, que había mandado una carta al científico en la que le
confesaba que las matemáticas se le atragantaban un poco. Las matemáticas, es
inútil negarlo, siguen siendo la pesadilla por excelencia de la mayoría
de los estudiantes, a pesar de que vivimos en una sociedad informatizada y
rodeados de dígitos.
Pero la aritmética y los números son mucho más que
una ciencia y unos instrumentos de medida y de conocimiento. Aunque muchos los
contemplan con desconfianza, considerándolos fríos y áridos, lo cierto es que
los números encierran en sí mismos una belleza y un misterio que desde los
tiempos de la antigüedad han ejercido y ejercen una enorme fascinación en
distintas culturas, que consideran que los números guardan dentro de sí
la clave de la armonía del cosmos. Porque los números no sólo son el
alfabeto con el que se escriben los discursos científicos, sino que también han
dejado una fuerte impronta en el pensamiento filosófico y teológico, en el
arte, en la arquitectura, en la música o en la literatura.
Medida del cubito, unidad fundamental del
Antiguo Egipto.
De eso va Números: todo lo que cuenta del
cero al infinito, la muestra que
se acaba de inaugurar en el Palacio de las Exposiciones en el
centro de Roma y que permanecerá abierta hasta el 31 de mayo del año próximo,
en el que, por cierto, se celebrará el centenario de la revolucionaria Teoría
de la Relatividad General publicada por Einstein en 1915. El objetivo de la
exposición es mostrar esa doble esencia de los números, como instrumentos
necesarios para cuantificar las cosas pero también como construcciones teóricas
con fuertes implicaciones lingüísticas y culturales.
Aunque a muchos les pueda parecer difícil de
creer, nuestro cerebro está preparado de manera natural para manejar números,
procesar cantidades y calcular. Los bebés, por ejemplo, no sólo distinguen los
rostros humanos o los objetos de sus sombras, sino que son capaces de
distinguir dos de tres, ya sean ositos de peluche o sonajeros, y de realizar
sencillas operaciones matemáticas. Porque tal y como ha señalado el francés
Stanislas Dehaene, uno de los máximos referentes mundiales en neurociencia del
lenguaje, todo indica que las reglas fundamentales de la aritmética «son realmente
innatas, codificadas en la arquitectura de nuestro cerebro, y no es
necesario más que el surgimiento de la capacidad de memoria a corto plazo,
hacia los cuatro meses, para revelarse».
Tablilla aritmética de la época
paleobabilónica en Mesopotamia.
La exposición cuenta en ese sentido con una
maqueta del cerebro humano en la que se encienden aquellas partes del mismo que
se activan cuando contamos. Pero los humanos no somos la única especie con la
capacidad no verbal de estimar el número de objetos:otros animales como
gallinas o palomas, además por supuesto de los chimpancés, también pueden
hacerlo.
Pero aunque contar sea una operación inherente al
ser humano, esa operación no sólo varía de un lugar a otro (como lo demuestran
los distintos calendarios con los que cada civilización contaba los días), sino
que ha ido evolucionando con el paso del tiempo. En la muestra del Palacio de
las Exposiciones de Roma se puede contemplar, por ejemplo, el llamado hueso
de Ishango, una herramienta de hueso que data del Paleolítico Superior,
aproximadamente del año 20.000 a. C., y que es uno de los primeros ejemplos de
la capacidad de registrar números del ser humano. También hay en muestra dos
tablas babilónicas procedentes del Louvre, fundamentales para reconstruir el
sistema numérico de esa civilización. Y dos piezas arqueológicas que ilustran
sobre los complejos calendarios de las culturas maya y azteca.
Pero aunque contar sea una operación innata al ser
humano, hasta los números que los matemáticos califican como
naturales"(1,2,3,4...) tienen también asociado desde los tiempos antiguos un
significado abstracto, mágico y simbólico, ya que esa sucesión no sólo
esconde regularidades e irregularidades con frecuencia difíciles de descifrar,
sino que también alberga en su interior otras secuencias, como por ejemplo los
números triangulares, los números de Fibonacci, los números de Catalan o los
números de Lucas. Por no hablar del hechizo que ejercen los números
irracionales, aquellos que no se pueden expresar en forma de fracción y de los
que el número Pi y el número áureo son los más famosos. A este último se le
conoce también como «la divina proporción», porque desde la Antigua Grecia se
asocia con la idea de la proporción perfecta. En la exposición se puede
contemplar por ejemplo la primera edición de Da Divina proportione,
el tratado de Luca Pacioli de 1509 sobre las aplicaciones de la sección aúrea.
Coordinada por Claudio Bartocci -profesor de
Física matemática en la Universidad de Génova- con la coordinación científica
de Luigi Civalleri -matemático y divulgador científico-, la muestra también
analiza cómo distintas civilizaciones han tratado de superar los límites
que nos impone nuestra propia naturaleza elaborando instrumentos para
calcular más rápidamente y con menos errores. Hay por ejemplo un viejo ábaco
procedente del Museo Nazionale Romano, uno de los nueve únicos ejemplares
existentes en el mundo de Pascalina, una calculadora a base de ruedas y
engranajes inventada en 1642 por el filósofo y matemático francés Blaise
Pascal, así como una veintena de calculadoras que datan desde finales del siglo
XIX a principios del siglo XX.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/11/05/54592d28268e3e8b178b4571.html
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