Auditorio Nacional de Música de Madrid. Miércoles 26 de noviembre de 2014. Sala de Cámara. Johann Sebastian Bach (1685-1750). Suites para violonchelo 3, 2 y 4 (171-1723)
…Suite para
violonchelo núm. 3 en do mayor, BWV 1009
Prélude, Allemande,
Courante, Sarabande, Bourrée I, Bourrée II, Gigue.
…Suite para
violonchelo núm. 2, en re menor, BWV 1008
Prélude, Allemande,
Courante, Sarabande, Menuett I, Menuett II, Gigue.
…Suite para
violonchelo núm. 4, en mi bemol mayor, BWV 1010.
Prélude, Allemande,
Courante, Sarabande, Bourrée I, Bourrée, II, Gigue.
Excelente oportunidad
para Natalia Gutman, alumna de Matislav Rostropóvich, de nacionalidad rusa,
asidua participante en festivales como los de Salzburgo, Berlín y el Wiener
Festwochen, para lucirse con este repertorio de Bach, un clásico en su género.
Inscritas según
acuerdo de los estudiosos en el periodo de Küthen (los seis años que van de
1717 a 1723), son una muestra clara del virtuosismo que el músico alemán
desarrolló para un instrumento como el chelo, que interpretaba con facilidad
junto a otros, como ocurría en su época, como el clave y el órgano.
Las Suites para violonchelo
dan testimonio de un virtuosismo que no solía confiarse a este instrumento,
considerado carente de las necesarias cualidades para el canto melódico.
No se conocen los
posibles destinatarios de estas partituras, compuestas simétricamente en unos
números que se reiteran con pocas variaciones, una secuencia de movimientos
bastante estricta, similar a las que Bach empleó en las Suites Inglesas para
clave: un preludio, seguido a continuación por las cuatro danzas antiguas bien
conocidas.
Hay una cierta
evocación en esta producción, que la acerca a la densidad polifónica y el rigor
matemático del imaginario alemán, de todos conocido, aunque sin abandonar una
tendencia a rememorar - de lejos- la elegancia ornamental de la música francesa
y el impulso rítmico de la tradición italiana, que se derrama siempre con mayor
libertad.
A pesar de la
estructura rígida de su elaboración, cada Suite habla por sí misma: la primera
es fluida y más contenida la segunda y
de un mayor entusiasmo rítmico y melódico la tercera. La cuarta tiene una
suavidad evidente, que contrasta con la melancolía imperante en la quinta, para
terminar con una sexta llena de luz.
La Sala de Cámara se
presta con mucha facilidad para un concierto recoleto y un público que se
dispersa menos, que no subraya aunque recuerda cierta religiosidad que
podríamos considerar “pietista” o luterana, seria, constreñida, con poco margen
para el desbordamiento emocional o la improvisación desbocada.
El hieratismo
sorprendente de Natalia Gutman ha hecho, muy acorde con su formación y sensibilidad
rusas, una relectura adecuada de esta música para el recogimiento y la casi
plegaria.
Maneja con destreza el
arco y le saca a su instrumento posibilidades poco habituales, únicamente
presente en los artistas consumados y con experiencia. Porque Bach no está al
alcance de cualquier músico bisoño y exige una compenetración y una madurez
musical que solo pueden demostrar unos cuantos elegidos. Estamos hablando de
técnica pero también de empatía con el compositor.
La Filarmònica,
siempre reiterando su afán didáctico y pedagógico, recuerda en un “aviso
importante”, que “agradecerá el máximo silencio y recogimiento” durante el
concierto, recomendación nada desdeñable cuando se acercan los fríos y los
intérpretes deben competir heroicamente con la falta de consideración de las
toses del público y sus interminables catarros.
Una velada para
reencontrarse con unas partituras llenas de creatividad pero nada festivas,
sino apolíneas en su desarrollo y en su evolución, con una Natalia Gutman que
se explaya en el desempeño de un instrumento que es él solo, la vibración y la
sensibilidad de toda una orquesta.
Alicia
Perris
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