domingo, 30 de noviembre de 2014

EL VIOLONCHELO DE NATALIA GUTMAN ILUMINA LA TERCERA TEMPORADA DE LA FILARMÒNICA, SOCIEDAD DE CONCIERTOS


Auditorio Nacional de Música de Madrid. Miércoles 26 de noviembre de 2014. Sala de Cámara. Johann Sebastian Bach (1685-1750). Suites para violonchelo 3, 2 y 4 (171-1723)
…Suite para violonchelo núm. 3 en do mayor, BWV 1009
Prélude, Allemande, Courante, Sarabande, Bourrée I, Bourrée II, Gigue.
…Suite para violonchelo núm. 2, en re menor, BWV 1008
Prélude, Allemande, Courante, Sarabande, Menuett I, Menuett II, Gigue.
…Suite para violonchelo núm. 4, en mi bemol mayor, BWV 1010.
Prélude, Allemande, Courante, Sarabande, Bourrée I, Bourrée, II, Gigue.
Excelente oportunidad para Natalia Gutman, alumna de Matislav Rostropóvich, de nacionalidad rusa, asidua participante en festivales como los de Salzburgo, Berlín y el Wiener Festwochen, para lucirse con este repertorio de Bach, un clásico en su género.
Inscritas según acuerdo de los estudiosos en el periodo de Küthen (los seis años que van de 1717 a 1723), son una muestra clara del virtuosismo que el músico alemán desarrolló para un instrumento como el chelo, que interpretaba con facilidad junto a otros, como ocurría en su época, como el clave y el órgano.

Las Suites para violonchelo dan testimonio de un virtuosismo que no solía confiarse a este instrumento, considerado carente de las necesarias cualidades para el canto melódico.
No se conocen los posibles destinatarios de estas partituras, compuestas simétricamente en unos números que se reiteran con pocas variaciones, una secuencia de movimientos bastante estricta, similar a las que Bach empleó en las Suites Inglesas para clave: un preludio, seguido a continuación por las cuatro danzas antiguas bien conocidas.
Hay una cierta evocación en esta producción, que la acerca a la densidad polifónica y el rigor matemático del imaginario alemán, de todos conocido, aunque sin abandonar una tendencia a rememorar - de lejos- la elegancia ornamental de la música francesa y el impulso rítmico de la tradición italiana, que se derrama siempre con mayor libertad.
A pesar de la estructura rígida de su elaboración, cada Suite habla por sí misma: la primera es fluida y  más contenida la segunda y de un mayor entusiasmo rítmico y melódico la tercera. La cuarta tiene una suavidad evidente, que contrasta con la melancolía imperante en la quinta, para terminar con una sexta llena de luz.
La Sala de Cámara se presta con mucha facilidad para un concierto recoleto y un público que se dispersa menos, que no subraya aunque recuerda cierta religiosidad que podríamos considerar “pietista” o luterana, seria, constreñida, con poco margen para el desbordamiento emocional o la improvisación desbocada.
El hieratismo sorprendente de Natalia Gutman ha hecho, muy acorde con su formación y sensibilidad rusas, una relectura adecuada de esta música para el recogimiento y la casi plegaria.
Maneja con destreza el arco y le saca a su instrumento posibilidades poco habituales, únicamente presente en los artistas consumados y con experiencia. Porque Bach no está al alcance de cualquier músico bisoño y exige una compenetración y una madurez musical que solo pueden demostrar unos cuantos elegidos. Estamos hablando de técnica pero también de empatía con el compositor.
La Filarmònica, siempre reiterando su afán didáctico y pedagógico, recuerda en un “aviso importante”, que “agradecerá el máximo silencio y recogimiento” durante el concierto, recomendación nada desdeñable cuando se acercan los fríos y los intérpretes deben competir heroicamente con la falta de consideración de las toses del público y sus interminables catarros.
Una velada para reencontrarse con unas partituras llenas de creatividad pero nada festivas, sino apolíneas en su desarrollo y en su evolución, con una Natalia Gutman que se explaya en el desempeño de un instrumento que es él solo, la vibración y la sensibilidad de toda una orquesta.

Alicia Perris

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